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Panorama Político

Amnesia premeditada, usinas pendencieras y opositores espectrales en la Argentina de Milei

Santiago Caputo, Gerardo Werthein y los hermanos Milei, en noviembre pasado, en Washington

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La narrativa oficialista consolidada estableció que las agobiantes consecuencias sociales de la devaluación de 54,3% de diciembre pasado y los sablazos posteriores no son computables a una decisión tomada por los hermanos Milei a días de asumir, sino al “desastre que dejó el kirchnerismo”.

Las inconsistencias con las que llegaron Alberto Fernández, Cristina y Sergio Massa al final de su mandato fueron severas, atribuibles tanto a una sucesión infrecuente de catástrofes (deuda heredada, pandemia, guerra de Ucrania, sequía) como a la irresponsable interna peronista y la extendida mala praxis de la gestión.

No obstante, la magnitud de una devaluación con pocos precedentes, la negligencia premeditada para mitigar sus efectos y la transferencia de ingresos de pobres a ricos tutelada por el Gobierno fueron una obra consciente y propagandizada por el Topo que llegó para destruir al Estado. No cabe restarle a Milei el mérito que le corresponde.

De un plumazo, el relato ultra borra cualquier responsabilidad en un economista cuyas elucubraciones del tipo “17.000% de inflación plantada” son propias de un ignorantista; es decir, alguien que no sólo incurre en la ignorancia, sino que la promueve.

La tendencia negadora lleva a arrebatos propagandísticos como el difundido en la semana por un reconocido matutino. “En lo que va del año, los salarios le ganan a la suba de precios”.

El relato ultra borra cualquier responsabilidad en un economista cuyas elucubraciones del tipo “17.000% de inflación plantada” son propias de un ignorantista

El dato es erróneo de por sí, pero se transforma en una obra propia de una usina de engaño al omitir el primer mes de los Milei en Casa Rosada, cuando se llevaron a cabo medidas que determinarían el curso económico de todo el año. Esta vez, las huestes de Santiago Caputo en Twitter no tacharon al Grupo Clarín de “ensobrado” ni de estar “nervioso” por alguna medida en el rubro telecomunicaciones, sino que se dedicaron a reproducir la antojadiza interpretación.  

Esa tapa no define la postura que hoy tiene el Grupo Clarín ante el Gobierno; más bien, expone las vertientes contradictorias en su seno, en un tiempo en que algunas miradas avizoran los riesgos de hacer seguidismo de un Ejecutivo como el de Milei, tanto por su génesis cada vez menos disimulable de ultraderecha como por el riesgo de que la aventura económica termine mal. Esa tensión, indica una fuente del Grupo, hoy se dirime en las páginas y en las pantallas. Con el prime time de sus medios audiovisuales en manos de favoritos de Milei para hacerse entrevistar, los intentos de diferenciación reman desde atrás, razona la voz crítica.

Calendario propio

En una lógica que dedica esfuerzos desmesurados a ganar el relato (tendencia de época), el comienzo y el final de los mandatos de los gobiernos neoliberales no parecen medirse con el calendario gregoriano.

Macri sentó las bases de un cómputo hilarante. El presidente conservador esperó hasta septiembre de 2016, diez meses después de asumir, para soltar: “Yo acepto ser evaluado en si pudimos reducir la pobreza, y éste es el punto de partida. Lo otro son excusas”. La referencia del mandatario era al 32% de pobreza registrada por el INDEC en el primer semestre de ese año, que había crecido varios puntos desde el fin del Gobierno de Cristina, producto del levantamiento del cepo y la consecuente devaluación.

Ese Gobierno que —según Macri— empezó diez meses más tarde de lo establecido terminó a su vez antes de tiempo. El macrismo y sus terminales mediáticas sentenciaron que la aceleración de la inflación y la pobreza de 2019 se debió a la volatilidad disparada por la victoria de los Fernández con el Frente de Todos en las primarias de agosto de ese año. Si no es “el desastre” heredado, es “el desastre” por venir.

Aunque se diga poco, el principal problema con el que deben lidiar el Gigante y el Coloso es el legado de su experimento con Macri

Cualquier semejanza con la realidad acontecida ocho años más tarde es atribuible a la mera coincidencia, o a que Federico Sturzenegger (el Coloso) y Luis Caputo (el Gigante) fueron ejecutores centrales de la partitura con Cambiemos y ahora lo son bajo La Libertad Avanza, como si nada hubiera pasado.

