Los hombres que te caen bien también pueden matar mujeres
Julien Charlon tenía 47 años, trabajaba como fotógrafo y vivía en el barrio madrileño de Lavapiés. El pasado 30 de diciembre asesinó a su hija de tres años. Acababa de separarse de su pareja, la madre de la niña, que también residía en el barrio. El crimen conmocionó a la sociedad con la especial crueldad que rodea siempre el asesinato de una menor, en esta ocasión, además, a manos de su propio padre. La sacudida golpeó especialmente a Lavapiés y los ambientes en los que se movía. Julien Charlon era conocido por su compromiso ligado a las banderas de la izquierda, un hombre implicado en la vida social y cultural de un barrio atravesado por el activismo. Cuando la noticia del crimen llegó al vecindario, las conversaciones y los chats se llenaron de la misma pregunta: ¿Cómo era posible que un hombre así hubiera cometido un crimen machista? Matar a su hija, condenar a su expareja a un sufrimiento de por vida.
El caso ilustra hasta qué punto el machismo cala hasta los tuétanos de la sociedad y desmiente estereotipos; desde los tópicos que relacionan el machismo con hombres conservadores, de derechas o de clase baja al prejuicio de que los agresores son 'locos', seres que actúan así porque pierden la razón. Votar unas siglas o parar un desahucio, ser parte de un centro social okupado o acudir a una cumbre del clima o un 8M, no quita lo machista. “El machismo es una construcción identitaria cultural, no es una serie de ideas que vas acumulando, es una manera de ser hombre que se puede modificar”, explica el forense y ex delegado del Gobierno contra la Violencia de Género Miguel Lorente.
“Un contexto de izquierdas facilita las críticas sobre los elementos que los machistas utilizan, entre ellos, el uso de la violencia. Resulta más difícil mantener una postura machista en un entorno que critica esos comportamientos que hacerlo en un contexto ideológico donde de alguna manera se integran, donde no hay tantos elementos críticos a esa identidad o en el que no saltan tantas alarmas. Pero la construcción de la masculinidad es transversal, está por encima de la ideología, el machismo es identitario, es parte esencial de la masculinidad. La facilidad con la que acudas a él dependerá del grado con el que te identifiques con esas ideas culturales”, asegura Lorente.
El shock del entorno
Laura es el nombre ficticio de una mujer muy cercana a Lavapiés que conocía a Charlon desde hacía años. El shock cuando otra amiga del barrio le reveló la identidad de aquel hombre del que hablaban los telediarios dio paso a unos comentarios que les eran familiares. “De repente nos vimos diciendo las cosas que rechazamos cuando las escuchamos en otros casos. Pensábamos 'no pueden ser él', 'si era un tío agradable' o 'se le veía siempre amoroso con la niña' o 'no puede ser, con lo comprometido que era”, recuerda. Laura reconoce que esa despersonalización que ayuda a encajar el horror cuando los crímenes machistas nos resultan lejanos no ha sido posible en este caso. “Y eso es muy desestabilizador”.
Cuando tuvo noticia del asesinato, Yayo Herrero, antropóloga, educadora social y reconocida activista ecofeminista, estaba precisamente con varios amigos del barrio de Lavapiés. También en su caso la estupefacción dio paso a “los mismos comentarios que escuchamos cuando se trata de otras personas”: parecía bueno, era cuidadoso con la gente de su alrededor... “Con frecuencia se olvida que el patriarcado lo penetra absolutamente todo, es una manera de mirar la vida y las relaciones. Quien piensa que el feminismo, como el ecologismo, son algo que llevan en la mochila las personas de izquierda de manera inherente se equivoca. Hay personas que tienen muy claro el discurso de la redistribución de la riqueza, por ejemplo, y luego en su vida tienen comportamientos absolutamente patriarcales”, explica.
El gran estímulo para la violencia machista es la autonomía y la independencia de las mujeres. Las rupturas y separaciones son momentos en los que el riesgo aumenta exponencialmente. “Es la percepción de pérdida de control: ellos dejan espacio para que la mujer vuelva y actúan cuando se dan cuenta de que no va a volver. Es cuando dicen 'ahora te mato' o 'ahora te vas a enterar'”, dice Lorente. Como subraya el experto, cuanto más cerca se está de las normas culturales que no cuestionan la construcción tradicional de la masculinidad ni el machismo “más fácil y rápidamente se pueden usar los elementos que esa construcción pone a su alcance”, pero eso no evita que alguien que esté ideológicamente más alejado pueda también llegar a hacerlo.
