El alemán
Cerca de la casa donde nací había un colegio alemán. Era un edificio antiguo que estaba sobre la avenida, cerca de la estación y a unas veinte cuadras del río. Tenía una escalera de piedra que llegaba hasta la puerta principal, rampas de acceso a los costados y aulas amplias con ventanales que daban al frente. Nosotros le decíamos la “Shu shu” (abreviación de “Shule”, que en alemán significa escuela), “colegio alemán” o simplemente “el alemán”. Fue el primer colegio privado que desembarcó en el barrio. Lo inauguraron en el año 1928 y llevaba su nombre en homenaje al primer cronista que pisó tierra rioplatense: Ulrico Schmidl. Todavía me acuerdo de los uniformes color verde con chomba amarilla y el distintivo en forma de triángulo que llevaban en el pecho. Chicos rubios de ojos claros.
En el año 1997 el colegio cerró abruptamente. Nadie supo el por qué. Se hablaba de quiebra financiera, de estafa o de que el colegio simplemente había cambiado de dueño.
Una noche nos metimos de contrabando con un amigo, ex alumno del colegio.
Durante nuestra “expedición”, hecha por la noche y en un día de semana, entramos en silencio tipo comando, apuntando con linternas hacia el piso. Nos encontramos con un cuadro desolador. Polvo por todos lados, el jardín con el pasto alto y los yuyos crecidos entre las grietas de cemento. También había un agujero en el techo de la rectoría. En una de las aulas vacías, mi amigo me contó una nueva versión, según él la versión real, de lo que había pasado en el colegio.
Una mañana de invierno, dos ex compañeros suyos de quinto año, los hermanos Fisher, hijos de un embajador, entraron al aula como todos los días, se sentaron en sus pupitres, uno sacó un arma de su maletín, (una Luger p08 que se usaron en la segunda guerra mundial), se puso de pie y le disparó a su hermano en el pecho. Este murió desangrado horas después en la ambulancia camino al hospital. Los directivos intentaron tapar la tragedia diciendo que había sido un accidente, pero la reputación del colegio se cayó a pedazos, así que no les quedó otra que desmantelarlo de un día para otro y cerrarlo.
Mi amigo me dijo que en ese momento obligaron a maestros y alumnos a decir lo del accidente, pero él creía que entre los hermanos había una cuestión de celos o de venganza por plata. Le pregunté por el hermano que había quedado vivo y me dijo que él junto a su familia habían desaparecido. Estaba seguro de que habían vuelto a Alemania.
Ulrico Schmidl fue un militar alemán que, en 1534, con veinticinco años, participó en la conquista española del territorio del Rio de la Plata acompañando a Pedro de Mendoza. Fue testigo de la fundación de Asunción y de la de Buenos Aires. Durante casi veinte años se dedicó a llevar un diario describiendo las sucesivas expediciones y conquistas de los territorios. Pero en ese tiempo Ulrico recibió una carta de su hermano Thómas en la que le contaba sobre el grave estado de salud de su padre y le insistía con que volviera pronto a su hogar. Inmediatamente solicitó licencia para volver a Europa, que al principio le fue negada, pero después de muchos ruegos y recomendaciones por sus buenos servicios, le fue concedida. Regresó a Straubbing el 26 de enero de 1554, dando gracias por haber preservado su vida en medio de tanta miseria y peligro.
Lo que sigue es conocido: Ulrico escribe sus memorias consultando los apuntes de viaje y surgirá el libro que más tarde conoceremos como “Viaje al Rio de la Plata”.
Lo que se sabe de la última época de su vida fue que no volvió a escribir, que vivió soltero y que falleció a los sesenta años en la misma casa que lo vio nacer.
Cuando en 1981 publican la biografía completa de Ulrico Schmidl, la imagen que teníamos sobre él cambia radicalmente.
Después de hacer un repaso sobre su infancia y adolescencia, el texto se sitúa en la vuelta de Schmidl a su hogar. Precisamente en esos dos años en que el cronista vuelve a su tierra hasta que escribe su libro.
Cuenta que en lo único que pensó Ulrico cuando su hermano le escribió fue en la herencia y que tuvo miedo de que su padre dejara como único heredero de los bienes familiares a su hermano Thómas. Que pocos días después del fallecimiento de su padre, también murió su hermano en circunstancias sospechosas y que así Ulrico heredó la fortuna familiar como último representante de ella.
En el libro agregan pasajes desconocidos del diario de Ulrico y que hablan de las torturas que les infringían a los indios y del placer que esto le causaba. Pero en lo que más hincapié hace es en una página en la que Ulrico cuenta que cuando acampaban cerca del río, en las tierras de “Wonnaz Eirresz” (como escribía Buenos Aires en germánico), un indio robó un caballo y se lo comió a escondidas. Cuando eso se supo, se lo atrapó y se lo torturó para que confesara. Entonces dictaminaron una sentencia que ajusticiara el hecho y resolvieron que se lo colgara en una horca. Así se cumplió. Ni bien se hizo de noche, apareció otro indio y cortó los muslos, los brazos y otros pedazos del cuerpo colgado y empezó a comerlos ahí mismo. Cuando se lo atrapó, el indio le gritaba al capitán que ese era su hermano carnal y que solo cumplía con la voluntad de sus padres: “Devorarse a su hermano”.
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