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CINE, EUTANASIA Y ALMODÓVAR

¿Para cuándo el derecho universal a la eutanasia? Almodóvar lo defiende con un León de Oro bajo un traje rosa.

Pedro Almodovar se lleva el León de Oro en el 81Festival de Cine de Venecia por su film La habitación de al lado.

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El suicidio asistido en restallantes colores almodovarianos y con elevadas dosis de emoción, encarado y justificado sin rodeos, agitó las aguas de la Mostra del cinema di Venezia 2024 al punto tal de generar 17 minutos de aplausos la noche de su proyección triunfal. Y desde luego, de obtener el León de Oro al Mejor film, de manos de la mismísima Isabelle Huppert embutida hasta el mentón en un Balenciaga níveo para la ceremonia de cierre. En cuanto al traje rosa cruzado del cineasta en dicha oportunidad, estaba firmado por Lowe; el dorado resplandeciente de Julianne Moore provenía de Bottega Veneta y el refinadamente sobrio de Tilda Swinton, era un Chanel quintaesencial. Ambas actrices, como se sabe a esta altura de la difusión en medios, elogiadísimas protagonistas de la galardonada cinta, anunciada para el próximo 18 de octubre en Buenos Aires. 

Ya la conferencia de prensa previa a la presentación y las gacetillas, que suele escribir el propio Pedro Almodóvar, habían dejado clarísimo que La habitación de al lado planteaba en primer plano el derecho humano a la eutanasia en el caso de enfermedades terminales en primer lugar, pero sin dejar de considerar otras situaciones que tornen invivible la existencia (como fue el caso, en la vida real, de Jean-Luc Godard, a los 91, agotado de sobrevivir malamente).

17 minutos, pues (y medio, según la publicación Vulture) y el premio mayor para una película que trata sobre una mujer, Martha, ex corresponsal de guerra, con cáncer avanzado, que no quiere que los médicos sigan experimentando en su cuerpo, alargando un sufrimiento vano, por lo que ha elegido ponerle fecha a su muerte bien acompañada. Pero antes intentará pasarla en plan disfrute con su entrañable amiga de otros tiempos, la escritora Ingrid, en una casa en medio del verde, oyendo voces de pájaros y otros sonidos de la naturaleza, al sol o a la luz de una pantalla mirando cine juntas. Y, sobre todo, platicando, departiendo apasionadamente como solo saben hacerlo las amigas, un intercambio que Almodóvar percibe con inefable complicidad, a partir de su adaptación de la novela Cuál es tu tormento de la estadounidense Sigrid Nunez.

Una autora que, cuando era apenas una joven aspirante, en 1976, se presentó en casa de Susan Sontag para ayudarla a ordenar el aluvión de cartas que la ya famosa intelectual había recibido, convaleciente de un cáncer con mastectomía (esa enfermedad volvería en 2004, sin remisión). Nunez, que llegó a convivir con Susan y su hijo, alcanzó tardío estrellato literario a los 70 años, en 2018, con su novela El amigo que obtuvo el National Book Award y fue ampliamente traducida. En 2020 publica What Are You Going Through, editada en español con el título arriba mencionado y narrada por una escritora que es su evidente alter ego. Encabeza el relato a modo de lema la frase de la filósofa francesa Simone Weil: “La plenitud del amor al prójimo reside simplemente en preguntarle: ¿Cuál es tu tormento?”

Morir apaciblemente

En noviembre de 2000, Holanda transgredió un tabú mundial al aprobar su Parlamente la ley de “prueba a petición de terminación de la vida y ayuda al suicidio”. Es decir, quedó legalizada la eutanasia para los casos de pacientes sufriendo de modo insoportable, sin esperanzas de curarse y que lo pidieran de forma voluntaria. Primer país en autorizar una práctica que venía siendo tolerada localmente desde hacía poco más de dos décadas, lapso en el que se fue profundizando el debate. Cierto es que previamente se dio un intento en territorios del norte australiano donde se permitió la eutanasia en 1990, pero el Parlamento australiano revocó esa ley al año siguiente. Y precisamente en 1997, en Oregon, Estados Unidos, se aprobó en referéndum el suicidio asistido para enfermos terminales. Recurso que -con ciertas restricciones- se sigue aplicando, pero sin salirse de las fronteras de ese estado.

