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PERSONA PERSONAJE

Detente, instante

Cuando decimos que guardamos algo bello dentro nuestro, ¿dónde queda eso?
27 de enero de 2025 06:44 h

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Estoy sentado en la galería de una cabaña. Amanece. Delante de mí el inmenso bosque de pinos y a lo lejos la silueta de la montaña, que se recorta sobre el cielo dándole un tono verdoso. No hay una sola nube. Pese a ser temprano, hace calor. La humedad del pasto se empieza a evaporar. Se oye el ronroneo del río fluyendo entre las piedras, se mezcla con los silbidos de los pájaros y los zumbidos de los insectos merodeando entre las plantas. Estoy dentro de una película de paisajes bellísimos en Nueva Zelanda, soy mi propia fantasía: retirado y viviendo en el campo.  

¿En dónde queda la belleza de este instante? Cuando decimos que guardamos algo bello dentro nuestro, ¿dónde queda eso? ¿en la memoria? ¿en el cuerpo? 

Aterriza un pájaro con cresta roja, da unos saltitos con gracia y se sube a un tronco. Pica la corteza para buscar bichos y por un momento sólo se escucha el sonido de su pico contra la madera del árbol.  

No me alcanza con el recuerdo, siento que es un pequeño recipiente vacío y que la belleza de este instante lo desborda por completo. Tampoco es suficiente sacar una foto ni grabar un video con la cámara de más alta definición.  

Aparece mi hija con cara de enojada y dice ¿Por qué tenemos que volver? Y yo le digo algo así como que tenemos que trabajar, que tenemos que hacer cosas, que hay personas que nos esperan. Entonces ella se acuesta en un banco de madera y se queda con la mirada perdida en la copa de un árbol. Y yo la miro, la contemplo, mientras intento capturar, congelar este instante, meterlo dentro del frasco de vidrio de esto que escribo para el día de mañana poder volver a verlo.  

Cuando me preguntan si es lindo tener hijos, contesto que la mayor parte del tiempo no, pero que hay momentos, instantes, ínfimos como un grano de arroz, en que el amor se hace presente de una manera tan plena y contundente que hace que todo valga la pena.  ¿Está mal sentir que no se es feliz todo el tiempo siendo padre?

Mi hijo de 13 decide quedarse una semana más con la familia de su amigo. Nosotros tenemos que volver. ¿Estás seguro de quedarte solo? Sí, contesta, y dentro suyo puedo leer la contradicción, el temor a enfrentarse a ese momento de soledad. A mí de chico también me pasaba lo mismo, no podía quedarme a dormir en la casa de nadie porque la noche era un tedio en el que empezaba a extrañar a mi familia. Hasta tercer grado me quedé llorando en la puerta del colegio cada vez que me despedía de mamá.  

Nos levantamos a la madrugada, empezamos a armar las valijas y él aparece con cara de dormido. Puso su despertador para despedirnos. Quiere pasar un último momento con nosotros. Está excitado y ansioso, da vueltas por la cabaña, quiere despertar a la hermana para saludarla. Revisa los cajones de los muebles para ver si nos olvidamos algo. Me acompaña a llevar una de las valijas. Hacemos los veinte metros que nos separan del auto en silencio, mientras las rueditas dejan huella en la humedad del pasto. De reojo lo miro, está pensativo, sé que duda si quedarse o no. Yo también dudo.

Termino de cargar el auto y en el momento de subirnos, nos despedimos los cuatro con un abrazo. Trato de pensar que simplemente se queda una semana más con la familia de su amigo, pero tengo una congoja que se me instala en el pecho y se me cierra la garganta.

Nos pide si puede abrirnos la tranquera, le decimos que sí. Nos subimos al auto y maniobro para sacarlo del estacionamiento. Intento no mirar a ese chico de 13, parado a un costado, dándome indicaciones. Salimos a la calle de tierra y desde donde está nos saluda con la mano. No quiero alargar la despedida, no quiero que se tiña de un dramatismo exagerado, pero no puedo evitar pensar que mi hijo se queda por primera vez solo y que este podría ser uno de esos instantes fundacionales en su vida y quizás también en la mía. 

Acelero y desde el auto a mínima velocidad, veo por el espejo retrovisor cómo hace unos pasos y nos saluda, cómo mi hijo va quedando atrás y empiezo a llorar, dejo salir esa angustia ridícula e inexplicable y me siento en otra escena, una que bien podría ser de comedia romántica. 

Como ese verso del Fausto: “¡Detente, instante, eres tan bello!”, en el que también podría resumirse la obra monumental de Proust, el deseo de detener no uno, sino todos los instantes de una existencia. Yo también deseo detener este instante de belleza extraña y agridulce, para que quede en ese lugar donde guardamos lo bello, quizás en la memoria, en alguna parte del cuerpo, en estas palabras. 

María Zambrano se preguntaba: “¿Es posible enamorarse de las cosas que pasan, incluyéndonos a nosotros mismos, sin llorar por su desvanecimiento?”

GH/DTC

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