El duelo en ovodonación
Un tratamiento de ovodonación se define por el uso de óvulos donados por una mujer fértil, para el embarazo de otra mujer llamada receptora. La donación de óvulos propicia un tipo particular de constitución familiar que se caracteriza por la incorporación de un “tercero” (donante) que no tiene deseo de filiar a un proyecto parental (receptores) que sí lo tiene.
La propuesta es repensar el concepto de duelo en ovodonación y encontrar posibles respuestas a la pregunta ¿cómo alojar lo ajeno que habita lo familiar en las mujeres que tienen hijos por éste método?
En las clínicas de fertilidad el tratamiento de ovodonación comienza con la indicación médica y consecuentemente su aceptación, para poner en marcha una exhaustiva batería de exámenes médicos a la donante, la receptora, su pareja, asegurando condiciones óptimas para los tratamientos, de todos.
Uno de los aspectos más significativos de la ovodonación es su alto índice de éxito. Esto se debe a la edad de las donantes (menores de 35) y por ende a la buena calidad de estos óvulos que ofrecen mayores posibilidades de desarrollo embrionario e implantación.
La indicación de realizar un tratamiento de ovodonación es uno de los principales motivos de derivación de los médicos hacia los profesionales del área de psicología. Habitualmente la donación de óvulos está asociada al concepto de “duelo genético”. Me interesa pensar el concepto de duelo más allá del “duelo genético”.
¿Se trata de duelar siempre?
La infertilidad produce dolor y padecimiento, irrumpe de manera inesperada resultando una contingencia que no tiene referencia psíquica para el sujeto. Viven duelos y micro duelos permanentemente. La ovodonación los enfrenta a una reevaluación de sus expectativas y deseos reproductivos y reeditan el primer trauma: no haber logrado el embarazo.
Los pacientes que consultan en un análisis luego de varios tratamientos de fertilidad fallidos suelen llegar con angustia, en tanto tales experiencias resultaron traumáticas y no pudieron ser simbolizadas y con sufrimiento por la pérdida de la idea de concepción que siempre tuvieron. Tienen preguntas respecto a su deseo, a veces sienten haberlo perdido y no saben si la insistencia en los tratamientos médicos son un capricho o el deseo que sigue empujando. Todo lo sucedido hizo que aquello que motoriza la búsqueda pierda claridad. Ya no son las mismas personas. Lo traumático y la repetición de escenas opacó la búsqueda, pero la pulsión insiste. Tal vez el primer trabajo sea deslindar, intentar ir al encuentro de eso que quedó atrapado y se transformó en una superposición de frustraciones, escenas, traumas y duelos.
Comúnmente se espera que la mujer que renuncia a sus propios óvulos y va a recibir un óvulo donado tiene que necesariamente pasar por un proceso al estilo freudiano del duelo. Realizar un trabajo, atravesar etapas, tramitar, advertir distintos estados psíquicos y anímicos como el enojo, la negación, la tristeza, la culpa, hasta llegar a la aceptación. Como si hubiese algo que resolver, que tramitar, como si hubiese algo que superar.
Desde la clínica con pacientes que hacen tratamientos de fertilidad la apuesta es distinta, perder la ilusión y representación de un hijo con la misma genética y las propias células reproductivas exige movimientos más allá del duelo. Dejar caer esa posibilidad, que se produzca la pérdida, hacer un pasaje, propiciar un movimiento.
Para Allouch el duelo no es un trabajo, es un acto. Para Alexandra Kohan “el duelo es oscilante, fragmentario, discontinuo. Nunca es progresivo ni orientado a la superación. El duelo tiene algo de irresoluble y eso, de ningún modo, lo hace patológico”, y agrega: “Concebir el duelo como un trabajo lo vuelve objeto de prescripción”.
En la decisión de ser madres por ovodonación el duelo toca de manera muy sensible aspectos del ser humano ligados a la ilusión de pertenencia, a la ilusión del propio cuerpo, a la ilusión de lo propio, de la propiedad.
Los pacientes que transitan la búsqueda de un embarazo encuentran en el psicoanálisis y en el lazo con el analista un refugio al margen frente a la presión externa e interna superadora y productiva para tener un hijo. Ahí transcurre y se viven tiempos sin etapas, sin instancias superadoras o habilitantes como las escenas que se dan en el campo médico: la asignación de la donante, la autorización de la obra social, la llegada de la menstruación y el engrosamiento del endometrio, el resultado del próximo espermograma, el cariotipo u otros estudios genéticos, etc.
