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Ricky Gervais, ¿el último romántico?
Debido a su sentido del humor de altos niveles de acidez e impertinencia se lo ha emparentado a menudo con el estadounidense Larry David, pero el actor, guionista, realizador, etcétera Ricky Gervais, inglés, más allá de algunas coincidencias con el creador de la intermitente, inextinguible sitcom Curb Your Enthusiasm (arrancó en 2000 y se anuncia la temporada 12 para 2023), circula en otras direcciones con sus series The Office (2001 y 2003, versionada en otros países), Extras (2005-2006), Derek (2012-2013) y actualmente con la imperdible After Life, 3 temporadas que culminaron gloriosamente en 2022.
Mientras que David -con todo su arrojo sin red y su indiscutible ingenio para ejercer el mal (en tono menor y cotidiano) se ha quedado en su invariable personaje semiautobiográfico cero onda, cobarde, traicionero, que destila su sarcasmo sin límites para mofarse de todo (incluido el cadáver aún tibio de su propia madre) y mantiene desde 2000 su carácter amargo, Gervais -sin dejar de sacarle brillo a la incorrección y de verbalizar sus pensamientos más oscuros a través de sus personajes- se anima a ir más allá: se permite hacerle espacio a la bondad lisa y llana, a alguna forma de esperanza, a la emoción sin golpes bajos, a la humanidad de la gente común exenta de todo glamour (que él se opone a que los llamen friquis: “Ese calificativo es para Johnny Depp, Brad Pitt, verdaderos fenómenos de circo”, protesta RG). De todos modos, ambos humoristas tuvieron su encuentro en 2006 en un especial de TV, Ricky Gervais Meets… Larry David, 55 minutos relativamente logrados, que se puede ver en Youtube.
Salvando distancias de época y de temáticas en respectivas obras, acaso al Ricky Gervais que escribe, realiza y protagoniza sobre todo Derek y After Life se lo podría emparentar con el mismísimo escritor y dramaturgo Anton Chejov (1860-1904), quien siempre sostuvo que sus piezas teatrales estaban entre la comedia y la tragedia, colaboró en revistas humorísticas y opinaba que no existe la felicidad sino apenas el deseo de ser feliz. Obviamente, en su momento, Chejov ni imaginaba los chistes chocantes que puede lanzar hoy Ricky Gervais, pero, como el inglés, trabajaba tramas aparentemente sencillas, sin moralizar y apostaba a la vida a pesar de que los pesares no le eran ajenos. Un melanco capaz de alegrarse el ruso que, al igual que RG, defendía a los animales y el equilibrio de la naturaleza, creía en una noción comunitaria de los bienes (para el caso, ver los intentos de proteger el hogar de ancianos del apocado Derek, o la forma en que el Tony de After Life reparte el elevado seguro de vida que le dejó Lisa, su adorada esposa). Asimismo, ambos concuerdan en la forma de manejar cierto tipo de pudoroso lirismo, de proyectar alguna armonía futura (“Estaremos en paz… Veremos el cielo cuajado de diamantes”, anhela la Sonia de Tío Vania). Y si bien en Chejov los amores tienden a ser imposibles, no correspondidos y, en cambio, en After… Tony pudo vivir un gran amor durante 25 años, al comenzar la serie es un viudo inconsolable que apenas zafa del suicidio por cariño a Brandy, la perra que compartió con su mujer. Y el hombre se aferra a ese pasado que lo mantiene en carne viva mirando los videos donde grabó a Lisa.
Qué bueno que era ser malo
Empero, la primera imagen con que se inicia esta ficción va directo a los bifes: una mujer en la cama de un hospital, la cabeza cubierta por un gorro, el rostro y la voz reteniendo a duras penas su angustia con una semisonrisa, mira a cámara: “Si estás viendo esto es porque yo ya no estoy aquí (…). Eres bueno, aunque no te gusta que te lo digan”. A continuación, ella, Lisa, le da a Tony una serie de recomendaciones prácticas sobre cómo manejar la casa y atender a Brandy. Tony, que ha estado mirando por enésima vez el video desde el lecho matrimonial, cierra la laptop a pedido de su perra que tiene hambre: “Si pudieras abrir una lata, yo estaría muerto”. Entretanto, un pueblito ficticio, cuasi escenográfico (la serie fue filmada en las afueras de Londres) se despierta: abren los pequeños comercios, una chica marrón llega a las puertas de The Tambury Gazette. Tony saca a pasear a Brandy, llegan al cementerio, la perra se adelanta y se echa frente a la tumba de Lisa Jane Johnson. Él le da una palmadita al animal, y está todo dicho sin que medie palabra.
