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PERSONA PERSONAJE

Digo yo por decirlo de algún modo

¿Cuántos de los personajes que interpreté se incorporaron a mi persona?

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Hace más de veinte años cobré en la Asociación Argentina de Actores mi primer sueldo como actor y podría decir que, desde esa época hasta ahora –altibajos mediante–, trabajo de eso. Mi trabajo consiste en interpretar un texto escrito por otra persona para construir dentro de esa historia un personaje de ficción. 

Transitando la etapa de ensayos en una obra o al comienzo de la filmación de una película o telenovela (etapa de memorizar el libreto), muchas veces me encontré diciendo algún texto de mi personaje de ficción en mi vida real. En esos momentos entendía lo que mi personaje quería decir, me daba cuenta la forma, la contundencia, la musicalidad con que a esa frase podía ser dicha de una manera que resultara verosímil. Muchas veces también me pasó lo contrario: una situación de mi personaje de ficción me hacía entender mejor un episodio de mi vida real, como en ese dibujo de M.C Escher donde dos manos en efecto de tridimensional saltan del papel mientras una dibuja a la otra. A veces pienso ¿cuántos de los personajes que interpreté se incorporaron a mi persona? ¿Soy yo una especie de collage de diferentes psiquis interpretadas en la ficción?

Hay un poema de Idea Vilariño que dice: “No sé quién soy./ Mi nombre/ ya no me dice nada./ No sé qué estoy haciendo./ Nada tiene que ver ya más/ con nada. /Tampoco yo/ tengo que ver con nada./ Digo yo/ por decirlo de algún modo.”

La primera novia con la que conviví también era actriz. Nuestra relación duró, más o menos, dos años. Nos separamos y al poco tiempo ella se puso de novia con otra persona. En ese momento yo empezaba a trabajar en una telenovela juvenil (de esas en las que se canta, se baila y se vende merchandising) y tenía que viajar a República Dominicana para grabar las primeras escenas de mis personajes. Y digo “mis” porque interpretaba a un par de gemelos (uno de pelo largo y otro de pelo corto) con personalidades diferentes. Uno era libre y bohemio y el otro conservador y metódico. El conservador conocía a una chica de la que se enamoraba y se ponía de novio, pero tenía un accidente y fallecía. Entonces el bohemio sufría mucho y viajaba a la Argentina para contarle la tragedia a la novia, pero a último momento se arrepentía, decidía guardarse el secreto y se hacía pasar por él. (Acá iría la palabra cine y el emoticón del puchito)

Ese viaje a República Dominicana me venía bien porque estaba triste. Y estar triste me venía bien porque tenía que grabar escenas dramáticas en las que el gemelo vivo recordaba al gemelo muerto. En el momento previo a la “acción” pensaba en alguna situación de esos dos años de convivencia: la primera tortilla de papas que habíamos cocinado y se nos había desarmado, la noche que se nos inundó el departamento o cuando tomábamos vino en el balcón. Pequeñas escenas cotidianas que me dejaban al borde del llanto. Los técnicos se quedaban en silencio, sorprendidos por el clima que se generaba –escuché a uno decirle al director “Qué maravilla, cómo llega al estado de emoción justa”–. Yo creía que todos pensaban que era un gran actor que utilizaba las emociones como un relojero utiliza sus herramientas cuando lo único que hacía era llorar por mi ex en una playa paradisíaca.

Hay una artista cordobesa llamada Cuqui, vestuarista, performer, tarotista y poetisa que escribe bajo heterónimos. O sea, construye personajes que escriben libros. Cada heterónimo surgió por un motivo diferente. El primero, Natsuki Miyoshi una poeta japonesa que escribió cinco poemarios en un año. Después está Karen Smith que es una señora de setenta y ocho años, norteamericana, de un pueblo del sur de Texas que escribe poesía en inglés. Alma Concepción escribe poesía y dice todo lo que ella piensa pero que no publicaría. Charlotte Velmes es una crítica de arte, nacida en Egipto y que tiene la misma edad que Madonna. Francis Bipont es un adolescente francés que vive solo con la madre y escribe poesía con stickers de Facebook. Margarita del Acantilado es la traductora de Francis Bipont y escribe microrelatos. 

Pero hubo dos libros que sí escribió Cuqui siendo Cuqui, (KIKI y KIKI 2) que fueron parte de una performance que consistía en repartir avisos con su número de teléfono en la ciudad universitaria y en una página de anuncios de escorts y en formato de diario íntimo, relatar los encuentros que tuvo con cada uno de esos amantes que respondían a esos avisos.  Dice: “(…) y que se sintiera tan suave y tan bien. Sentí ganas de mear. Crisol me dijo que estaba por acabar, le volví a preguntar lo del HIV, me reconfirmó, le dije que acabara adentro. Fui al baño, tenía bastante sangre y mojado. Cagué apenas. Me tiré unos peditos que sonaban distinto a lo habitual”. “Con él aprovecho y pido masajes. Luego del anal le pedí eso. Le chupé la pija con forro un rato. Hago que me toquetee todo el tiempo. Él aprovecha y me manosea las tetas. No me gusta su olor.”

Ella dice que esta performance fue un acto de psicomagia que se auto recetó para sanar algo sexual que detectó en su inconsciente. Y para hablarle al inconsciente, (para que comprenda y se desate ese conflicto) hay que hacerlo en su lenguaje, en su idioma que es a través de símbolos como por ejemplo una performance. Sus dos libros pueden considerarse un intento de hacer que la literatura y la performance se dieran la mano o quizás también encontró en la lengua el único lugar donde se encontraba a salvo.  

¿Qué pasaría si uno pusiera afuera todos sus “yoes”? ¿Tendríamos más control sobre nuestro ego? Inventamos heterónimos sin darnos cuenta, personas que hablan por nosotros y nos protegen, como cuando nos sangra la nariz, de tener un colapso mental. 

GH/DTC

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