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SOY GORDA (ESEGÉ)

Mujeres filosas

Rom Freschi y Victoria Muniagurria
9 de noviembre de 2024 00:00 h

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Llego a un nuevo cuerpo, mercurizado/ las redondeces persisten y se abultan/ el redondeo es flexible y flamea/ su principio de risa erotiza, escribe Rom Freschi en su nuevo libro de la editorial Caleta Olivia, La vergüenza es una fase en la transición de la señora lobo.

El del poema es un cuerpo de mujer que duele, huele, muele y goza en esas acciones suaves y feroces, siempre vitales. Cuerpo que también juega, afila los cuchillos y sale de su contacto con la lengua convertido en un sujeto consciente.

El yo lírico está inquieto y extrañado en un cuerpo que siente de otro mundo, le ha devenido ajeno en el transcurrir. Ese cuerpo que escribe también es el de la señora lobo, el de la loba que quebró con el rebaño, el que atraviesa la diacronía y va de la pequeña e ingenua caperuza a la abuela, que a veces da de comer y otra es cruel, despiadada.

Como si fuera una astronauta la autora desembarca, planta su bandera en un planeta misterioso que desea amigable e intenta, no conquistarlo, sino reconocerlo y hacerlo propio. Su nave es el lenguaje con el que lo recorre. Un lenguaje plateado, como el pelo que va perdiendo su cromatismo original, pero es persistente en los rulos.

La poeta es autora de Eco del Parque, Todo cuerdas, Soslayo, Redondel y Juntas, entre otros títulos. Entre 2004 y 2018, dirigió la revista de poesía y crítica Plebella, “apostando a la apertura y el desvío”, de la que la editorial universitaria Eudeba publicó una antología en forma de libro. En 2022 la colección completa fue digitalizada por AHIRA, el Archivo Histórico de Revistas Argentinas.

En La vergüenza, los poemas son una aventura épica, que le dan un poder transformador a un cuerpo en cuya vulnerabilidad reside su fortaleza. También hacen visible esa transición en la que ya se ha abandonado la juventud pero aún hay potencia y actos: bajo esa carcasa endeleble y vieja/ endurecida pero frágil/ casi ya sin sentidos late. Freschi se encamina con su experiencia real y fingida a lo Pessoa hacia una nueva e incierta fase: El poeta es un fingidor/ Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor/ el dolor que de veras siente.

En ese stress y en ese strass nos creemos dioses/ rompemos nuestro cuerpo en el intento de quebrar el mundo a favor nuestro/ y struss el mundo se quiebra. Es el tallado lírico y sin estridencias en la materia corpórea, la evidencia de las formas de la carne de una mujer en un tiempo fragmentado que evoca, intuitivamente, su experiencia contemporánea. Va cavando y ahondando, en busca de una respuesta profunda para poseer un rato algo del mundo.

Como si fuera una larga conversación, La vergüenza es una fase en la transición de la señora lobo va dialogando con textos y subtextos, los del poeta uruguayo Roberto Echavarren, y de la santafesina Diana Bellesi, por ejemplo Freschi es una Narcisa que despierta, toma registro del tamaño de su pudor y, en vez de guardárselo, lo comparte, ampliando -como diría Italo Calvino- lo que no es infierno. Sabiendo que la vergüenza es una emoción compleja, cuya llama es ridícula.

Un cuerpo con rollos, blanco, perturbado, que se mira en ese dejar de cumplir funciones, en achicarse, en descubrirse y conmoverse porque cae la armadura. Un cuerpo que se hizo junto a otros, pero que también soportó la soledad y la ausencia de oídos y abrazos que no estuvieron allí para sostenerlo. Aunque tal vez fueran esas mismas carencias las que ayudaron a contar con el desvelo íntimo y afectuoso por la palabra que lo inscribió. Un cuerpo que, a diferencia de las bolsas del supermercado, no es reciclable. Se sabe en vías de desaparición porque la muerte hace su labor y su habitante emerge para trascenderlo en la letra.

En la palabra texto, que viene del latín textum y significa tejido o entramado, está expuesta la relación entre la palabra escrita y la tela. Por eso, poesía y arte textil se entrelazan para ofrecer dos formas posibles de escritura.

Oriunda de Goya, Corrientes, Victoria Muniagurria ingresó joven al universo textil, como diseñadora de moda, actividad que ejerció durante veinticinco años hasta que se cansó de seguir tendencias que coartaban su singularidad porque las imponían otros y se retiró de la industria.

Desde hace diez años, la tela comenzó a ser espejo de un imaginario propio, influido por el entorno natural en el que creció y por su abuelo, sus primos y otros amores de su infancia.

Algo de esas frondosas estampas que habitan en su mente y su corazón puede verse en Narã [Territorio Biotextil], la muestra que exhibe desde ayer en la galería Cohen Otra Mirada, Sebastián Elcano 406, en el bajo San Isidro.

Para la investigadora y artista textil ya no hay modelos ni temporadas en las que empezar todo de cero, sino una acumulación afectuosa de vivencias y quehaceres que expresa a través de la tela.

En ese trayecto que va de la batita a la mortaja, Muniagurria arremete con sus trapos para construir un arte de los afectos, “fruto de su exploración en el universo de los biomateriales. Fascinada por las posibilidades estéticas y técnicas que le ofrece este campo, se animó a indagar en nuevos formatos, tipologías, cromas y escalas. Y volver al cuerpo vivo desde la materia viva”, explica la curadora Karina Maddonni.

El bioarte de Narã replantea la mirada sobre nuestro hábitat y nuestra relación con las otras especies, apela a biotextiles, es decir materiales vivos producidos a través de la alteración de elementos orgánicos: levaduras, hongos, frutas, flores y otros vegetales. Narã es una voz guaraní que significa “anaranjado”, color que remite a un olor y un sabor precisos. “Es esa cascarita de naranja, cuerpo orgánico cítrico, fresco y familiar que compone la materia prima de algunas de las obras presentes”.

A Victoria los biotextiles le resuenan “a la alquimia y la cocina, tal como fueron mis procesos anteriores, con esa mezcla de Taller y Cocina, lugares en los que adoro pasar tiempo”. De allí que las palabras receta, espera, fórmula resulten tan afines y pidan nuevos artilugios metodológicos para manipular materiales orgánicos que están en permanente mutación. Producir la propia materia prima, - ademán casi renacentista-, ubica a esta práctica artística, paradójicamente, en bordes transdisciplinares propios de la contemporaneidad; y amplía los alcances científicos, éticos y estéticos de los procesos creativos“, aporta Maddonni, magister en Lenguajes Artísticos Combinados.

Durante la apertura de la exposición que tuvo lugar ayer, viernes, hubo una performance inspirada en los mitos guaraníes, titulada Kuarahy jára / Guardianes del sol. La dirigió una coterránea de Muniagurria, Frida Vigliecca, con una coreografía que indaga la relación entre las personas y naturaleza, en un mundo antropocéntrico.

El corpus de obras de Muniagurria evoca la Mesopotamia, en una combinación de performance, wearables, instalación, escultura, abalorios y bioprendas. “La naturaleza, siempre presente, queda encarnada en la materialidad constitutiva de cada pieza. Son formas vivas y frágiles, vulnerables a los ambientes variables, que requieren cuidados, y la aceptación de los cambios como parte del bioproceso”. Para Maddonni, “Narã [Territorio Biotextil] señala desde el lenguaje del arte, que en nuestras manos anida la oportunidad de honrar y preservar nuestra tierra para seguir habitándola en paz y comunidad”. 

LH/MF

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