Así empieza la jornada de Tony, que trabaja en la gaceta local -aún se imprime en papel y es gratuita- que dirige su cuñado Matt, también de duelo porque Lisa era su hermana. Allí trabaja un pequeño grupo de personas que terminarán siendo nuestros entrañables conocidos, nos importarán sus pequeñas vidas y muy posiblemente, al concluir la serie, nos preguntemos qué fue de Sandy, la dulce y sensible marrón que hacía una pasantía y cargaba con una vida familiar harto problemática.
Aparte de contar el ciclo del duelo de Tony en temporadas de media hora cada episodio, After Life propone una idea muy funcional para abrir una variopinta galería de personajes (por fuera del staff del periodístico) que quieren salir en la gaceta a toda costa, contando sus historias, todas con algún grado de excentricidad, de delirio, también de desdicha. Desde el joven gordo sobrealimentado por su madre que toca la flauta con sus fosas nasales hasta un señor que cree ver el retrato de Kenneth Branagh en una mancha de humedad o una indescriptible pareja de swingers que fundó un club para cubrir todo tipo de fantasías sexuales, “siempre consensuadas”. A su vez, Tony traba amistad con una prostituta –“trabajadora sexual”, le corrige ella- inteligente y realista, muy graciosa, a la que contrata para que le lave los platos acumulados. Daphne tendrá su propia historia dentro de la serie.
En ese día del primer capítulo, Tony también tiene una entrevista con un psi de lo peor -falto de toda ética, chismoso, machista- y visita a su padre, con demencia senil, en el geriátrico del lugar. Allí conoce a Emma, gentil enfermera con la que pega alguna onda. Pero no se apresuren a alimentar ilusiones porque After Life siembre va a sorprender con un giro, una réplica, un efecto lejos de nuestros reflejos como espectadores seriales. Ah -y aquí se acaba el espoileo-, en el segundo episodio aparece en el cementerio, conversando con su marido muerto, una dama que será decisiva en la evolución de Tony: Anne (la estupenda Penelope Wilton, de Downton Abbey), de setenta y pico, sabia, filosófica, con gran sentido del humor que, de movida, registra y comprende con indulgencia al viudo. En algunas de las sabrosas charlas que tienen a lo largo de las temporadas, ella reflexiona sobre algo, y Tony le sonríe: “Ah, Kierkegaard”.
No por nada Gervais estudió filosofía en sus mocedades y supo dedicarse a la música antaño (cantante principal del grupo neorromántico Seona Dancing, con éxitos como los temas Bitter Heart y More to Lose), también fue conductor de radio y, asociado con Stephen Merchant, inventa en 2001 la atípica serie The Office (donde encarna a un odioso patrón al frente de un equipo de patéticos empleados durante 4 temporadas). Y luego la emprende con Extras (2005 y 2007), sobre esos figurantes de los elencos que nunca serán protagonistas. En el interín, interviene en algunas películas pero su fuerte son las series y el stand up: Animals (2003), Politics (2006), Fame (2007), Humanity, SuperNature (2022). Milita cada tanto contra las corridas y la caza del zorro y -miembro de honor de la National Secular Society- ha escrito notas defendiendo el ateísmo.
Ese es nuestro Ricky al que le gusta ser muy zarpado en sus epigramas, que en After Life -independientemente de permitirse algunos chistes malignos y hasta crueles- es muy capaz de hacer gala de un romanticismo a ultranza, de defender a los más débiles, de aceptar la amabilidad de los extraños, cual una Blanche DuBois cualquiera… En After Life varios perdedores logran llevarse algún premio, las feministas dogmáticas pueden aflojar un cachito, los nenes de mamá tienen la oportunidad de romper el cordón umbilical. Y las contadas situaciones que hacen lagrimear no recurren a la demagogia. La vida no es justa, pero ofrece cosas buenas, reconoce Tony-Ricky. Y las mentiras piadosas, compasivas dichas a una niña muy enferma son totalmente recomendables, aunque las diga un ateo convencido.
Las series “After Life” y “Derek”, y el stand up “SuperNature”, disponibles en Netflix
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