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OPINIÓN

Obsesión y desobediencia

La pregunta clínica es por qué el padre es quien viste mejor ciertos atributos feroces de la madre y cuáles son las consecuencias de una escucha literal y que no se guía por un método.

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Hace varios años atendí a una mujer que inicialmente se presentó a la consulta como una obsesiva. La relación con sus obligaciones no le dejaba tiempo para otra cosa y, en la mayoría de sus elecciones, primaba el pragmatismo.

Con el tiempo, la supuesta obsesión se histerizó: en cierta ocasión se refirió a algo que tenía que hacer como algo de lo que tenía que salir. En efecto, tuvo un fallido: quiso decir “me molesta no poder cumplir” y dijo “me molesta no poder salir”.

Así el vocabulario de las obligaciones reveló un sentido erótico y todas las cosas que tenía que hacer eran cosas que tenía “encima” y su hiperproductividad era una defensa, un modo de escapar de lo que se constituyó como una fantasía de seducción.

El apoyo para esta fantasía –esto es lo que me interesa– estuvo en la sensación, durante algunas sesiones, de que había algo que no recordaba. Así cobró forma definitiva una amnesia histérica.

Lo que quiero subrayar es lo importante que aquí el analista no se apure, que no quiera forzar recuerdos, porque los puede inducir. Aquí es que se decide el análisis propiamente dicho si la vía por la que se apuesta es la del inconsciente.

Esta mujer tuvo varios sueños con hombres, en los que le robaban, le pegaban, la miraban con desprecio. Se hizo entonces una pregunta por el amor de su padre, del que recordaba haberse alejado en la adolescencia cuando tuvo un primer novio. Pensó en sesión que el padre se había puesto celoso.

En cierto momento se preguntó si acaso el padre no había hecho algo incorrecto. Durante un tiempo estuvo asustada. A través de sus asociaciones lo que se circunscribió fue su propio erotismo infantil dirigido hacia el padre.

Como es un caso de neurosis, los celos atribuidos al padre eran una formación proyectiva de su deseo reprimido. En un caso de psicosis, lo más común hubiera sido que la posesividad de quien desea se tradujese delirantemente en una iniciativa de goce supuesto en el otro según el modelo de la identificación proyectiva.

El punto que me importa es cómo el analista que espera y no se apresura a concluir, puede escuchar que muchas veces detrás de ese padre imaginario (seductor) está la madre y es en la relación temprana con ella que se pueden esclarecer especificidades sintomáticas que, de otra manera, no se pueden explicar: el ahogo, la sofocación, etcétera (que remiten a la relación dual).

La pregunta clínica es por qué el padre es quien viste mejor ciertos atributos feroces de la madre y cuáles son las consecuencias de una escucha literal y que no se guía por un método.

Por otro lado, hay una posición en algunas mujeres, que se parece mucho a la neurosis obsesiva, pero que no lo es. Es otra cosa.

Digo que se parece a la obsesión, porque tiene la forma de un impulso inhibido que se traduce en una rumiación dubitativa. Como en este tipo clínico, el goce del acto se desplaza a la vacilación.

Sin embargo, no hay duda como síntoma –como sí tiene que haber en la obsesión para ser tal– y tampoco se trata verdaderamente de un impulso detenido, sino de un acto que no se quiere realizar.

Esta estructura puede parecer obsesiva –en efecto, si escribo esto es porque varias veces en supervisiones escuché que se diagnostica de este modo a mujeres y yo mismo me equivoqué en un libro cuando escribí sobre esta cuestión–, pero en psicoanálisis lo que parece algo, no lo es; es decir, se trata de mujeres a las que –diría– les cuesta ser desobedientes.

Como no tienen la insumisión de la histeria, parecen obsesivas; pero no, es otra cosa, más relacionada con la etimología del verbo desobedecer, que remite a desoír.

Como en la obsesión, estas mujeres tienen que realizar todo tipo de justificaciones para hacer lo que hacen, pero mucho más culpables se sienten por lo que no hacen, cuando tienen que decir que no y aquí la referencia ya no es la culpa edípica, sino la relación pre-edípica.

En su momento yo escribí que en la obsesión femenina se trataba de la relación con la madre en lugar de con el padre y su Ley, pero ahora pienso que esa fue la forma deficiente de nombrar este problema que ahora entiendo un poco mejor.

Solo un poco. En estos años, pensé que lo central para estos casos se trata de la voz de la madre –y la constitución de la voz como objeto pulsional. Así fue que escribí otro libro, para enmendar el error, pero no le pude terminar de dar forma.

El primer libro es de 2018, el segundo de 2021. Y todavía no logro encontrar una buena formulación.

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