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Sobre este blog

Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link. 

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Volcán de unicornios

luces de fiesta

Verónica López Olivero

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Ese día pintaba épico, teníamos las mejores pastis, las más lindas de todas. Siempre que venía alguna con un corazón nos peleábamos por tenerla así que para esa vez pedimos que nos mande todas de corazones pero de diferentes colores, queríamos formar todo el arcoiris. Cande estaba nerviosa porque era su primera pasti, así que vino temprano a casa y me hizo todas las preguntas habidas y por haber sobre qué iba a sentir tomando éxtasis, qué pasaba si tenía un mal viaje o si el efecto le quedaba para siempre y terminaba en un manicomio. Me dió paja y ternura escucharla, me cagué de risa y la tranquilicé, íbamos a estar todos juntos, no había de qué preocuparse, si no quería probar todo bien, pero que piense en lo que había costado la entrada y conseguir las pastis, porque ir sin tomar no daba, íbamos a estar todos en una y si no quedaba re colgada. Me escuchó seria mirando el celu y después me dijo que tenía razón, que se había enroscado, nos abrazamos y sonó el timbre. Eran Alejo, Juan y Pedro, arreglados y perfumados, estaban hermosos. Últimamente con Alejo estábamos re calientes, la otra vez casi nos vamos juntos, pero como él vive con la novia y yo con mis viejos lo dejamos ahí. No entiendo porqué sale con esa piba, a Alejo lo deben volver loco las tetotas que tiene, me lo imagino hundiendo la cara ahí y me da una bronca. Igual cuando llegaron todo era alegría. En seguida se escucharon los bocinazos de la camioneta de Dogui que estaba con Tati. 

Llegamos al lugar, era puro horizonte, un campo inmenso. Ni bien estacionamos sacamos las pastis. En la palma de la mano todas juntas formaban un puñado de sueños, comida de unicornios, daban ganas de tomarlas todas juntas como caramelitos, que se trituren entre las muelas con gusto a Tutti-Frutti. Cerramos los ojos y cada uno agarró una, a mi me tocó la verde. La música sonaba a lo lejos, para llegar al escenario desde el estacionamiento había que caminar un montón. El calor seguía, pesado. Nos fuimos adelante, al centro, aprovechando que todavía no estaba colmado de gente. La pasti estaba subiendo, tuve el flash de que el Sol no se estaba yendo sino viniendo y toda la fiesta iba a ser de día y que la oscuridad ni se iba a asomar. Dogui prendió un faso que parecía un habano. Bailamos un rato ahí pero enseguida nos dividimos, no queríamos pegotearnos con tanta gente. Así que planeamos encontrarnos en el sector de los baños en una hora, casi no había señal. Me agarré de la mano de Alejo, armamos trencito con Tati y Pedro y nos abrimos paso. Tati le pidió agua a una chica, la piba le tiró un chorrito entre los labios, eso la debe haber calentado a Tati porque tragó el agua y la besó apasionadamente, la piba se dejó besar pero después nos miró con cara de que nos la llevemos, le pedimos perdón cagandonos de risa. Ya era de noche. Estábamos en la erupción de la pasti, un volcán con juguito de chicle que volaba por los aires. De pronto vimos una ambulancia a lo lejos, sin luces ni bocinas, bajaron dos o tres médicos y apurados entraron al centro de la pista. Nos llamó la atención, pero seguimos bailando. Cuando volví a mirar la ambulancia no estaba. La música sonaba en mi pecho. Nos abrazamos los cuatro, empecé a salivar, era como tener quince caramelitos fizz en mi boca. Me acerqué a Alejo para provocarlo, empezamos a besarnos, le dí una lamida en el cachete, se limpió con la mano y se separó de mí. Seguimos bailando. Fuimos a comprar agua, el calor era sofocante. A lo lejos las imágenes de las pantallas salían como cables de colores por el espacio. Nos acercamos a los baños, había un foco de luz que me estaba quemando los ojos pero habían pasado más de dos horas desde que nos separamos de Cande, Dogui y Juan y queríamos encontrarlos. Empezamos a bailar con nuestras sombras proyectadas en el piso. Por momentos sentía que la música venía de mi propio cerebro. En eso apareció Juan, desesperado abrió la ronda bruscamente. Empezó a hablar tan rápido que no le entendía, todo se volvió en cámara lenta, Alejo se sacó las gafas, tenía las pupilas como extraterrestre, me acordé de las tetas de su novia, me miró, creí que nos íbamos a besar pero me dijo “Cande no se despierta ¿Me seguís, Manu?” y la frase “No la pueden despertar” se repitió más derretida, vi que Juan señalaba a lo lejos, Tati abrazó a Pedro, Juan seguía gritando, no me gustó cómo nos miraba la gente así que atiné a decir “Déjenla descansar” pero todos arrancaron para donde señalaba Juan. Alejo me agarró del brazo y me llevó flameando por el camino por el que habíamos entrado. Tati gritaba, Pedro tenía el celular en el oído, lo seguiamos a Juan que iba adelante con la linterna prendida y se alejaba cada vez más, a mí no me alcanzaba el aire y sentía que el corazón me iba a explotar pero seguía corriendo, se escuchaba la música cada vez más bajita, fuera del camino todo era abismo y allá muy a lo lejos se veía una ambulancia, ahora sí con las luces verdes que giraban a mil quinientos y más lejos un patrullero con la sirena azul que venía a los pedos y de pronto como un fantasma apareció de frente Dogui, llorando y gritando desesperado “Se fue, se nos fue, no está más”.

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