Me fui, como quien se desangra: un adiós a Diego Rojas, el “trosko dandi”
El último posteo que subió Diego Rojas (Buenos Aires, 1977-2024) en su cuenta de Instagram es la foto de su brazo con una aureola de sangre, acompañada de una cita: “¡En Brazaville estamos todos y todas alucinados! La sangre se pone espesa como la del río Congo... Dicen que es el fantasma del emperador Leopoldo los aldeanos. Mira, aquí todos fascinados”. Congo River Letters, 1979, European Free Press Editions, Homenaje a Leopoldo.
En el posteo anterior, una cánula en la que circula sangre atraviesa el cuadro. Y otra referencia, previa: Congo River Letters, Belgium, XIX Century, Golden Europe… Habla del Congo Belga, habla de guerra, habla de sangre que se espesa, habla de un río, de cuerpos que no se nombran. Habla del color rojo.
Los dos posteos tienen la misma fecha: 5 de abril.
¿Entonces así se estaba despidiendo? ¿Con una adivinanza? En todo caso, algo queda claro y luego se confirmará: Diego Rojas era un gran, exquisito lector. Periodista, escritor, militante trotskista, amigos sus amigos y de su eterna compañera, la perra salchicha Leni (por Leonor, como la madre de Borges, supo escribir Diego), que lo acompañaba a todas partes y está en todas las fotos.
Luego, en su cuenta de X, siguió en actividad hasta el 10 de mayo. En esos días, entre otras cosas, se solidarizó con la causa por las tres lesbianas asesinadas en Barracas por un crimen de odio, con compañeros precarizados y con una salida esperanzada por izquierda. También pidió donantes de sangre con un flyer y un texto provisto de humor y agradecimiento: “Si pasan por el Hospital Alemán, leave the gun, take the cannolly (una referencia a El Padrino de Francis Ford Coppola) y donen la sangre. Muchas gracias gracias al @capitanintriga y los amigos y amigas del super diseño”.
Diego Rojas trabajó como periodista cultural en los diarios Infobae, Clarín, en el suplemento cultural ADN de La Nación. Fue redactor en jefe de la revista Veintitrés y editor de la revista Contraeditorial. Condujo el podcast cultural de la Fundación Proa. Publicó los libros “¿Quién mató a Mariano Ferreyra?” (2011), “Argentuits” (2012) y “El kirchnerismo feudal” (2013). Y, en coautoría con Mariana Romano, “Pasen música. El caso Santiago Maldonado en la era de la posverdad”, en editorial Marea, que posteó en Instagram: “Lo recordaremos como era, entusiasta, generoso y alegre, siempre con algún proyecto en mente”.
Su amigo Tomás Balmaceda, filósofo y periodista, hizo un posteo colectivo en X y escribió: “Diego es el primer amigo en irse y siempre lo recordaremos”. Y Agustina Larrea, periodista cultural en elDiarioAR, tuiteó: “Como dice Tom, Diego es un tipo amiguero, talentoso, peleador, caótico, entrañable y con la mejor risa estallido del mundo. Adiós, amigo @zonarojas. Qué absurdo y qué triste escribir esto.”
Hinde Pomeraniec, quien fue su editora en Infobae, posteó: “Diego se fue en el final de la Feria del Libro. Podríamos decir -y seguramente le gustaría- que respetó el cierre, como buen periodista. Sin sus lecturas, sin sus miradas sobre los fenómenos de la cultura, nos quedamos más solos y más pobres. Vamos a quererte siempre, Diegui.”
¿Imaginó Diego que el día de su muerte temprana, a las 5.30 de la mañana del 13 de mayo de 2024, a raíz de complicaciones por un trasplante de hígado al que se había sometido en 2020, tantas personas iban a coincidir en los mensajes en redes, pudo conjeturar hacerse viral? Editores, compañeros de trabajo y de militancia, amigos de la vida: ¿es posible componer su biografía a partir de esa profusión de mensajes? Y, además: ¿era tan claro su perfil?
Diego Rojas era el quinto de seis hermanos, el tío de doce sobrinos, hijo de padres bolivianos migrantes. Una mamá amada que supo retratar en una breve ficción autobiográfica que habla de esa condición migrada: La cuestión de la tierra. Una mamá forzada a comprender lo incomprensible: que un hijo se vaya antes.
Valiente, sin medias tintas, sarcástico, gran amigo y compañero, son algunos de los adjetivos que lo describen en redes y entre las personas que estuvieron muy cerca de él en distintos momentos de su vida laboral, algunos de los cuales dan su testimonio generoso para elDiarioAR, que transcribimos.
