Despedidas y continuidades
Recuerda mi maestra de escritura y filosofía, Solange Camaüer (Buenos Aires, 1965) que, lúcido y extremista, el italiano de origen armenio Giorgio Agamben observó que la pandemia de Covid19 nos enfrentó con lo siguiente: 1) Dependemos del sistema de salud para pensarnos como humanos, además de sanarnos: “soy (fuerte, débil, libre) según la inmunidad que logro agenciarme y pongo mi existencia al servicio del culto y el ritual saludable, según lo diagnostique el especialista”. 2) La medicina es un aliado eficaz del poder y de sus requerimientos de dominio.
Nos encontramos en un barcito muy lookeado de Villa Crespo. Ella llega con su cachorra Manolita, hace tiempo que no nos vemos y hay mucho por charlar. Elegimos sentarnos en la vereda. En el inicio, la conversación versa sobre cuestiones personales; luego, nos detenemos en un texto que Sol escribió a propósito de la muerte de su médico de cabecera, Luis Rodríguez.
Lucho vivía con Carmen en Madrid, era muy estudioso, también alcohólico, estaba enfermo y eligió el suicidio, ocurrido el 22 de febrero de 2019. Lo compartió con su mujer, aunque ella sobrevivió, mal, un año.
El escrito de Sol se titula Despedidas, fue distinguido en 2023 por el Fondo Nacional de las Artes con una mención honorífica. “Extraño muchísimo a Carmen y a Lucho porque eran mi familia en Madrid”, dice.
La muerte siempre trae preguntas, sobre los otros y sobre uno. Preguntas cargadas de una afectación triste. No hay situación límite comparable al morir, no hay peor tragedia, acaso a veces la enfermedad, y entonces, a veces, el fin de la vida llega como un alivio.
Camaüer es autora de varias novelas y recibió el XVIII Premio de Novela Negra de la Ciudad de Getafe, España, siendo la primera mujer en obtenerlo. También es docente y siempre se hace tiempo para participar de causas solidarias.
El médico había servido al gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende –también médico– fundando con compañeros un hospital en el Desierto de Atacama. “Lucho sabía de la necesidad de atención de esos cuerpos áridos y secados al solazo y que adquieren, en las partes que quedan expuestas, el color y casi la dureza del cobre. La esperanza fue que por las venas de ese dispositivo médico corrieran justicia y vida”.
El médico de cabecera, aquel profesional en el que mi maestra confiaba la salud de su cuerpo, hablaba con orgullo y con su voz bajita sobre la experiencia en las minas del norte de Chile. Decir en un volumen apenas audible es una treta espontánea para capturar la atención del oyente. También el alcohol pudo ser para Lucho “el remedio para aliviar contradicciones vitales: socialismo-burguesía”.
En su novela El hijo, Solange narra cómo una familia enfrenta el suicidio de la madre y en Despedidas ensaya sobre esas formas de la muerte de las que casi no se habla, como la eutanasia y el suicidio, que impugnarían la hegemonía del dispositivo médico actual, un artefacto que se habría vuelto “mortífero”. El escrito contiene derivas de asociaciones entre experiencias singulares y teorías y es un homenaje a sus amigos de Madrid.
Camaüer conjetura sobre templos, imagina el planeta como un hospital de dimensiones inconmensurables, los mares como piscinas curativas, los bosques transformados en salas de rehabilitación, los nosocomios (Hospital de Clínicas, Sanatorio Otamendi, el Evita Pueblo, de Berazategui, por ejemplo), como “nodos intensivos en la retícula médica extendida”.
Eso lugares son, también, “cuerpos de teorías y de intereses económicos, implican temor a la muerte y al dolor, entre otros afectos, y dietas, ingesta de remedios, controles”. ¿Y qué efecto causaría esta arquitectura novedosa? “Del clásico hombre (y mujer) en busca de sentido pasaríamos a auto percibirnos como enfermos: convalecientes, agónicos, desahuciados, a lo sumo en rehabilitación”, señala.
La eutanasia y el suicidio desmantelan la hegemonía del dispositivo médico contemporáneo. También lo hacen las personas que, ya adultas mayores, -y así como algunos pueblos originarios van a las montañas- prefieren ir retirándose del mundo y de sus afectos conflictivos, como ocurre con el personaje que encarna Miguel Ángel Rodríguez en la obra Quieto, que se estrenó esta semana en el Teatro Nun, con la dirección de Francisco Lumerman.
Quieto tiene una cuidada dramaturgia de Florencia Naftulewicz, quien ejerce de partenaire de ese gran actor que es Rodríguez (ex El show de Video Match). Su personaje es el de un padre viejo en convivencia con la soledad. Entre ambos se acumulan palabras no dichas y abrazos no dados. Están en medio de una guerra de agresiones e ironía. Si el amor no los salva, los vivifica.