Como era de esperar, al ser aprobada esa ley en Holanda –104 votos a favor, 40 en contra– el Vaticano chilló (en vano) alegando que se estaba violando “la dignidad de la persona humana” y que “se trataba de un triste récord para ese país”. Según los datos de 2001, se rechazaban dos terceras partes de los pedidos presentados a los médicos de cabecera por no ajustarse a la ley. A la vez, quedaba demostrado en los hechos que muchas personas enfermas se sentían confortadas por el simple hecho de saber que contaban con ese recurso.

En 2002, el Parlamento de Bélgica, país con mayoría católica, aprobó pese a la oposición férrea del bloque ultraderechista flamenco, una ley de eutanasia y otra de cuidados paliativos. Desde 2009, rige la legalización de la muerte asistida en Luxemburgo. Con diverso grado de restricciones muchos países se han ido sumando a la flexibilización del derecho a una muerte digna: Colombia, Canadá, Nueva Zelanda, Suiza, Portugal, Nueva Gales del Sur, Ecuador, España. En nuestro país, aunque hubo algunos amagues de proyectos de ley, seguimos en veremos. Es un debate pendiente que genera prácticas clandestinas que pueden tener graves consecuencias, tal como sucedía cuando la interrupción voluntaria del embarazo estaba penada localmente…

Cuando la decisión está tomada

En España, un caso tan resonante como el de Ramón Sampedro, tetrapléjico muchos años que batalló por una autorización y finalmente se suicidó con la ayuda de una amiga en 1998, aceleró la discusión. Que ardió en 2004 con la presentación del film Mar adentro, protagonizado por Javier Bardem, notable en el rol de Sampedro.

En abril de este año, la psicóloga peruana Ana Estrada, afectada de polimiositis, enfermedad degenerativa progresiva, pudo cumplir con su meta de tener una muerte asistida por la que empezó a luchar en 2021, consiguiendo una aprobación de la Corte Suprema en 2022. Ella no pedía morirse de inmediato sino que su deseo era tomar el pleno control de su autonomía para decidir, si la ocasión lo ameritaba, acceder a ese recurso. En abril de 2024, a los 47, según compartió su familia, “partió agradecida a todas las personas que se hicieron eco de su voz”. Mientras que su abogada declaró: “Ana murió en sus propios términos, conforme a su idea de dignidad y con total autocontrol”. El caso de la valerosa peruana se mantiene todavía como una excepción en ese país.

Hace dos años, en septiembre de 2022, el genial cineasta Jean-Luc Godard, máximo representante de la Nouvelle Vague, optó a los 91 por una muerte asistida en Suiza. El cineasta se consideraba en extremo cansado de vivir con las limitaciones de la edad y solicitó “une mort volontaire por echapper al malheur des jours”, en palabra de Pierre Beck, antiguo presidente de la asociación elegida por JLG para poner fin a sus días porque ya no podía tolerar la pérdida del equilibrio, de la vista, de la audición. Su esposa, Anne-Marie Minvielle, anunció a sus íntimos: “Él va a partir”. Poco después, la pareja acordó la fecha –el 13 de septiembre– en que la vida de Godard se apagaría apaciblemente en su domicilio, rodeado de personas muy cercanas. “A mi lado él duerme, c’est fini”, anunció con entereza su leal compañera.

Irse voluntariamente al otro barrio en la pantalla

En este siglo XXI, varias películas tocaron tangencialmente o directamente el tema todavía tan conflictivo de la eutanasia, más allá de la citada Mar adentro (2004), dirigida por Alejandro Amenábar, uno de los ejemplos más conocidos, en parte porque se hizo del Oscar a la mejor producción extranjera de esa temporada.

