En 2022 el neurólogo, y director de investigación del Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia, Michel Desmurget publicó La fabrica de cretinos digitales, un ensayo que había arrasado en Francia dos años antes, llegando al número uno en ventas. En él advertía del riesgo para la salud física, mental e intelectual, que supone inmoderada la exposición de nuestros menores a las pantallas digitales.
En 2024 regresa con Más libros y menos pantallas. Cómo acabar con los cretinos digitales, una continuación de su anterior obra que supone una apasionada, y razonada, apuesta por la lectura de libros como elemento nuclear de la formación de los más jóvenes frente al tsunami digital que les envuelve y seduce.
Como dice este ex profesor del Massachusetts Institute of Technology (MIT) durante la entrevista, “no debemos subestimar el atractivo de las pantallas, que tienen una capacidad inigualable para estimular nuestro sistema de recompensas”. Frente a esta suerte de fast food intelectual que supone el entretenimiento digital, Desmurget advierte que “el placer de un libro hay que ir desenterrándolo poco a poco de sus líneas; es un esfuerzo que produce una recompensa tardía”, por lo que propone la lectura compartida entre padres e hijos como pilar para reforzar el hábito de lectura.
En su opinión, es el único puntal sobre el que formar un pensamiento crítico, independiente y estructurado con el que defendernos frente a una progresiva pérdida de comprensión lectora que puede, según el autor, llegar a poner en peligro nuestras democracias. Ante los defensores de la supremacía de la cultura visual y digital, emite una frase lapidaria: “Hay más complejidad lingüística en un álbum preescolar (el más sencillo de los libros) que en programas de televisión en horario de máxima audiencia, dibujos animados, películas o series”.
¿Qué procesos desencadena la lectura en nuestro cerebro?
La lectura abarca comprender, sentir, compartir y experimentar, no es solo decodificar un texto. En este sentido, se puede decir que la lectura remodela profundamente nuestro cerebro en todas sus dimensiones: intelectual, emocional y social. Sus efectos positivos sobre el coeficiente intelectual, el lenguaje, el conocimiento general, la concentración, la imaginación, la creatividad y las habilidades de síntesis y expresión (tanto escritas como orales) han sido bien documentados.
Pero además la lectura, a diferencia de cualquier otro medio, nos permite profundizar en la psique de los personajes. Por ejemplo, si veo a Emma Bovary en una película, no tengo acceso a la complejidad de sus pensamientos. Sin embargo, cuando leo la novela, puedo literalmente entrar en su mente y comprender el funcionamiento interno de sus pensamientos y acciones. Aún mejor, puedo experimentarlos.
Las investigaciones indican que las experiencias reales y literarias de situaciones sociales y emocionales activan las mismas redes cerebrales. Así, en última instancia, los lectores de ficción exhiben una mayor empatía y una capacidad superior para comprender a los demás y a sí mismos.
Los lectores de ficción exhiben una mayor empatía y una capacidad superior para comprender a los demás y a sí mismos
¿Cómo puede un hogar donde no existe el hábito de la lectura, o hay poco tiempo para crearlo, inculcarlo en sus niños pequeños?
No existe una fórmula mágica. La lectura es un legado y su desarrollo depende en gran medida de la implicación familiar. Tres puntos clave son esenciales. Primero, la promoción de la alfabetización: es crucial que un niño establezca la identidad del lector desde el principio. Esto será más fácil si el niño ve a sus padres leyendo, está rodeado de libros, lo llevan a la biblioteca, lo alientan a leer y participa en discusiones sobre su lectura.
En segundo lugar, el placer de leer. Esto depende en gran medida del apoyo familiar, especialmente a través de la lectura compartida, que permite al niño desarrollar las habilidades lingüísticas fundamentales necesarias para la lectura independiente y también ayuda a apuntalar el placer de leer.
El mejor enfoque es explicarles a los niños que el tiempo excesivo frente a una pantalla puede dañar su inteligencia y su vida interior
En tercer lugar, reducir el tiempo frente a la pantalla. Sin embargo, un error común que se debe evitar es condicionar el tiempo frente a la pantalla a la lectura. Por ejemplo, decir “si lees un poco podrás jugar en tu consola” es contraproducente. Esto envía el mensaje de que la lectura es una forma de castigo que conduce a la recompensa del entretenimiento digital. El mejor enfoque es explicarles a los niños que el tiempo excesivo frente a una pantalla puede dañar su inteligencia y su vida interior.