La amnesia premeditada se extiende a un asunto que hace a la esencia de los gobiernos de ese estilo. La deuda de los Gobiernos peronistas es medida en términos nominales y traducida a dólares según la cotización oficial; la de las gestiones liberales, en relación al PBI y al tipo de cambio paralelo. Inflador en un caso, maquillaje en el otro. Buen intento, pero la deuda está ahí, y aunque se diga poco, el principal problema con el que deben lidiar el Gigante y el Coloso es el legado de su experimento con Macri.

El círculo turbio

Una voz con experiencia de gestión y llegada fluida tanto al ala política del Ejecutivo y al expresidente Macri alerta sobre el error reiterado de machacar en artilugios discursivos, con las redes como campo de batalla. “Que Santiago Caputo sea una de las personas más importante del Gobierno y dedique tiempo a ordenar que no enfoquen a Mauricio en Tucumán es preocupante. Ya sabemos cómo nos fue con Marcos (Peña) con obsesiones de ese tipo”, señala.

El mecanismo de toma de decisiones concentrado en los Milei y Caputo, con un segundo círculo en Sturzenegger, el jefe de Asesores, Demián Reidel, la ministra Sandra Pettovello, el hacedor Eduardo “Lule” Menem y personajes que no valen tanto por su aporte programático como por sus relaciones sórdidas, es motivo de críticas generalizadas en la administración libertaria. Algunas de esas observaciones se originan en el deseo frustrado de integrar ese círculo y otras, en el desasosiego por la falta de una articulación elemental y la parálisis en todo lo que no sea motosierra.

Hablar en público, atender emergencias, evitar la dilapidación de recursos por la mera inacción o coordinar políticas con provincias y actores sociales implica el riesgo de salir eyectado. La única garantía de pasar el filtro de un Presidente que decide en función de lo que ve en Twitter y el excel de Economía es la motosierra. Los funcionarios que pueden se esconden a la espera de alguna orden; los más inescrupulosos, aplican hachazos que liquidan vía una publicación del boletín oficial al cine argentino, el sistema científico o la entrega de alimentos a los más necesitados.

La discusión desatada sobre la integración de las listas electorales mileístas en 2025 es a todas luces prematura, pero refleja la dificultad para definir el contorno oficialista.

Los funcionarios que pueden, se esconden a la espera de alguna orden; los más inescrupulosos, aplican hachazos que liquidan vía una publicación del boletín oficial al cine argentino o el sistema científico

Lo que sea que se llame oficialismo para una elección crucial que, según el Presidente, abriría las puertas a unas cuantos miles de leyes que hoy resisten (?) las “ratas” del Congreso, deberá contener a una multitud de facciones cuyos perfiles son difusos.

Demasiadas facciones, pocas sillas

Una persona con vínculo directo con Milei apunta la multiplicidad de aspirantes para los cargos en pugna: los beneficiados con el dedo de Karina, Lule y el armador en la provincia de Buenos Aires Sebastián Pareja; los sellos variopintos sobre los que se montó La Libertad Avanza en 2021 y 2023; los berretines propios de Milei; conversos del peronismo como el tucumano Osvaldo Jaldo y el catamarqueño Raúl Jalil; personalidades con vuelo y presupuesto propios como José Luis Espert; radicales derechizados de provincias como Mendoza, Corrientes y Córdoba. Por si todo fuera poco, el PRO, dividido en una facción oficial, a cargo de Macri, y lo que arrastre Patricia Bullrich en la enésima reconversión política de su vida.

La arquitectura de ese entramado luce desafiante para la secretaria General de la Presidencia. Espert, que pasó por los estatus de socio, enemigo innombrable y “profe” para el planeta Milei, ya avisó que reclama el segundo lugar detrás de sí en la lista bonaerense para su jefa de despacho, Jimena Aristizábal. La persona que narra los pormenores transmite una única seguridad: “Victoria Villarruel no va a poner ni medio nombre”.

El tironeo no es menor, porque si algunas de las facciones oficialistas y paraoficialistas encuentran espacio para ir por la suya, fuera de la estrategia de la mesa chica gubernamental, por lo tanto, restándole votos probables, la declaración de victoria a la hora del escrutinio será problemática.

Así están las cosas entre Bullrich y Macri. “Patricia sabe a la perfección lo que significa traicionar, pero todos también saben que ella traiciona, por eso no existe el denominado bullrichismo. A ella, ser candidata a senadora es lo que menos le interesa, pero va a tratar de incidir en las listas”, dice la fuente cercana al fundador del PRO antes mencionada.

