Democracia, apocalipsis y autos voladores: un paseo por los 80
1-La década retro
Antes de que se estrenara en cines, en los 80 circulaba en forma pirata el VHS de una comedia musical blusera, The Blues Brothers, que había inaugurado la década con una visión retro de la escena musical estadounidense. Dirigida por John Landis, tenía como protagonistas a John Belushi y Dan Aykroyd como los hermanos Jake Blues y Elwood Blues, tomados del programa de TV Saturday Night Live. Actuaban estrellas del rythm and blues, del funk y del soul como James Brown o Aretha Franklin.
Del mismo año es La laguna azul, con Brooke Shields, “la” belleza femenina que marcaría el estereotipo de la época, y que popularizó los chupines (entonces se decían bombilla), que en el tercer milenio iban a volver para quedarse. Las chicas también usábamos los baggy, unos jeans medio bolsa que se afinaban en los tobillos.
Los 80 fueron una década retro y aún hoy, cuarenta años después, domina lo que el periodista Simon Reynolds hace diez años llamaba retromanía en su libro homónimo (Caja negra, 2012), con el subtítulo: “La adicción del pop a su propio pasado”. Porque si hay algo ochentoso, es el pop.
La tecnología del VHS masificó productos audiovisuales y abonó la cultura de lo fast: el videoclub convivía con el laverrap, el paddle, la cultura del gym, el parripollo. Luca Prodan, con Sumo, cantaba: “No sé lo que quiero, pero lo quiero ya” (la letra era de Roberto Pettinato).
Así pudimos ver en la videocasetera, en casa, clásicos de los 70 como Taxi Driver (de Martin Scorsese), que acaba de estrenarse remasterizada en el cine Lorca, o la saga de El Padrino (Francis Ford Coppola) o la de Rocky (Sylvester Stallone en su esplendor), además de todo Hitchcock.
En 2022, el fenómeno de Fito Páez llenando estadios o el éxito de Argentina, 1985, el conocimiento que los millennials y los centennials tienen de la época, o la avidez por aprender, hacen pensar que el deseo de Reynolds de que dejemos de ser ochentosos de una vez por todas no se habría cumplido. Somos las madres y padres de los 80 (recuerden: la década que nos designa es aquella en la que teníamos 20 años) culpables de esa adicción.
2- Y los autos vuelan
Desde que estrenaron Blade Runner (Ridley Scott, 1982), con Harrison Ford, estuve esperando que los autos volaran. Eso iba a ocurrir en noviembre de 2019. No ocurrió. En cambio, como lo predecía la película, el futuro sí fue apocalíptico, un año después: la pandemia por COVID que no soñamos en los 80.
Sin embargo, el astrofísico Neil Degrasse Tyson (sucesor de Carl Sagan en la serie Cosmos) dice que nunca “habrá” autos voladores porque ya “hay”. Se trata de un concepto espacio temporal y la diferencia está en el tiempo verbal: presente versus futuro. Para el científico, la prueba de que los autos vuelan está: 1. en los helicópteros, 2. en puentes, túneles y autopistas y 3. en los trenes subterráneos. Aquí, el resumen de una entrevista con subtítulos en inglés.
Traduzco algunos conceptos:
- Un auto volador necesita el mismo espacio que un helicóptero para su ascenso y su descenso.
- Son igualmente ruidosos y modifican del mismo modo el terreno cada vez que echan a volar.
- Hablar de autos voladores es viajar en tres dimensiones, y para eso están los túneles y los puentes.
- Se construyen autopistas en distintos niveles: por eso el subte es la prueba definitiva de que los autos vuelan.
3- Un walkman clavado en la sien
Yo quería ser como Madonna. Iba escuchando “Like a virgin” en un walkman (el antepasado del discman, con cassette) vestida con una remera que dejaba ver la panza, pantalones verde chillón y un pañuelo en la cabeza como vincha. Claramente, nada de eso me hacía parecida a mi ídola, pero quién me quita lo soñado.
Nos hacíamos la permanente en el pelo y empezamos a usar peinados asimétricos, cortos de un lado, con puntas largas del otro, carré o corto a lo varón. Vinchas o viseras al mejor estilo tenista impuesto por Guillermo Vilas y Gabriela Sabattini hacían furor. El punk inauguró los pelos de colores y la onda dark.
No hay enumeración que dé cuenta de lo que fue el rock and pop de los 80: Michael Jackson, Prince, Queen, Depeche Mode, Simple Minds, Aha, Bon Jovi. Grace Jones. Whitney Houston. Cindy Lauper. The Cure. Talking Heads. Toto. Elton John.
En Argentina: Soda, Virus, Patricio Rey y Los redonditos de ricota (aka Los redondos), Los abuelos de la nada, Git, Zas, Vilma Palma (tienen esa canción que hizo furor antes de que los feminismos vinieran a renombrar las cosas: “Ella era un travesti”), Charly y sus Clics modernos. El disco Tango, con Pedro Aznar, y mi canción preferida: “Hablando a tu corazón”. Juan Carlos Baglietto, Fito Páez, Silvina Garré, Fabi Cantilo, Hilda Lizarazu.
La lista es una sábana eterna. Imposible completarla.
4- Vuelve la democracia
El 10 de diciembre de 1983, Raúl Alfonsín asumía como presidente democrático después de años de dictadura. La alegría dejaba de ser brasilera. No sabíamos qué hacer con toda esa libertad: no habíamos aprendido a usarla.
El Nunca Más, el Juicio a las Juntas: eso fueron los 80 en Argentina. Y también: el plan Austral y la hiperinflación.
El mundo nos miraba: La historia oficial (1985) se alzaba con el Oscar. Al año siguiente, Maradona les robaba la billetera a los ingleses con su mano mágica en el Mundial 86.
Íbamos a bailar a Palladium, fui a la inauguración de Cemento, donde Katja Alemann apareció montada en un caballo blanco. En el Parakultural, Batato Barea, Humberto Tortonese, Fernando Noy, se adelantaban a los reclamos del colectivo LGBTIQ+. El under mostraba esos otros vuelos: Las gambas al ajillo son un ejemplo claro. Talentos censurados por la dictadura emergían desde lo que se llamó la Universidad de las catacumbas para reinsertarse en la UBA. Retornaban las militancias y se producían las vueltas del exilio.
No todo era felicidad. También, tragedia. La sobreoferta de cocaína se instalaba en el circuito de consumos ilegales con un precio casi más bajo que el de la marihuana. En el verano marplatense, Alberto Olmedo se caía del balcón. Carlos Monzón mataba a Alicia Muñiz.
El mundo cambiaba: la perestroika en Rusia (desde entonces ex Unión Soviética) y la glasnost en Polonia marcaban el fin de una era. La década se cerraba con la caída del muro de Berlin.
Habían caído las ilusiones de un mundo viejo y el mundo nuevo no era el que habian soñado nuestros hermanos mayores.
Quedaba la retromanía.
Nos quedan los 80.
GS
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