Patricia Kolesnicov: “Leí y pensé de todo hoy: provocador, buen amigo, divertido, elegante, inteligente. Para mí Diego Rojas fue –el puto tiempo pasado– sobre todo muy valiente. Pienso antes que nada en cómo encaró a José Pedraza para hacerlo dar cuenta del asesinato de Mariano Ferreyra. Había que tener coraje para sentarse ahí, preguntar y después, encima, publicar. Era sensible, le gustaba el Negroni, era buen conversador y cinéfilo. Podía haberse quedado tranquilo ahí pero sacó su libro Quién mató a Mariano Ferreyra y esa entrevista, cuyo audio está en Internet. No sé si tuvo miedo, lo contaba con una sonrisa, como un destino. Sé que no quería morirse y que no se había resignado. En los últimos días pensaba en las notas que tenía que hacer y en que la medicación hiciera efecto y pudieran volver a transplantarlo. Lo seguía preocupando el mundo. Hoy somos tantos, tan diversos los que lo despedimos. Por ahí es trending topic. Le hubiera encantado”.
Agustina Rabaini: “Fui compañera de trabajo de Diego en Veintitrés en la sección de Espectáculos, nuestro jefe era Miguel Russo, y fuimos compañeros en el mejor sentido de la palabra. Nos buscábamos, nos gustaba estar juntos y cuando dejamos la redacción seguimos siendo amigos de una manera muy nítida, muy sin vueltas. Los dos sabíamos que estábamos uno para el otro nos viéramos mucho o no. Todo el mundo quería estar en sus cumpleaños, muy numerosos, muy coloridos. Él disfrutaba de esos encudentros. Muy laburador, con mucho oficio y mucho cariño por ese oficio. Había algo apasionado y divertido. No se quehjaba, tenía un temple, una integridad, filoso. para mí se fue un amigo muy querido, muy noble, muy amigo de sus amigos, muy generoso, a quien voy a extrañar mucho por eso, porque tená un modo de estar, una presencia muy contundente. Tenía su filo, su oscuridad, su humor, su sentido de la ironía, tenía una agudeza, un amor por los libros, por el cine; era muy curioso. Muy tierno, algo que mostraba con su perrita Leni pero también con gestos conmovedores a veces en la sombra, sin que nadie supiera. Siempre compartíamos proyectos, ideas; la última vez en un bar de San Telmo, con Leni, la tenía pegadita, siempre con él. Fueron muchos momentos alegres, felices, de buen humor y lo voy a extrañar un montón”.
Miguel Russo: “Trabajé con Diego en Veintitrés, en esa época engañosa en la cual se empezó a hacer lugar común que el periodismo independiente era el epítome de la libertad de expresión. Y era un orgullo verlo sentado ahí al lado porque era la prueba palmaria, irremediable, de que uno no estaba tan solo en la pelea por poner la ideología arriba del escritorio a la hora de escribir. Y por llevarla bien alto a la hora de elegir el hecho y de preguntar los motivos y de desarrollar la noticia. Era un imprescindible, una de esas personas que nunca cierran los ojos y nos hacen mantenerlos abiertos. Por favor, ya que llegaste primero, hacenos un lugar en la redacción en la que estés para seguir peleando”.
Ignacio Iraola: “Diego Rojas es generoso, talentoso y buena gente. Trabajé con él en Planeta, donde con Paula Pérez Alonso publicamos tres de sus libros. Divertido, filoso, gracioso y también gran anfitrión: en pocos lugares me divertí tanto como en sus cumpleaños. Sólo decir que es un crack. Buena gente, brillante y generoso. Un divino. Lo voy a extrañar. Siento mucho y lamento enormemente su pérdida”.
Paula Pérez Alonso: “En Planeta publicamos varios libros de Diego. Los últimos fueron El kirchnerismo feudal (que presentaron Beatriz Sarlo y Jorge Altamira en El Ateneo de Florida) y La izquierda. Aclaro que Beatriz nunca presentaba libros de otros, lo hizo por el gran aprecio que había entre ellos. Diego tenía un proyecto de libro que llamó ´’Los verdes’, que había recibido la ayuda de Mecenazgo: una investigación sobre episodios desconocidos de la historia de la dictadura. ‘Los verdes’ era la denominación que se le daba a los estudiantes de la Escuela de Mecánica de la Armada que cumplían roles de vigilancia y otros sobre los detenidos-desaparecidos apresados en el Casino de Oficiales donde funcionaba el campo de concentración llamado Capucha. Los sobrevivientes señalan en sus testimonios el contacto directo que tenían con estos estudiantes de los últimos años de la ESMA. Estos estudiantes provenían, a diferencia de los alumnos, del Liceo Naval, por lo general de sectores de origen popular y aspiraban a tener un grado militar. Estábamos en contacto permanente, intercambiábamos ideas; encabezaba sus mails con Dear Paula… O también Pauline… Hablábamos de literatura y pensábamos qué libros hacían falta en el panorama político/editorial. Un tipo de una gran calidad y delicadeza y, como dice Gabi Esquivada, un ‘trosko dandi'. Intercambiamos mensajes hace menos de un mes, cuando estuvo muy delicado. A pesar de la seriedad de la circunstancia mantenía la alegría y la confianza en que iba a superarla; me contó anécdotas de Leni, su perra salchicha adorada. Un tipo muy especial y querido por todos los que tuvimos la suerte de conocerlo”.