Más recientemente, dos producciones de ficción francesa, no conocidas en nuestro país, plantearon temáticas afines al suicidio asistido: Rendez-vous avec un ange (2011), de Sophie Daruvar e Yves Thomas, sobre las peripecias de la pareja actuada por Isabelle Carré y Sergi López, ella una enfermera compasiva que aporta ayuda terapéutica por su cuenta a pacientes terminales; Quelques heures de printemps (2012), de Stéphane Brozé, por su lado, propone la decisión de una mujer mayor (Helène Vincent, muy alabada por la crítica) de viajar a Suiza en pos de un pronto final.

Entre los documentales descuella Exit: el derecho a morir (2005), del español Fernand Melgar, película que remite al trabajo que realiza en Suiza una de las dos asociaciones que ofrecen asistencia al suicidio. El doctor Jerôme Sobel, presidente de Exit (la otra entidad se llama Dignitas), hace las veces de guía. El director Melgar empezó interesándose por el mundo de los “acompañantes”, esas personas que sin interés económico permanecen al lado de los enfermos hasta su muerte, luego de proveerlos de la medicación (pentobarbital de sodio, habitualmente) que los “libera”. Elogiado por la sobriedad sin golpes bajos de su realización, Melgar no esquiva momentos muy duros como el de una madre que acompaña a su hijo en el momento de hacer la petición de suicidio asistido. El director ha declarado que decidió no registrar el momento mismo de la muerte, quedándose en el umbral, “sin entrar en ese terreno que considero sagrado”. Coproducida por Francia y la TV suiza, Exit: el derecho a morir fue presentada en varios países, es el primer documental sobre eutanasia estrenado en salas comerciales.

En un somero e incompleto repaso, vale citar otras producciones fílmicas como Cuando el destino nos alcance, 1975, con la inolvidable escena de Edward G. Robinson escuchando la Sinfonía Pastoral y mirando proyecciones de paisajes que conoció de joven y que ya no existen en un futuro posapocalíptico; Mi vida sin mí, 2003, donde una joven madre recibe el diagnóstico de un cáncer terminal, evade el tratamiento y se dedica a cumplir una serie de deseos y a preparar a sus hijos: Million Dollar Baby, de 2004, con el viejo entrenador Clint Eastwood que desconecta a su joven discípula Hillary Swank, paralizada e intubada, que se lo pide con la mirada; en Las invasiones bárbaras, 2004, uno de los protagonistas muere asistido, rodeado de sus amigos; en La dernière leçon, 2015, una mujer de 92 informa a sus familiares las condiciones que ha elegido para morir y se sale con la suya, apoyada por una hija cómplice; Et si c'était à vous, 2018, elogiado documental de Muriel Bruno y Aurora Weber que logra que el debate alcance a todo el mundo; The Farewell, 2019, film estadounidense de Lulu Wang sobre cómo decir adiós a la persona amada; Blackbird, 2020, con Susan Sarandon y Kate Winslet: la historia de una mujer que se sabe condenada a un final degradante y decide tomar en mano su destino. Euphoria (2017, nada que ver con la serie homónima de 2019), de Lisa Langseth, sobre el fenómeno creciente de la asistencia en Europa a personas que fijaron fecha para morir, transcurre en una clínica donde se cumplen esas funciones, administrada por la siempre bella Charlotte Rampling. En la ocasión, entre la gente anotada que espera, una mujer muy joven, muy enferma internada en ese lugar confortable, rodeado de bosques, solo posible para personas que puedan pagarlo... 

