Más “energía masculina” en las empresas y un gobierno de machos alfa: Mark Zuckerberg y Elon Musk pelean para liderar la reacción “bro”
En el mundo 'post Me Too', el feminismo fue demasiado lejos. La balanza se inclinó tantísimo hacia un extremo que es necesario reequilibrar. Centrarse, otra vez, en lo importante. Dejarse de complejos y decir las cosas como son, basta de corrección política. Darle a los hombres la posibilidad de vivir su masculinidad de siempre sin tantas tonterías.
Lejos de ser una sátira, esta podría ser la descripción de un pensamiento que recorre las sociedades y que aúpa a líderes –políticos, sociales, empresariales– que difunden un relato reaccionario y conservador, y que seducen a hombres jóvenes y no tan jóvenes. Su objetivo: el poder, en su sentido más amplio, y mantener el statu quo de siempre, aunque quizá con otras palabras. Para muestra, Donald Trump y su victoria en Estados Unidos. O el lugar que están ocupando dos de los hombres más ricos y poderosos del mundo: Elon Musk y Mark Zuckerberg.
El fundador de Facebook se quedaba a gusto esta semana durante una entrevista en el podcast de Joe Rogan, uno de los agitadores conservadores y neomachistas más seguidos del momento. Zuckerberg aseguraba que hace falta más “energía masculina” en las empresas frente al auge de compañías “culturalmente castradas”: “La cultura empresarial se volvió algo así como más debilitada, y solo lo sentí cuando me metí más en artes marciales, que todavía es mucho más masculino”. El tópico es casi completo, porque Zuckerberg menciona a sus hermanas y a sus hijas para asegurar que la energía masculina es buena y que necesitamos más de eso.
La base de su reflexión ya es un estereotipo de género: la idea de que existen dos energías, dos formas de ser, que corresponden de manera inherente, natural, a hombres y mujeres, respectivamente. Es el mismo argumento que históricamente ha servido para atribuir roles de género a unos y otras, para repartir y negar derechos, libertades, significados y recursos, para crear jerarquías sociales, solo que con un halo de misticismo energético que ahora suena hasta moderno. Que lo masculino y lo femenino sea una construcción social –el género– da igual: lo importante es buscar la manera de perpetuar un relato de la diferencia y la subordinación aparentemente inocente pero cargado de intenciones.
El cambio que amenaza el orden
La intención es frenar el cambio, porque es el cambio el que amenaza el orden en el que estos hombres blancos heterosexuales ricos ganan y tienen poder en todos los sentidos. Para seguir ganando necesitan sumar a otros hombres, otros que no necesariamente son blancos o heterosexuales, ni mucho menos ricos. Por eso, Mark Zuckerberg o Elon Musk están esforzándose en encarnar una masculinidad que suene a algo conocido y reconfortante para un montón de hombres: si sus principios, intereses o condiciones de vida están alineadas con las propuestas de estos empresarios no es tan importante como la camaradería 'bro'.
Los estereotipos que sobrevuelan a las declaraciones de Zuckerberg son los mismos que sostienen las afirmaciones que Elon Musk, el hombre más rico del mundo y mano derecha de Trump, fue haciendo en los últimos tiempos. Musk propuso un gobierno de “hombres de alto estatus”.
Una cosa es decir que queremos hacer un ambiente agradable para todos en las empresas y otra es decir que la masculinidad es mala y creo que, culturalmente, nos hemos inclinado hacia ese lado del espectro
Hace unos meses, el magnate compartía un texto en redes que planteaba que “sólo machos alfa T [es decir, con altos niveles de testosterona] y personas neurodivergentes son capaces de cuestionar información nueva. Por ello una República liderada por machos es mejor en la toma de decisiones. Democracia sí, pero una democracia exclusivamente para quienes son libres para pensar”. Aquí la energía masculina se disfraza de hormonas y de un discurso aparentemente científico pero falaz que sirve para justificar la supremacía de los hombres.
Es una guerra de sexos
La estrategia 'bro', que tuvo mucho que ver con el triunfo de Trump en las elecciones de noviembre, ofrece un sentido de pertenencia a hombres que no tienen 8M ni marchas o grupos de mujeres, un refugio en el que se les da comprensión ante un mundo hostil y en el que se les alienta a ser lo que han aprendido frente a los discursos del cambio que pueden desconcertar o incomodar. “Una cosa es decir que queremos hacer un ambiente agradable para todos en las empresas y otra es decir que la masculinidad es mala y creo que, culturalmente, nos hemos inclinado hacia ese lado del espectro”, decía también Zuckerberg, que confunde masculinidad con hombres y alimenta el mantra del 'hemos ido demasiado lejos'.
Según ellos, nuestros derechos son ideología y lo suyo una especie de orden natural en el que prima una definición muy concreta de libertad
El feminismo critica y cuestiona la masculinidad –que no solo reproducen los hombres, sino que toda la sociedad alienta con sus expectativas y estereotipos– como una máscara cultural que se construye sobre la agresividad, la competencia, la represión emocional, o la dureza y que tiene perjuicios, también, para los propios hombres. Pero el discurso de Zuckerberg, de Musk, de Trump o de los agitadores machistas es que son los hombres en sí mismos los que parecen estar en peligro y necesitan un rescate frente a una ola injusta y peligrosa que quiere imponer sus ideas. Atacan al feminismo por alentar una guerra de sexos (una idea nada nueva, tiene ya unos siglos) cuando son ellos quienes promueven esa noción de unos contra otras, de batalla y división. Según ellos, nuestros derechos son ideología y lo suyo una especie de orden natural en el que prima una definición muy concreta de libertad.
Más allá de gestos y declaraciones, hay acciones. Por ejemplo, que Meta siga los pasos de Donald Trump y Elon Musk respecto a los programas independientes de verificación de datos y hable de “censura” para justificar la difusión de fake news. O que cambie las reglas de moderación para permitir ataques e insultos al colectivo LGTBI. “Vamos a simplificar nuestras políticas de contenidos y a eliminar un montón de restricciones sobre temas como la inmigración y el género que no están en consonancia con el discurso dominante. Lo que empezó como un movimiento para ser más inclusivo se ha utilizado cada vez más para acallar opiniones y dejar fuera a personas con ideas diferentes, y esto ha ido demasiado lejos”, aseguraba Zuckerberg que, sin embargo, no nos explica por qué las imágenes de un parto o unos pezones pueden censurarse, ni por qué el contenido feminista tiene más dificultades para llegar a más usuarios en sus redes sociales. Meta también ha eliminado sus equipos de diversidad.
Una cosa está clara. El lunes Donald Trump toma posesión como presidente de EEUU y ni Elon Musk ni Mark Zuckerberg parecen tener pensado romper el pacto de caballeros sino más bien lo contrario. En juego está la protección del presidente a sus negocios, la cadena que hace posible que sigan controlando cada vez más porciones de la torta y ganando más dinero. Aunque siempre, claro, con sus 'bro' en el corazón.
0