Pablo Avelutto: “Lo conocí a Diego hace más de diez años cuando trabajaba con Gabriel levinas en plazademayo.com, ahí comenzamos a conversar y fue una conversación que no se interrumpió nunca. Hace pocas semanas me había llamado para pensar juntos un proyecto de un nuevo medio en streaming. Siempre disfruté mucho de conversar con él, me gustaba su manera de ser, su humor, su ironía, su inteligencia, su voz; también conversábamos a través de las redes sociales, sin prejuicios, cosas en las que estábamos de acuerdo y en las que no, lo mismo durante la gestión del gobierno, siempre fue para mí una referencia importante. Mi hijo Nicolás (quien murió en 2021. N. de la R) lo conocía, tenían una relación, lo cual nos unía a través de él. Me duele muchísimo que ya no esté y lo voy a recordar siempre. Un tipo muy inteligente, un gran escritor. Nos queda el recuerdo, nos quedan los libros y nos queda su vocación, política y periodística, que fueron muy valiosas, ambas”.
Olga Viglieca: “Diego es una persona entrañable. Hemos pasado todos los 1 de enero de los últimos veinte años juntos en la casa de Pablo Riesnik y María, y después que se murió Pablo, de María, que continuó con la tradición. Diego es un personaje extraordinario, tenía un conocimiento enciclopédico de marxismo, de sus debates, sorprendente. Hará unos veinte días pensó que podía utilizar las horas muertas de la internación en leer las actas judiciales sobre el asesinato de León Trotsky y la justicia mexicana. Ese libro se publicó en la década del cuarenta del siglo pasado y desde entonces está agotado. Un montón de amigos se pusieron en movimiento para tratar de ubicarlo. La hija de una compañera que vive en México encontró un ejemplar en un archivo nacional, hizo los trámites y el libro está viajando hacia acá. Diego era una persona peculiar, con interés en casi todo, de lo divino y de lo humano, con una mirada crítica, y de una ternura vergonzante que él ocultaba para las luces y las sombras de lo humano, y de la gente que amaba, y de la gente que odiaba. Vitriólico en sus críticas, implacable, un amigo de una fidelidad y de una entrega devocional, que en varias oportunidades puso en riesgo todo para defender a algún amigo. Yo soy veinte años más grande que él; empezamos a militar juntos y con Valu, mi hija, en la Asamblea de San Cristóbal, y desde entonces no nos hemos abandonado. Discutimos, leímos, peleamos, le encantaba la poesía, la literatura. Era un lector ávido y un buscador de tesoros que compartía. La vida va a ser muy rara sin Diego. Podía asustarse por tonterías y en los momentos claves era un guerrero. Diego no hacía concesiones a nadie, ni a propios ni a extraños respecto de sus conclusiones. Nadie me hizo reír y rabiar tanto como él los últimos veinte años. Era un trotskista: nada le era ajeno. Miiraba con curiosidad y con un ojo genuino casi todo lo que el mundo te ofrece”.
En 2018, Luis Gusmán había escrito en un artículo, De algunas coincidencias entre sombras, sobre Don Segundo Sombra, de Ricardo Güiraldes: “En su novela, junto con la silueta de Don Segundo que se va alejando, el gaucho pierde su apellido y solo queda Sombra. No olvidemos que, en esa despedida, su silueta doble se perfiló sesgada sobre el cielo como un rayo. ‘¡Sombra!’, se repite entonces su ahijado, que lo vio partir. Y se pregunta si debe rezar. Pero repetir ‘¡Sombra!´’ ya es una forma de rezo. Una despedida puede entrar, entonces, en ”la ejecución de los pequeños hechos“. El ahijado da vuelta a su caballo y lentamente se va ‘para las casas’. La silueta se pierde en la lomada. ‘Me fui, como quien se desangra’, dice despidiéndose de su padrino. La partida no deja lugar a otras palabras.”
Diego se fue como quien se desangra y se llevó también su sombra. Queda la espesura de su sangre, la claridad de sus ideas. Lo sobreviven sus seres queridos, sus libros, sus artículos. Queda ese nombre con el cual dio en llamarse en redes, @zonarojas. Quedan los pendientes: la investigación inconclusa sobre “los verdes” de la ESMA y ese libro que hoy viaja a la Argentina desde México: queda la causa de Trotsky. Ese, su legado.
GS/MG
0