Pobres, pobristas y empobrecedores
No fue mi generación la que construyó esta Argentina. Es llamativo cómo ciertos empresarios, periodistas y políticos que sembraron odio y pobreza en este país lacerado proyectan en nosotros sus propias culpas sin recordar que fueron ellos los actores protagónicos de las últimas cuatro décadas de historia política y económica. Los empobrecedores, a coro, nos llaman “pobristas”; los sembradores de odio nos dicen violentos. Nuestro turno todavía no llegó. A diferencia de las suyas, nuestras ideas aún no han sido probadas en la práctica. No tienen, aún, derecho a juzgarnos.
Las palabras, como las personas y los pueblos, tienen historia y raíces, ancestros que dejan un legado en su descendencia, la determinan, la cualifican. La palabra pobre tiene una gran historia y una familia prolífica. Uno de sus jóvenes descendientes, utilizado reiteradamente en los últimos meses con una fuerte carga negativa, es la palabra pobrismo.
El sufijo –ismo es un morfema utilizado para designar doctrinas o actitudes derivadas del lexema pobre. Pobrismo es, entonces, una doctrina o actitud vinculada a los pobres. Seremos pobristas, entonces. Practicamos una actitud política y convicciones doctrinarias directamente asociadas a la existencia de personas y pueblos pobres. Nos ponemos de su lado, siempre. Cuando los empobrecedores concluyen que esta toma de posición nos convierte en culpables, beneficiarios o promotores de la pobreza es, lisa y llanamente, una canallada.
Nuestra opción está enraizada en el espíritu humanista cristiano, nutrido de los aportes del renacimiento europeo, el pensamiento revolucionario moderno y la doctrina justicialista. Implica el reconocimiento de la existencia de personas, nacidas libres e iguales en dignidad a cualquier otra, que sufren una injusta escasez de recursos materiales, reconocimiento social y poder político. Supone el compromiso de luchar contra estas injusticias, sus manifestaciones cotidianas y, sobre todo, sus causas estructurales.
Los pobres han recibido distintos nombres a lo largo de la historia, nombres usualmente vinculados a la función que les asignaba cada sistema. Fueron esclavos en la antigüedad, siervos en el medioevo, campesinos y proletarios tras la revolución industrial, encomendados y yanaconas en nuestras pampas. Todos ellos sufrían distintas formas de negación de su dignidad, la privación de su cuotaparte en un justo reparto de la riqueza social. Todos ellos, luchando, lograron mejorar su condición, obtener derechos y así, mejorar la sociedad. Nuestro pobrismo consiste en acompañar estas luchas.
¿Quiénes son los pobres hoy? Los excluidos, los descartados por la actual organización social del trabajo y la distribución de la riqueza en el orden capitalista post industrial contemporáneo. Son aquellos que el mercado, aún en sus picos de actividad, no integra. Son aquellos que un Estado meramente administrador, cortoplacista e ineficiente apenas logra contener. Nosotros estamos de su lado. Nosotros, los “pobristas”, vemos sacralidad en estos hombres, mujeres, niños y ancianos excluidos; los idólatras del dinero, por su parte, solo encuentran la sacralidad en la propiedad privada, las grandes fortunas y el capital trasnacional. Es el culto ancestral al becerro de oro, actualizado a la estrecha mentalidad del político neoliberal.
La Argentina de la decadencia, la pobreza y la exclusión es la arena en que a nosotros, militantes de este milenio, nos toca dar la batalla. Se trata de un juego cruel y despiadado que no inventamos. Quienes crearon las reglas y pusieron ladrillo por ladrillo las paredes de este salvaje coliseo tienen el cinismo de endilgarnos el dantesco espectáculo que ellos mismos prepararon sin sentir el más mínimo remordimiento por su propia responsabilidad. La política argentina ha engendrado, verdaderamente, una enorme cantidad de personajes psicopáticos.
Los grandes empobrecedores de la Argentina decían que los mercados y el capital traerían por sí mismos la prosperidad. Nada de eso sucedió. Nosotros creemos en un Estado planificador, creativo y eficiente que oriente la inversión productiva, la iniciativa privada y las organizaciones sociales para lograr el desarrollo humano integral. Sabemos que hay muchos dirigentes en las generaciones precedentes que han intentado y en ocasiones logrado disminuir las injusticias. Es evidente, sin embargo, que las cuentas pendientes son innumerables y son también responsables de la situación.
Nuestra generación, la generación de los que crecimos en democracia, aún no ha tenido su turno; tal vez nos vaya mal, tal vez seamos incluso peores que quienes nos preceden, pero todavía no se nos puede responsabilizar de las enfermedades del país. Los empobrecedores no están en los movimientos populares, las agrupaciones políticas no tradicionales y las militancias jóvenes. Allí podrán encontrar, en cambio, a quienes buscan con mayor honestidad el camino para que todos gocen de la tan mentada propiedad privada a través de un trabajo remunerado, una vivienda digna o un lote de tierra para cultivar. Allí está la búsqueda por una renovación ética de la política, una dinámica productiva respetuosa del ambiente, una distribución equilibrada de la población en el territorio, una convivencia pacífica cimentada en la justicia social, en fin, un desarrollo humano integral.
¿Alguien realmente cree que de los Etchevehere, los Pichetto, los Macri puede salir algo de esto?
JG
0