El círculo vicioso de la gestión porteña: crear problemas para resolverlos
Causar un incendio para después apagar las llamas: el síndrome del bombero pirómano no es nuevo, pero adquiere otros terrenos y formas. Ahora también llegó a la Ciudad. Desde hacer campaña con la limpieza que al principio se frenó, hasta presentar un proyecto para cambiar el Código Urbanístico que creó el mismo partido. El heroísmo tendrá su retribución, con suerte en forma de aceptación y voto de quienes ignoran que el fuego y el agua vienen del mismo lado.
La Ciudad de Buenos Aires está sucia y huele mal. No es una sensación: es una observación hecha por porteños de uno y otro lado del arco ideológico, por turistas recién llegados, por visitantes regulares y ocasionales. La culpa no está de un solo lado, pero la solución sí parte del mismo lugar donde el problema surgió.
Si cuando Rodríguez Larreta abandonó la campaña la situación ya era preocupante, con la llegada del nuevo Gobierno porteño el problema explotó: bolsas de basura estalladas, desechos por todas partes, olor a pis en calles céntricas, suspensión de tareas de mantenimiento de veredas, demoras o cancelaciones en el retiro de residuos de distinto tipo más allá del reciente trabajo a reglamento por el negociado de las grúas.
Entre esos residuos están las ramas y troncos en veredas y calles que dejó el temporal de diciembre –culpables de caídas de peatones y ciclistas–, que fueron removidos semanas o meses después. También, los escombros domiciliarios con pedido de recolección programada, que fueron recogidos tarde o nunca, pese a los mails de aviso en los que se aseguraba que se había hecho.
Ante los reclamos y críticas, el Gobierno de la Ciudad respondió mostrando un cambio como si nada de lo anterior hubiera sido cosa suya. Fue poco antes de que se vencieran los primeros 100 días de gracia que históricamente se le otorgan a una administración nueva. Nunca se explicó el motivo del parate de higiene urbana ni bien se asumió. En su lugar, se optó por fingir demencia y montar una campaña de comunicación.
Así es como, desde febrero, las redes del Gobierno porteño se inundaron de fotos y videos de “operativos de limpieza intensiva”: camiones de recolección de basura levantando contenedores, operarios manguereando los andenes del subte, y otras escenas de trabajo cotidiano que todo municipio debería hacer siempre, sin que haya que darle una palmada en la espalda (o un cachetazo vía focus group).
Un mes después se redobló la apuesta, con la campaña “Orden, seguridad y convivencia”. En la calle, en el subte, en las redes y hasta en estadios de fútbol aparecieron retratos de “vecinos”, la mayoría adultos mayores. Debajo de sus fotos, demandas entrecomilladas: “Quiero una Ciudad limpia y ordenada”, “Quiero las calles de la Ciudad más limpias”. ¿Autocrítica del Gobierno porteño? ¿Negación? ¿Capitalización del “error”?
“Se están levantando ranchadas [sic], acampes y ferias ilegales”, “Se reforzaron los operativos de limpieza en calles”, “Se intensificó la desinfección y la limpieza de los contenedores”, se lee en las mismas piezas gráficas con tipografía de otro color, en calidad de respuestas a las citadas demandas. En ese panorama, no pude evitar preguntarme: ¿se reforzaron los operativos de limpieza que el mismo Gobierno había “des-reforzado”? ¿Por qué una tarea que debería ser cotidiana se denomina “operativo”? ¿Por qué hubo que “reforzar” tres o cuatro meses después de haber arrancado la gestión? ¿Qué se hizo en el primer trimestre? ¿Con quién se comparan?
Otro bombero pirómano se vio en el entorno de las terminales de Retiro, aunque ahí el fuego jamás se apagó. Cinco días después de haber denunciado calles oscuras durante meses, vi el anuncio oficial con bombos y platillos y el retorno de las luces. Finalmente, era sólo una parte. A la altura de las terminales del Ferrocarril San Martín y de Ómnibus, sigue la penumbra en veredas y calles. Aquí el problema, más que la información parcial, es la inacción oficial que apila deterioro.
Es una práctica a la que ya nos habían acostumbrado los gobiernos de Larreta, cuya última titular del Ministerio de Espacio Público e Higiene Urbana, Clara Muzzio, hoy ocupa el asiento de vicejefa de Gobierno: anunciar obras y operativos de limpieza, iluminación y puesta a punto del entorno de Retiro, en lugar de que las labores de mantenimiento sean suficientes para no tener que pasar a mayores.
Con el Código Urbanístico pasa parecido. Tanto el original de 2018 como el proyecto de modificación enviado a la Legislatura la semana pasada fueron creados por el mismo partido. No sólo eso: la Secretaría de Desarrollo Urbano es liderada desde 2019 por el arquitecto Álvaro García Resta, el mismo que en 2018 era subsecretario de Proyectos de esa área. En ese contexto, despierta suspicacias que se hable de “cambio de perspectiva”, de “respetar la identidad de cada barrio”, de “no permitir más que en las zonas residenciales se construyan edificios que no cuiden la esencia de cada manzana”. ¿Cambió realmente la mirada? ¿Se trata de fingir demencia una vez más ahora que ya pocos piden “Coherencia por favor”? ¿La idea es crear un “wow moment” o “momento sorpresa”?
En marketing, se le dice “wow moment” a la sensación que experimenta un cliente cuando tiene un problema y este es resuelto rápidamente por la empresa. El “momento sorpresa” se debe a la gratitud que sobreviene a la efectiva resolución. Por eso la metáfora del bombero pirómano, tan usual en política, también es frecuente en negocios. Con cada crisis que resuelve, el heroico voluntario gana elogios y valoración.
Expertos en marketing explican que la gratitud puede nublar la percepción sobre el origen del problema. Los clientes, al sentirse agradecidos, tienden a olvidar o minimizar la molestia inicial y a ver la entidad como un salvador. Por eso algunos especialistas incluso aconsejan generar un problema –deficiencias en el servicio, elementos faltantes– para solucionarlo y estimular este sesgo de gratitud.
El bombero pirómano aprovecha este fenómeno. En ese marco, tengo varias hipótesis. ¿Hay sólo un intento de desviar la atención de las fallas de gestión? ¿O una maniobra calculada para reforzar una imagen de eficiencia y control urbano? En cualquier caso, hay un discurso que no se condice con la práctica. Y sí con el Gobierno nacional, munido de sus propios pirómanos bomberos, como su gestión de la inflación o su Emergencia Ferroviaria, un decreto que llegó después de retirar las partidas necesarias para que el servicio de trenes funcione adecuadamente.
KN/DTC
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