Una excusa para hablar de la vida 

Valeria Golino –portadora de sangre napolitana, egipcia y francesa– desarrolló desde muy joven una carrera internacional despareja como actriz (Hollywood, sobre todo, no supo ofrecerle papeles acordes con su temperamento) en la que, sin embargo, relucen gemas como Storia d ´amore (Francesco Maselli, 1986), Paura é amore (Margarethe von Trotta, 1988), o, más cercanamente, Respiro (Emanuele Crialese, 2002), Attricci (Valeria Bruni-Tedeschi, 2007). A los 48, Golino se largó a dirigir Miele (2013), adaptación de la novela A nome tuo, de Mauro Covacich, inquietante historia de una joven mujer que lleva una doble vida: para todo el mundo es Irene, una estudiante que hace deportes, tiene amigos y amantes. Pero secretamente, ella se gana la vida bajo el nombre de Miel, ayudando a morir bien a enfermos terminales que se lo solicitan, y dando apoyo a los familiares. En verdad, ella forma parte de una red que cumple esas prácticas. “Mercenaria, pero no sicaria”, dice de sí misma esta mujer convencida de obrar correctamente, casi una militante de la eutanasia (prohibida en Italia).

“Me parecía un asunto sumamente movilizador”, respondía Golino cuando se le preguntaba si no tenía a mano una cuestión menos ardua para su primera película como directora. “Tenía cierta urgencia por hablar de esta realidad que se suele evitar. Perder a mi padre, a quien amaba mucho, me ha llevado a reflexionar profundamente sobre la muerte. Creo que estamos acostumbrados a ver morir gente como si tal cosa, en los films de acción; pero en la vida, la muerte nos da mucho miedo. Lo cierto es que no me preocupaba la negrura del tema o su probable impopularidad, sino más bien tratar de estar a la altura. Me gustó la idea de los distintos puntos de vista: la protagonista que administra la muerte, cada uno de los enfermos que la llama con sus sentimientos encontrados: temor, rabia, vergüenza, pena, religiosidad… La muerte de mi padre me llevó a advertir la dificultad de comunicarse con un enfermo que agoniza. Traté de hacer un film que me representara, aunque no autobiográfico. Como ciudadana no dudo de que debería existir una ley que permita a las personas que así lo deseen, morir con dignidad”.

Irene usa el dulce nombre de Miel para su tarea clandestina: administrar ese cóctel mortal (fuertes sedantes usados en veterinaria, que consigue vía México) que abrevia los sufrimientos de enfermos incurables. El film arranca sin vueltas, con una escena de Miel en plena acción. Y a través de su desarrollo, la realizadora da pruebas de gran delicadeza para aproximarse a la misteriosa Miel, a esos personajes que se vuelven sus pacientes: una mujer muy vieja en fase terminal, un joven con una enfermedad genética irreversible, un hombre maduro condenado a la degeneración física. Miel es la gentil oficiante de estas ceremonias fúnebres que contrapone  a su actividad física (nada, anda mucho en bicicleta) y a sus encuentros eróticos. Ella parece tener claro que con su asistencia a pacientes físicamente muy afectados, cumple funciones necesarias con honestidad. Hasta que un día se produce un encuentro extraordinario: se topa con un intelectual desencantado que con su amarga lucidez patea el ordenado tablero de la muchacha. El hombre le hace creer que está enfermo, ella descubre que está sano pero que ha perdido todo deseo de vivir. Carlo, bastante mayor que Miel, se hace amigo de ella. “Irene-Miel entiende entonces que la edad no garantiza que seas joven”, comenta VG.

El film Miele fue seleccionado para la sección Un Certain Regard, del Festival de Cannes, donde obtuvo el premio Ecuménico y comentarios muy favorables de la crítica. Miele se exhibió en Buenos Aires, en una muestra del cine peninsular organizada por la Embajada de Italia y el Instituto Italiano de Cultura, pero no llegó a salas comerciales locales este film que, según su autora, “pese a la temática, es una obra optimista. Hablar de la muerte fue para mí una excusa para hablar de la vida”.

MS/MG

Trailer https://www.youtube.com/watch?v=LAHg7WBatVA 

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