OPINIÓN

Persona non grata

“De muy buen comer”, “apasionado por la música y el arte” describieron, según los medios, Corcho y Vero a un Johnny Depp a punto de cumplir en junio los 62, recargado de anillos, pulseras, aros, collares, boinas, sombreros, pañuelos a modo de turbantes, tatuajes, pelo largo recién teñido (la crencha –que aparenta– engrasada), a veces atado en cola de caballo. Un pendeviejo total, según la atinada expresión inventada por Raúl Portal, el actor que supimos admirar en El joven manos de tijera y tantos etcéteras. Lo de pendeviejo –dicho sea con todo respeto, como dicen los panelistas en la tele– empleado el sustantivo por su patético esfuerzo de parecer mucho más joven. Y no por ser sesentañero, que en esa década los Paul Newman, George Clooney, Pierce Brosnan, Sean Connery… lucían o lucen estupendamente bien sin hacerse los péndex. Y menos aún en el siglo de Wikipedia donde ya nadie puede ocultar su fecha de nacimiento.

El tal Johnny Depp paró primero en el rancho que los Rodríguez-Lozano tienen en José Ignacio, Uruguay, con viñedos, caballos, una helisuperficie. Luego, en vuelo privado piloteado por el periodista Antonio Laje, el prota de la exitosa saga Piratas del Caribe (se anuncia una sexta entrega, pero ya el maquillaje de diva de cine mudo no le sentaría al viajero de marras) vino unos días a la residencia porteña de L&R, estuvo con el perro Copito y, sobre todo, con Corcho, que lo llama “mi querido hermano”. Tanto que se hicieron juntos un tatuaje: “Él escribió el mío y yo el de él. Un compromiso de vida llevarlo para el bien y la felicidad de los demás”.

Poco salidor, según Vero, JD visitó el Colón donde, según trascendió, todo el mundo le rindió pleitesía a esta persona encore estelar, la capa algo caída hay que reconocer. ¿Habrá notado el emperifollado Johnny D a la gente sin techo que pulula por esas cercanías, pasando hambre, calor, enfermedades que no son atendidas? Y esta inevitable visión que se impone a cualquiera que se desplace en los alrededores de nuestro primer coliseo, ¿le habrá despertado deseos de contribuir al bien de los caídos del sistema, a un cacho de felicidad, considerando que el intérprete de Jack Sparrow es una de las figuras del espectáculo mejor paga en lo que va del siglo 21?

Nadie se lo preguntó ni se lo preguntará puesto que este pretendido altruista partió de Buenos Aires hace dos semanas. Mientras que hace tres años, Johnny Depp emprendía el malintencionado juicio contra su ex Amber Heard, asesorado por The Agency Group IR, haciendo lo imposible por denigrar, ridiculizar, calumniar a la actriz, que lo había señalado como autor de violencias conyugales en el Washington Post, 2018. Denuncia que Heard reiteró en The Sun británico, 2020.

Todo hay que decirlo, ay: esa agencia especialista en crisis a la que el pendeviejo pidió textualmente“enterrar a Amber”, está dirigida por una mujer –“una fiera”, dicen de ella– Melissa Nathan, que trabajó con suma eficacia para que Amber Heard resultara aplastada. Instrumentó una enorme oleada de odio en las redes halagando a los llamados “masculinistas” e hizo que las simpatías se volcaran hacia Depp, aún con mucho ascendiente sobre el público. En particular, el de tendencias misóginas, conservadoras.

Ya saben ustedes cuál fue el veredicto del jurado popular, con mayoría de varones. Amber fue condenada a pagarle flor de millonada a Johnny, a quien, a su vez, le asignaron una suma varias veces menor. 

El juicio fue televisado, con instancias tan duras para AH como obligarla a dar todos los detalles de una violación que había denunciado. Todo el proceso dio pie a un lamentable documental de Netflix, Depp vs. Heard. La misoginia resultó sobrealimentada, las canchereadas de JD, la humillación desplegada en las redes, no solo dañaron a AH –que igualmente tuvo muchos apoyos– sino especialmente al movimiento #MeToo. Y, sin la menor duda, alcanzaron a perjudicar a todas aquellas mujeres víctimas de violencia doméstica que temen hacer oír su voz.

Una googleada no tan rápida demuestra que, dentro del periodismo porteño, no hubo menciones a la inconducta de Johnny Depp en el famoso juicio, donde tuvo el tupé de declarar que, en realidad, si había habido una persona golpeada, había sido él (por una cachetada que Amber le tiró tratando de defenderse de los ataques de alguien con 30 por ciento más de fuerza muscular). Es comprensible el cholulaje ambiente, teniendo en cuenta que los chismes farandulescos han casi reemplazado a los artículos o críticas de espectáculos en programas de radio y tevé. Pero, ¿cómo explicar que el periodismo más informado, de cabeza abierta y espíritu igualitario, no haya traído a colación los indignos antecedentes de Johnny Depp en aquel juicio?

Sobre todo si se tiene en cuenta el caso actual y muy sonado del maltrato a la actriz Blake Lively, puesta en la picota por la misma agencia a la que recurrió Depp, reaviva el recuerdo del proceso de 2022, teñido de sexismo, mala fe y ausencia de todo límite moral. En esta oportunidad, se trata de la denuncia de Lively contra Justin Baldoni, actor y director, durante un rodaje reciente. La intérprete ha sido apoyada por todo el elenco –entre otras personalidades–, con América Ferrera a la cabeza.

La máquina nefasta de la agencia contratada por Baldoni se puso a toda marcha para desprestigiar a Blake, que había declarado en el New York Times sobre el comportamiento abusivo de JB en el set, sumando escenas de sexo que no figuraban en el guion y no queriendo que hubiese coordinador/a de intimidad para ese tipo de situaciones. 

Pero en esta ocasión no le resultará tan fácil a doña Melissa salirse con la suya, y menos todavía a Baldoni, que se las daba de feminista y deconstruido y que fue despedido de la agencia que lo representaba. Asimismo, se le retiró el premio Voices of Solidarity, y su coconductora del podcast Man Enough, Liz Plank, se fue con viento fresco en busca de horizontes más decentes.

MS/MG