Cuando hablamos de lectura, ¿podemos incluir los textos que se pueden leer en Twitter, Facebook o Instagram?
A menudo escucho este tipo de cosas: “Nuestros hijos nunca han leído tanto, leen constantemente en internet y redes sociales, etc”. Los estudios demuestran que la lectura representa entre el 2% y el 3% del tiempo frente a la pantalla, mientras que las actividades audiovisuales por sí solas (películas, series, vídeos, etc.) consumen entre el 40% y el 50%.
Nuestros niños leen poco en Internet y lo que leen es de una calidad demasiado insuficiente para tener un impacto positivo en su rendimiento intelectual y académico
Además, mayoría de los estudios muestran que el tiempo dedicado a leer en internet tiene un impacto negativo: contrariamente a lo que se suele decir, nuestros niños leen poco en Internet y lo que leen es de una calidad demasiado insuficiente para tener un impacto positivo en su rendimiento intelectual y académico.
¿Cómo se puede cuantificar el efecto de las pantallas en las nuevas generaciones de jóvenes estudiantes en España?
Desde 2015, los alumnos españoles de secundaria han perdido un año completo de rendimiento académico, lo que significa que los alumnos de trece años en 2022 tenían el nivel mostrado por sus homólogos de doce años en 2015. No nos damos cuenta de lo pobre que es el desempeño colectivo de nuestros niños hoy.
¿Son las pantallas digitales la comida rápida de la cultura?
Si por “cultura de la comida rápida” nos referimos a una cultura digital que daña nuestra humanidad (intelectual, emocional y social) de la misma manera que los restaurantes de comida rápida dañan nuestra salud física (y potencialmente mental), entonces claramente sí, la analogía es válida.
Dicho esto, nadie es tan ingenuo como para negar las contribuciones positivas de la tecnología digital en muchas áreas. Claramente, si nuestra descendencia usara estas herramientas para leer libros digitales, consultar tutoriales educativos y aprender a codificar, no habría ningún problema. Pero esto no es lo que hacen.
¿Las personas que leen regularmente desarrollan un pensamiento más reflexivo e independiente que aquellas que sólo leen en pantallas digitales?
A menudo escuchamos decir que ya no es necesario tener conocimientos porque en Google se puede acceder a todo en unos pocos milisegundos. Me resulta difícil imaginar una idea más estúpida. Sin conocimiento y lenguaje, no podemos entender, pensar o criticar una afirmación. Del mismo modo, sin conocimiento internalizado y fácilmente disponible, no podemos pensar, crear o anticipar.
Varios estudios recientes a gran escala, en particular los realizados por investigadores de la Universidad de Stanford, muestran que la capacidad de las generaciones más jóvenes para comprender lo que leen e identificar noticias falsas es tan deficiente que acaba representando “una amenaza para la democracia”. A través de su significativo impacto en nuestra inteligencia, la lectura es el antídoto más seguro contra este desastre que se avecina.
¿Podemos trazar un paralelo entre el declive de la lectura y el aumento de la querencia por el autoritarismo en el mundo occidental?
Realmente no lo sé. Sin embargo, es razonable pensar que cuanto más se priva a los individuos de las herramientas culturales y lingüísticas del pensamiento, más susceptibles se vuelven a discursos simplistas y reduccionistas. No es casualidad que los libros siempre hayan sido blanco de tiranías. Los nazis quemaron más de 100 millones de libros y se embarcaron, como demostró Victor Klemperer, en un proceso de empobrecimiento del idioma digno de la neolengua de Orwell. Hitler decía que la literatura era veneno para el pueblo.
La capacidad de las generaciones más jóvenes para comprender lo que leen e identificar noticias falsas es tan deficiente que acaba representando "una amenaza para la democracia"
En Un mundo feliz, de Aldous Huxley, sólo una pequeña casta todavía posee las herramientas del pensamiento y el lenguaje; el resto está formado por técnicos celosos, formados para satisfacer las necesidades económicas, llenos de entretenimiento sin sentido, privados de las herramientas fundamentales de la inteligencia y contentos con una servidumbre que ya no son capaces de percibir. La lectura, a través de su capacidad para moldear la mente y el pensamiento, es un poderoso antídoto contra esta locura y el surgimiento de populismos destructivos.