Se pierde –se duela– la construcción que durante la propia historia se ha hecho de ser madre con los óvulos propios. Allouch, el psicoanalista francés dice: “El duelo no es solamente perder a alguien, es perder (...) un trozo de sí.”
Las mujeres que deciden procrear con óvulos donados renuncian, como dice Allouch a “un pequeño trozo de sí”, en este caso también real. El duelo consiste en colocar, situar, hacer algo con lo perdido.
Perder la posibilidad de tener un hijo con los propios óvulos requiere del análisis porque eso que los médicos dicen que se ha perdido, que tocó cierto límite, no alcanza con saberlo, hay que construirlo. Hacer algo con la pérdida y entonces posibilitar algo nuevo, un descubrimiento. En los tratamientos con óvulos donados el duelo produce algo que no estaba, una revelación. Pasar por ahí es una apuesta a que surja otra cosa. Habitualmente las pacientes advierten un sentimiento de gratitud. La mayoría de las mujeres dicen sentir un íntimo agradecimiento hacia el óvulo que reciben y hacia las mujeres que los donan, que si bien no conocen, están presentes en sus vidas. Son representaciones nuevas, son una invención y un encuentro.
¿Qué lugar ocupa en el trabajo con los pacientes, lo ajeno, lo extranjero, lo extraño?
La mayoría de las mujeres jamás imaginaron un embarazo sin sus propios óvulos y sienten rechazo al pensar en la incorporación del óvulo donado por otra mujer para la gestación de un hijo “propio”. Sabemos que lo genético no determina el parentesco ni la filiación, pero seguimos escuchando que el hijo es “más mío” si es con óvulos propios.
Para el filósofo Jaques Derrida estamos construidos en la ilusión de propiedad del sí mismo. ¿Qué es lo mío ahí? Participar de la misma genética pareciera que le da estatuto de “propio” al hijo.
Volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo alojar lo ajeno que habita lo familiar? Podría leerse como una construcción paradójica, pero lo ajeno y familiar no son opuestos tampoco en la donación de óvulos. Sí constituyen un campo en tensión. Lo ajeno, lo extranjero, existe, está presente, no puede borrarse; al contrario, es constitutivo.
Sabemos que todo hijo es ajeno y desconocido, entonces la tensión en el campo de la ovodonación aparece porque suponemos que el cuerpo que tenemos es absolutamente propio (“mis óvulos”) y creemos que eso ajeno y desconocido va a venir va a socavar algo que es “lo mio”.
Jean Luc Nancy en su ensayo El Intruso advierte que el cuerpo funciona fallando. Y falla funcionando. Quizás ese sea el auténtico duelo en la búsqueda de un embarazo que no llega. Lo cierto es que no hay cuerpo que no falle. El movimiento parece ser, pasar por la angustia que produce la caída en el duelo, reconociendo que el cuerpo es lo menos propio que tenemos. Podría decirse que el cuerpo es un lugar visible de ausencia de dominio. Y así es como funciona. No es una falla que los óvulos no lleguen a fecundar y a embarazar. Porque de hecho tampoco fecundan siempre, ni cuando una –ni uno– quiere, en una relación sexual.
Tal vez, el movimiento necesario para ser madre por ovodonación consista en la caída de esa ilusión de dominio y soberanía sobre el “propio cuerpo”: no hay propiedad, no hay cuerpo que no esté alterado, diría Nancy. Ser madre por ovodonación requiere un movimiento especial. Lo especial no es el óvulo donado, sino esa caída del narcisismo, esa ilusión de propiedad.
Derrida plantea que no se trata de alojar al otro, ni de dar lugar a la diferencia.
Suponemos que lo ajeno es tortuoso y amenazante y aterra porque estamos concebidos desde la propiedad –“este óvulo no es mío y entonces este hijo no va a ser mío”–. Si cae la ilusión de lo propio se concibe de otra manera el niño por venir. La desrepresentación del óvulo donado como una ajenidad y a su vez constitutivo de lo que somos, da oportunidad al encuentro con un hijo.
La autora es licenciada en psicología y psicoanalista. Se especializa en Psicología aplicada a la Medicina Reproductiva.
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