De Peña a Caputo

La línea de continuidad económica entre Cambiemos y La Libertad Avanza tiene un correlato en el mundo del ciberpatrullaje.

El macrismo fue un beneficiado —no está probado si voluntario o involuntario— de Cambridge Analytica, la empresa londinense que trabajó en 2015 “para un cambio político en Argentina” a través de una compra ilegal de los datos privados de Facebook. La arqueología del PRO encuentra a la consultora de Jaime Durán Barba a cargo de call centers de campaña sucia, mientras varios tuiteros reales o anónimos, notorios por su corrosividad y militancia del escarmiento 24/7, terminaron revelándose como orgánicos del macrismo.

Pasado el tiempo, unos cuantos trolls en jefe dejaron de sentirle el gusto a las redes, como si se les hubiera acabado un contrato. Otros montaron consultoras y algunos se reconvirtieron al mileísmo.

Santiago Caputo nació profesionalmente en el mundo Durán Barba y más recientemente fue socio de Derek Hampton, el principal estratega de Patricia Bullrich durante la campaña. Ese vínculo, muy vigente hoy, es otro elemento que el frenesí antibullrichista de la vieja guardia del PRO señala como sospechoso. “Se supone que en la campaña tenían objetivos distintos, ¿no?”, preguntó la persona crítica de la ministra.

La corrosividad orquestada durante los años de Cambiemos se transformó en acoso delictivo con Milei. Las cuentas de Juan Doe (Juan Pablo Carreira), SnakeDocLives (probablemente, Santiago Caputo) y Gordo Dan (Daniel Parisini), por citar tres francotiradores, son un compendio de amenazas e insultos, que sintoniza con amedrentamientos físicos reales e invasiones a la privacidad, según demostraron notas periodísticas recientes, como la de la revista Crisis.

Caputo y Carreira son funcionarios que merodean el despacho presidencial; Parisini, un matón de las redes y “gran tuitero”, en la valoración del vocero Manuel Adorni. El Gordo Dan no sólo es socio y cara visible del canal de streaming Carajo (lado B del antimileísta Blender), sino que es mencionado en público por funcionarios fieles a Caputo como un probable alfil de la renacida Secretaría de Inteligencia.

Un día Milei acusa al principal negociador del FMI de ser "comunista", y al otro, el ministro dice que la directora gerente, Kristalina Georgieva, es la mejor de la historia del organismo

Miradas como la citada que se reivindica como oficialista y conoce bien a Milei advierten sobre la fragilidad de la exacerbada apuesta por la toxicidad de las redes. “Quiero ver cómo estamos en 2025. No sé qué dicen las encuestas, pero nosotros tenemos que mostrar resultados al mundo pyme, agropyme y a los empleados informales. Hasta ahora, no les mostramos ninguno”.

Ausentes en la tormenta

Los números de la caída en todos los aspectos sensibles de la economía son elocuentes. La recesión no se detiene y la recuperación, cuando llegue, será paulatina, de acuerdo al rústico plan de “secar la plaza de pesos” como monorreceta para contener la devaluación y la inflación. Las dudas sobre la encerrona en la que se está acomodando Caputo con el atraso cambiario, postergaciones de pagos de energía e importaciones, y una alquimia infinita de instrumentos de deuda campean, sobre todo, en el mundo de los economistas ortodoxos. La tabla de salvación que llegaría vía el FMI es una incógnita.

Un día Milei acusa a su principal negociador de “comunista”, y al otro, el ministro dice que la directora gerente, Kristalina Georgieva, es la mejor en la historia del organismo. Si hay desesperación, que no se note tanto.

Las penurias sociales y la estrategia divisiva de Milei apuntan la mirada hacia la dirigencia opositora.

Desde siempre, la política se hace también con personajes menores; saltimbanquis y líquidos que se mueven con la corriente y sólo se alteran por el cálculo propio: su quinta, su contrato, su ingreso, los votos de su pago chico. Son fusibles que ayer alertaban sobre los graves peligros que representaba Milei y hoy reclaman prestar atención al pedido de “cambio que votó la gente”. Mañana, esa media docena de gobernadores que se cruzaron de bando hará otra pirueta, si hace falta, y hasta Daniel Scioli creerá ver otra oportunidad.