Durante la pandemia, el mapamundi se dividió en sectores de aislamiento distribuidos en todos los ambientes que los ricos pudieron comprar o en sitios hacinados para los pobres. Vecinos que se saludaban y se prestaban azúcar se transformaron en agentes sanitarios soplones. Fue un tiempo de terror, en el que el miedo al contagio fue acicateado por gobiernos, industria médica y medios de comunicación. Existir se redujo a intentar sostener las necesidades básicas, biológicas de ¿la vida?
Solange vuelve a Agamben: “La terminología es el momento poético del pensamiento”, dice, “el instante en el que una palabra se acerca a ese blanco siempre móvil de la realidad”. ¿Es lo que ocurre cuando un término se convierte en sinónimo de otro? ¿Dispositivo médico de religión, por ejemplo?
“Lucho palpaba pecados en las tripas de los pacientes, escuchaba las penas en el estetoscopio, sentía cómo pasaba el tiempo en las articulaciones… se mantenía en una esfera especial, sagrada como exorcista de la muerte”, también -en tanto humano- pecaba al no respetar en su cuerpo el juramento hipocrático.
Considerada una religión, la medicina nos separa de la vida común, “amistad, estudio, comercio, alegrías, familias, etcétera. Y nos coloca en los ‘templos’ de salud, los hospitales y clínicas, los laboratorios, consultorios de todo tipo y academias y asociaciones médicas, lugares que son, además, cuerpos de teorías y de intereses económicos, e implican afectos (temor a la muerte y al dolor) y acciones escrupulosas (dietas, ingesta de remedios, controles)”.
En esa religión, el cuerpo está en el altar. “Pero no para la redención de la materia sino para celebrar la más absoluta fragmentación ya que la medicina… lo divide en especialidades creando desconexiones internas (traumatología, cardiología, dermatología etc.) como si la sangre y la alegría no circularan en todo el cuerpo”.
La experiencia que la poeta estadounidense Anne Boyer (Kansas, 1973), narra en su libro Desmorir podría ser la prueba de la tesis agambeniana sobre la conversión de la medicina en religión. Ella padeció cáncer de mama en 2014 y se sintió obligada por la industria salvífica a cumplir con los rituales impuestos por la medicina.
En una introspección textual en carne viva, Boyer exploró el dolor al que se la arrojó luego del diagnóstico. También experimentó la escritura, como Solange con el padecimiento que le produjo la pérdida de sus amigos. La literatura no salva, pero ayuda a transitar la angustia.
Ganadora del Pulitzer de no ficción en 2020 por esta autobiografía salvaje, Boyer escribió sobre la etiología industrial del cáncer de mama, la historia de las prácticas médicas misóginas y racistas, la máquina capitalista de explotación, así como la desigual distribución, en función de la clase social, de sufrimiento y muerte por cáncer de mama, son para la poeta omitidas del género literario, hoy manido, del cáncer de mama. “Escribir solo de una misma puede ser escribir de la muerte, pero escribir de la muerte es escribir de todo el mundo”, sostuvo mientras padecía el dramático efecto secundario de lo que prometía mantenerla con vida. La quimioterapia discapacitante la alejó de amigos, amantes, memoria, pestañas y dinero “por culpa de esta enfermedad”.
Perpleja, Boyer habló de “las fuerzas curativas de la aniquilación médica” al referirse al tratamiento que padeció y que se lleva puestas a muchas pacientes seducidas por un “hechizo cultural” que conlleva una operatoria social de deseo quimioterápico, más cercana a la religión que a la ciencia“. La escritora disparó lo que nos venden como producto y nos convierte en producto, en mercancía.
Sacerdote del dispositivo médico, cuando Lucho Rodriguez se sintió desahuciado, no quiso esperar a ser ingresado a una institución médica y que algún colega tuviera que entrar en dilemas éticos acerca de si continuar con el tratamiento o practicar la eutanasia. Antes de someterse a todos y hasta el último de los rituales del dispositivo médico que conocía tan bien, se suicidó“.
¿Libertad o un tema de salud mental?
Desde que tengo memoria, hablar/escribir de suicidio estaba prohibido. Era peligroso, se decía, podía incitar a otros, contagiar. Suicidas como Sócrates y Séneca optaron por él. También Salvador Allende. No estar disponible para cualquier cosa, apartarse del mundo, no existir bajo cualquier condición, preferir aislarse… La elección de morir genera impotencia, plantea preguntas, nos desafía. ¿Por qué no se dejó ayudar? ¿Perdió toda esperanza? ¿Fue consciente de lo que hacía? ¿Estuvo bien o mal?
Tomado en toda su complejidad, el rasgo privado de la muerte -sea o no “elegida”-alude al derecho a la intimidad y el respeto a la situación que vive la familia y los amigos. El aspecto social involucra a toda la comunidad, que debe acceder a información que fortalezca la prevención y promoción de la salud. Pero, sobre todo, lo que la sociedad y los estados deben ofrecer son condiciones dignas de vida, en especial para poblaciones vulnerables como los jóvenes y los adultos mayores.
LH/MF
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