Machismo y activismo
Cualquiera que haya militado en un partido político o sindicato, cualquiera que de una u otra manera haya formado parte del activismo, sabe que ahí, en los lugares donde se habla de horizontalidad y respeto, de crítica al sistema y búsqueda de alternativas, la condescendencia, el desprecio, la anulación o el ninguneo de las mujeres existe. También el acoso, en múltiples formas, y el abuso físico, verbal o psicológico.
Lo sabe Yayo Herrero: “Quienes estamos en el activismo en espacios mixtos sabemos que existen conductas patriarcales con las que tenemos que bregar y trabajar constantemente y que nos encontramos esas reacciones que se producen cuando las mujeres ponen límites o dicen basta. Se presume que están más en hombres conservadores y de derechas, pero por supuesto que también se produce acoso y maltrato en sectores de izquierda”. La violencia extrema que el fotógrafo de Lavapiés ejerció contra su hija muestra, apunta Herrero, hasta qué punto debemos seguir trabajando internamente para educar, denunciar y cambiar. Y hasta qué punto los hombres que se consideran progresistas deben mirar hacia dentro.
La activista Fefa Vila, vecina del barrio desde hace años y parte de la asamblea 8M de Lavapiés, también vivió en su entorno el shock, tanto por lo sucedido como por la identidad el asesino. “Cuando conoces a alguien que es de tu contexto cuesta más nombrar lo sucedido. Es algo inimaginable y al mismo tiempo está ahí, forma parte de nuestra vida cercana y el siguiente paso es ponerle palabras. La primera reacción es pensar '¿cómo nos ha pasado esto?' Parece que lo hacen otros que no tienen determinada sensibilidad o recorrido, pero esto va mucho más allá de eso. La violencia machista es un vector de nuestra sociedad”, relata. Ella misma, en su recorrido como activista, ha vivido en ocasiones anteriores la violencia que compañeros de izquierda ejercían sobre mujeres, incluso en forma de asesinatos.
“La violencia machista y vicaria es muy compleja, es un fenómeno psicosocial en el que hay muchas variables y en el que hay un contexto ideológico que lo activa: no matas al vecino, matas a tu hija o a tu compañera. La ideología no te salva o no te salva totalmente. Donde hay feminismo y una cultura política antimachista y antirracista hay más reflexión y más cauces para impedir la violencia, para diluirla o contenerla, pero sabemos que eso no la evita cien por cien”, reflexiona la activista.
Mirar hacia dentro
Reflexionar es lo que muchas personas del barrio llevan haciendo desde el 31 de diciembre. ¿Cómo abordar este machismo que emerge también donde menos se espera? “Hay algo muy profundo que no puede abordarse solo punitivamente, es un tema que hay que trabajar mucho antes: los procesos de socialización, las formas de relacionarnos, la generación de espacios seguros para poder hablar y tomar medidas...”, piensa Yayo Herrero. Nada de eso es fácil, tampoco en espacios de activismo, “donde se da por hecho que estas conductas no se producen y por eso hablar de feminismo o privilegios sigue generando tremenda resistencia”, apunta.
“Hay que salir del encasillamiento de que ese tipo de hombres y conductas pertenecen a ciertos contextos, es mucho más profundo, está más en el núcleo, en el ADN de la masculinidad. Sabemos que no todo el ADN se expresa, hay genes silentes que en determinado momento se pueden expresar. Con esto pasa igual, puede haber algunos comportamientos durmientes que cuando el estímulo es lo suficientemente intenso se ponen en marcha, porque forma parte de la manera de ser hombre”, concluye Miguel Lorente. Dicho de otra forma, que más allá de los discursos y las causas afines, la igualdad hay que ejercerla en público y en privado.
Fefa Vila espera que este crimen revuelva a los hombres cercanos: “Que se pongan a pensar en ellos. Los cortocircuitos que produce la masculinidad de siempre son muy fuertes”.
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