Mientras varios de sus funcionarios siguieron de largo y pasaron a colaborar con el Gobierno ultra, Massa exploró la actividad profesional en el mundo de los fondos de inversión, de cuyas relaciones siempre se jactó

Dos de los referentes principales del peronismo creen que es momento del silencio. Sin embargo, no se retiran. Mueven fichas, marcan el terreno, sacan tarjeta, obturan. No están, pero están.

Sergio Massa acaba de ser candidato con el apoyo de un peronismo unificado. Como él mismo reconoció durante la campaña presidencial, recibió el voto pragmático de un porcentaje importante de ciudadanos que le desconfiaban a su persona, pero estaban angustiados por la amenaza de Milei.  

Esa corriente de adhesión no conmovió al candidato y exministro de Economía. Mientras varios de sus funcionarios siguieron de largo y pasaron a colaborar con el Gobierno ultra, Massa exploró la actividad profesional en el mundo financiero, de cuyas relaciones siempre se jactó.

Sus adversarios hablan del “desastre” que dejó Massa. Los errores en un contexto difícil y un devaluación empujada por el FMI y obedecida por el Ejecutivo de Alberto Fernández al día siguiente de las primarias empujaron un final con aspecto de estampida. El manotazo electoral de eliminar el impuesto a los altos ingresos (Ganancias) puso rúbrica a una imagen de irresponsabilidad y oportunismo.

Habría un argumento a poner sobre la mesa. Massa debió lidiar con la sequía, con la pelea extenuante entre Alberto y Cristina, y con la deslealtad extrema de un rival que anunciaba la dolarización con métodos terraplanistas y aconsejaba huir del “excremento” que era el peso. Esa promesa a pasos de las presidenciales expone la crueldad del economista ultra con los que menos tienen, prolegómeno de la que sería su acción de Gobierno.

Con contadas apariciones públicas y sin que se le escuchara a la voz, el excandidato presidencial de Unión por la Patria viene postergando hace meses la presentación de un libro sobre sus 16 meses en el Palacio de Hacienda. Cada tanto, Massa esboza alguna aclaración a través de funcionarios que lo acompañaron en la gestión y realiza algún movimiento del Frente Renovador para marcarle la cancha a Axel Kicillof.

La silente estelar es Cristina Fernández de Kirchner. Sus pinceladas aparecen para aludir a las causas judiciales que la involucran y denunciar la vergonzosa investigación que lleva adelante Comodoro Py por el intento de magnicidio del que fue víctima. También dedica algún esfuerzo para reivindicar su infalibilidad y la de su hijo, con relatos maniqueos y desprovistos de cualquier contexto. Cuando cada tanto refuta la política económica de Milei, apela a una retórica afable, infrecuente en la enjundia que se le conoce. Es sabido que los Kirchner creen que es mejor no confrontar y así se lo hicieron saber a Kicillof, hasta que comprendieron que el gobernador bonaerense piensa distinto. Más allá de eso, algún estiletazo a Alberto Fernández y la obsesión con que el déficit fiscal no genera inflación, para desconcierto de propios y solaz ajeno.

Cristina dice que promueve un gran acuerdo nacional que permita superar la lacerante restricción de dólares que padece la economía argentina.

Durante cuatro años, la entonces vicepresidenta limó a diario el Gobierno que integraba y estaba presidido por quien había sido alguien, se supone, tan cercano como su exjefe de Gabinete. La Cámpora, brazo político cristinista más genuino, está entretenida en una guerra en sordina contra Kicillof.

Así las cosas, resulta que Cristina quiere alcanzar grandes pactos con quienes creen que “la justicia social es una aberración” y le anuncian a los cuatro vientos que la quieren ver presa porque fue “la presidenta más corrupta de la historia”. Los Kirchner no se privan de preservar puentes con Guillermo Moreno, un Milei versión justicialista auspiciado por algún mecenas desinteresado.

En la Argentina de hoy, el Estado se reivindica como enemigo de las comunidades indígenas, miles de trabajadores del Estado son despedidos a la vez que estigmatizados y personas que salen a protestar son encarceladas e imputadas de delitos graves. Reclaman las familias de los agredidos, los artistas, algún dirigente gremial y alguna cocinera de un comedor popular. También lo hacen un puñado de gobernadores, la izquierda y ciertos diputados y senadores, ante el silencio distraído de la mayoría dirigencial, si no se trata de complicidad abierta.

Una trama política mínima para un pueblo que padece sufrimientos mayúsculos.   

SL/DTC

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