La masa y los discursos
¿Qué es una masa? Para el sentido amplio es un conjunto de personas, enlazadas por una idea común o discurso. Quizás así funcionaba la masa de otro tiempo.
Hoy en día, la masa puede ser de una sola persona, cuando se dedica a pensar de acuerdo con una idea común o discurso, es decir, lo que se llama “opinión”.
¿Qué es una opinión? Es cuando alguien quiere identificarse con lo que piensa. Esto no es pensar, es identificarse y toda identificación inmediata es loca. Ser un sujeto “masificado” es la necesidad de identificarse con un pensamiento y autodefinirse.
En la masa contemporánea, el sujeto ya no se identifica con otros, sus semejantes, sino con discursos y así espera la noticia del día y se pronuncia: a favor o en contra. No piensa. Parece que toma posición, sí, pero no piensa, se identifica.
Esa es su posición, conformista. Los locos creen que se puede hablar desde un discurso: yo como psicoanalista, yo como filósofo, etc. Es lo contrario de tener una voz pública; una voz va a contrapelo de la opinión.
Cuando alguien tiene una voz es inclasificable, se le atribuyen los epítetos más diversos, no se sabe bien dónde ponerlo. Cuando hay una voz, la pregunta es inquietante: ¿quién habla? Ahí hay un pensamiento, ¿quién es? Lo que dice se entiende de un modo y de otro, hay ambigüedad, la interpretación se vuelve un requisito.
Nada de esto es lo que pasa con la opinión. La opinión, incluso aunque se vista de radicalizada, siempre es tibia.
Por otro lado, no existen discursos de (la) verdad. Cuando un discurso quiere decir la verdad, se vuelve totalitario.
Así los discursos se pueden contradecir: por ejemplo, un discurso religioso se puede usar para perseguir y matar –que es todo lo contrario de una religión. Cualquier discurso se puede volver religioso, no importa cuál sea su objeto.
En estos días pensaba en que hasta hace unos años el discurso de la religión llegaba a los niños pequeños y algunos se volvían grandes adeptos. No es que fuesen creyentes, eran adeptos. Niños que se copaban con el discurso de la religión porque les era muy útil. Les permitía hacerse preguntas valiosas: sobre el origen, el futuro, la moral, etc.
Por eso era un discurso valioso y los adultos que proyectan su visión en los niños –por ejemplo, padres no creyentes que se asustan de que sus hijos hablen y pregunten sobre temas religiosos– pecan de literales, no saben cómo funciona un discurso.
Un discurso es para hacerse preguntas en el interior de ese discurso. Preguntas cuya verdad es subjetiva. Por eso Lacan decía que cada discurso reprime su verdad.
Otra cosa es que un discurso se crea verdadero o que forcluya su verdad íntima o la confunda con una verdad objetiva. Ahí es que un discurso se vuelve totalitario, pero también poco interesante. Sobre todo, porque empieza a tener cada vez menos preguntas.
Y cuando interpreta todo de la misma manera, además se vuelve delirante. Cualquier discurso se puede volver totalitario y delirante.
Entre psicoanalistas, a los amigos que se vuelven insoportables porque todo lo “leen” en clave psi, pero esto pasa con cualquiera que después de un rato decimos: “Ahí ya empezó de nuevo”.
El problema de los discursos es que no son para pensar. Nadie que hable demasiado metido en un discurso piensa mucho; por lo general, repite. El discurso te casetea a tu pesar.
Un discurso es para hacerse preguntas; sobre todo personales y en segundo lugar al discurso. Pero más allá de esto es que se empieza a pensar, cuando al menos se tienen un par de preguntas.
En otro tiempo el discurso filosófico era el privilegiado para hacer(se) preguntas. Hoy los discursos son otros o quizá más bien ya no son tampoco discursos. Son la última degradación de un discurso: cosmovisiones.
Añoro un poco esa época en que los niños usaban la religión para hacerse preguntas fascinantes, las de la infancia, las de la metafísica, sin que los adultos estuvieran pensando en “adoctrinamiento”.
Hoy hay una obsesión con el adoctrinamiento. A mí me da lo mismo con qué discurso se copan mis hijos mientras lo usen para hacerse preguntas; lo que me da una pena terrible es cuando escucho pibes caseteados.
Y esto es cada vez más frecuente, sobre todo entre hijos de padres que no quieren ser conservadores.
LL
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