Esther Cross: “‘Frankenstein’ retrata miedos que también tenemos ahora”
El comienzo fue un corazón envuelto en papel. Esther Cross encontró la escena en una biografía de Mary Shelley: cuando falleció su esposo Percy, la autora de Frankenstein conservó su corazón y decidió tenerlo con ella como una reliquia hasta su propia muerte. Ahí donde nadie se detuvo demasiado, tal vez por pudor o para no caer, como sostiene Cross “en algo que para algunos biógrafos entraba en la zona del chisme”, la escritora argentina encontró la punta de un hilo. Un entramado que la llevó a seguir recuperando escenas increíbles de la vida y de la obra cumbre que Shelley escribió con apenas 18 años y también de una época de medicina clandestina, de robo de cadáveres en pos de supuestos avances científicos, de terrores cotidianos y extravagantes, y de escritoras pioneras que decidieron meterse con los muertos y con los monstruos.
Con todo ese material, y después de una búsqueda monumental entre biografías, diarios y todos los registros posibles, Cross escribió La mujer que escribió Frankenstein, un libro inclasificable y excepcional que se publicó por primera vez en 2013 y que vuelve ahora de la mano del sello Editorial Minúscula.
“Yo había leído Frankenstein varias veces y estaba escribiendo una novela sobre la creación de un robot. Entonces empecé a leer y a releer libros que tuvieran que ver con ciencia ficción, pero sobre todo con esta idea de crear un ente. Una se arma una especie de biblioteca que rodea a un libro y así fue que releí Frankenstein. La versión que releí en ese momento venía con una biografía acotada de Mary Shelley, de esas que siempre acompañaban los clásicos. Ahí aparecía el dato de que cuando Percy Shelley murió a Mary Shelley un amigo le había dado el corazón. Y ahí inmediatamente largué la novela y me puse a leer sobre ella, Me di cuenta de que yo no había reparado en ella, en la autora de un libro tan importante como Frankenstein. Fue impresionante. Y empezar a leer sobre ella fue un deslumbramiento”, relata Cross ante elDiarioAR.
– Era y sigue siendo muy impactante la imagen, una de las grandes escritoras góticas de la historia guardando un corazón entre sus pertenencias.
– ¡Claro! Tenía enfrente esta idea de que la mujer que había escrito una novela sobre un monstruo que está hecho de partes de cuerpos, guardaba una reliquia física y tan impresionante, de su marido. Más adelante me di cuenta de que obviamente ella había llevado como a una especie de colmo algo que pasaba en su tiempo que era esto de las reliquias. Que estaba antes de su época y que después siguió. Pero ella lo vio y lo magnificó y lo amplificó. Y con el tiempo pensé en esta relación, esto de qué hacer con la muerte o de qué hacer con los recuerdos y la naturaleza física de los recuerdos. Estaba todo resumido en ella, en su ficción y en su vida.
– Sobre la ficción te quería preguntar por el epígrafe que elegiste de Thomas Laqueur que dice “La historia de los muertos y la muerte es la historia de la imaginación”. Atravesar La mujer que escribió Frankenstein también es de alguna manera atravesar la pregunta sobre de dónde viene la imaginación o de dónde viene la ficción. ¿Fuiste pensando en esto de alguna manera o te cambió la idea que tenías sobre esto al ir atando los episodios de la vida de Mary Shelley?
— En el caso de Mary Shelley es impresionante cómo se une todo en el prólogo que ella hace a la tercera edición de Frankenstein cuando dice “nada se crea desde la nada sino sobre materiales que están en un estado de caos y después todo eso se va uniendo”. Es muy impresionante que ella use la palabra “materiales” ahí. Es esto que pasa con la imaginación, que siempre implica asociar elementos o partes. Y ella usa la palabra “materiales” en ese texto que es la misma palabra que usa el doctor Frankenstein en la novela cuando se refiere a cómo hace al monstruo. Me interesó esta idea de revivir algo que son partes, partes de algo que ya estaba. Por eso a veces creo que la imaginación de un escritor tiene que ver con lo que leyó, con lo que vivió. Y lo asocié con los recuerdos como textos que hay que revivir. Para mí fue una lección esta forma que ella tenía de ver y pensar la imaginación. Es lo que se refleja en el libro en cómo arma el médico al monstruo: esta idea de suturar y de juntar partes.
– Algo curioso de tu libro es que resulta un poco inclasificable. Es una biografía y a la vez, no, se trata de escenas justamente suturadas. Hay un personaje que es el centro, pero ella y los que la rodean traen toda una época encima, con médicos, profanadores de tumbas y ladrones de pedazos de cuerpos. ¿Cómo trabajaste el libro en términos de género? ¿Querías hacer una biografía tradicional?
— Como buena obsesiva conozco el problema de la obsesión, que es terrible: sé que tengo la capacidad de rata de biblioteca de llegar a formar una pila de apuntes y de lecturas enorme y eso puede llegar a paralizar la escritura. Entonces, como era tal el entusiasmo con el tema, dije “voy a ir escribiendo a medida que voy leyendo”. Eso por un lado. Después, soy una lectora fanática de biografías, y para mí la biografía es el género de todos los géneros en un punto. Pero sabía que no iba a intentar una biografía tradicional de Mary Shelley porque ya hay biografías de ella y muchísimo material. Y también porque es un género que a mí me excede. Además porque creo mucho en esto del perfil biográfico, que es lo que terminó saliendo. Me gustaba esta idea también porque empecé a encontrar, por ejemplo, mucho material académico de Mary Shelley y los ladrones de tumbas, de Mary Shelley y el romanticismo, de ella y el galvanismo, de todo. Entonces me atrapó esta intersección y una idea que tenía Virginia Woolf. Ella decía qué sería interesante contar la vida de un escritor viendo y poniendo el acento no sólo en lo que pasa en el famoso cuarto propio, sino en lo que está pasando afuera de su ventana. Y cómo es esa relación entre lo que pasa en su vida y lo que está pasando afuera de la casa. En el caso de Mary Shelley, esa relación estaba tan entretejida y era tan fuerte que la apuesta fue esa. Era ir por ahí. Y también me gustaba en ese sentido que fuera como algo breve, casi como un homenaje, como un saludo. Como si fuera un pantallazo.
— El libro originalmente salió hace más de una década y recupera datos y da cuenta de Shelley, de otras escritoras y de su madre como mujeres pioneras en sus roles. ¿Creés que el libro se puede leer ahora en una clave todavía más feminista, si se quiere, con todo lo que ocurrió en estos diez años alrededor de los feminismos?
— Después de escribir el libro y de que saliera yo me quedé muy enganchada con ella y seguí leyendo. Con el tiempo lo que me pasó a mí misma fue que yo empecé a encontrar en los diarios de ella que releía datos que tenían que ver con esto que decís. Por ejemplo, a ella le hacían reclamos cuando empieza a surgir un movimiento incipiente de escritoras y le piden que escriba algo que tenga que ver con los derechos de la mujer. Ella tenía apenas 25 años o poco más. Era muy retraída, muy reservada, y ella contesta en esa oportunidad que prefiere guardarse para no desmerecer el debate. Que se siente muy exigida por ese pedido, que es escritora y no está hecha para el debate porque en una discusión acalorada su mentalidad de escritora de ficción la preparó para ponerse en el lugar del otro. En esas situaciones, cuando tiene que salir al ruedo de la polémica, eso hace que ella pierda, que tenga una asimetría en contra de ella. Porque se pone en el lugar del que discute y eso le provoca a ella una dificultad y una debilidad en la discusión. Otro gesto así aparece en una carta de Claire Clermont, la hermanastra de ella, que dice que ella demostró todo su apoyo a los derechos de la mujer en la práctica. Mary Shelley de hecho ayudaba a varias escritoras que recién empezaban, las llevaba a los editores. Ayudó a más de una que escribió vestida de hombre para poder publicar. Los diarios me ayudaron a ver que con su vida ella trató de que hubiera una coincidencia entre lo que ella pensaba y cómo vivió ya convertida en algo así como una escritora profesional.
– Al repasar la vida de Shelley, tu libro también da cuenta de los terrores de la época en que vivió y sobre lo que ella y los escritores que la rodeaban también escribían. Están todas las cuestiones que tienen que ver con la medicina, lo tétrico de los profanadores de tumbas, los avances supuestos de la ciencia, los misterios del cuerpo. ¿Creés que algo de esos terrores dialoga con los de nuestros tiempos?
– Por un lado creo que el gran acierto de ella creo que tiene que ver con poder conectarse con algo que no es del todo emocional. Ella lo dice en el prólogo de la tercera edición de Frankenstein cuando habla de los experimentos de la época. De los experimentos de Darwin, por ejemplo, ahí dice algo así como “yo no hablo de lo que se hacía sino de lo que se decía que hacían”. Y ahí también dice que para escribir una historia de terror ella tiene que transmitirle al lector algo que a ella misma le heló la sangre. A mí me hizo acordar de una frase de Séneca que dice que “el que asusta a los otros tiembla”. Y creo que no en vano, enganchando con la pregunta, Frankenstein es considerada la primera novela o una de las primeras de ciencia ficción. Pero no porque se relacione con la ciencia, una lectura que para muchos es muy lineal, sino porque en este traspasar los límites del cuerpo humano que propone el libro, también porque aparece la pregunta por el destino de todos. Lo dice Stanislaw Lem: no es que solo hay que preguntar por el destino del personaje, sino qué va a pasar con todos. Entonces sí, hay un enrarecimiento del cuerpo humano y ahí sí puede tener que ver la ciencia y en ese sentido creo que Mary Shelley tiene mucho que ver con lo que está pasando ahora, sobre todo en los límites que parecen ir corriéndose. ¿Dónde está el futuro o esto que se llama futuro? El futuro que puede ser terrible es presente, este presente. Entonces sí, Frankenstein retrata miedos que también tenemos ahora.
– Resuena también, en el libro y en lo que decís ahora, esta pregunta alrededor de qué es lo humano. Y el temor porque se empiece a correr el límite o que de manera artificial, como con la inteligencia artificial, se puedan ir suplantando funciones, tareas, características propias.
– Totalmente. A la vez Frankenstein plantea algo que es también lo que decía Steiner cuando se pregunta por qué una persona que puede estar escuchando música clásica después puede ir y dirigir un campo de concentración. En Frankenstein lo que pasa es eso, porque el monstruo es el asesino y es un ente, es una criatura muy refinada que lee, que puede hablar, que puede pensar. Que conmueve, de hecho, de a ratos. Y el doctor Frankenstein llega por muy buenas motivaciones a hacer lo que hace y también lo razona mucho. Entonces esta pregunta sobre qué es lo humano también está en la novela y está muy vigente en nuestros miedos y en nuestros monstruos actuales. Ahora asistimos al crecimiento de otras tecnologías, pero lo que está ahí abajo es parecido.
AL/MG
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