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Gordo TV

Yo fui susano

Susana Giménez, en su regreso a la televisión.

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Domingo a la noche en Telefé

En su regreso a la pantalla, la producción de Susana Giménez apuesta a lo seguro: jugadores de la Selección Nacional y María Becerra, la primera cantante argentina en llenar dos veces el estadio Monumental. El programa abre con el sketch de Susana Spadafucile en el predio de la AFA. Es lo mismo de siempre, con diferencias poco sustanciales.

—Ahora soy viuda —sintetiza la estrella en referencia a Emilio Disi, su marido en la ficción, fallecido en 2018.

De vuelta en el estudio, es presentada por una elaborada coreografía. El público aplaude con entusiasmo.

—Volvemos con el panel millonario —lee en un papel, luego de subrayar que está más flaca—. Las cosas en estos cuatro años y medio han cambiado. Tienen que mandar SU al 9009 o escanear con QR. Que ustedes deben saber qué es, yo no sé. Yo te llamo y vos podés ganar cien millones de pesos. 

En el juego también es posible ganar una casa prefabricada. La apertura finaliza con un extenso spot publicitario de Banco Santander. 

Después de la entrevista a Leandro Paredes y Rodrigo De Paul, Guillermo Cóppola —en lugar del habitual Ricardo Darín, actualmente de viaje— interviene como pareja de truco de la conductora contra los jugadores. 

En el living de Susana, María Becerra cuenta su ascenso al estrellato:

—Yo empecé a sacar música profesionalmente en el 2019. De ahí no paré.

—Eso salía por TikTok —apunta la diva, insegura.

—Por YouTube y por Spotify —corrige Becerra—. Antes, obviamente, hacía contenido en redes.

—¿Quién te descubre? —insiste Susana, perpleja—. ¿Quién te llamó por teléfono y te dijo: “Señorita Becerra, tengo un contrato para usted”?

—La verdad es que yo canto desde que soy muy chica —explica Becerra, elusiva—. Hice comedia musical, teatro, canto. Subía videos a YouTube. Uno se volvió viral y dije: “Wow, es mi momento, lo voy a aprovechar”. 

También cuenta que de vez en cuando subía covers de Rihanna, Miley Cirus, Ariana Grande.

—Esas eran tus ídolas —comprende Susana. 

—Las mostraba como diciendo “esto es lo que me gusta”. Y llegó un momento en que quería vivir de eso. Tenía una gran audiencia, ellos mismos me decían “cantá, nosotros te vamos a bancar”. Y me animé y ahí empezó todo. 

—Dios mío, te animaste —festeja la conductora.

El público ovaciona. Becerra presenta a su tía Gladys:

—Te ama —dice.

La tía, que estaba entre el público, saluda a Susana con un cálido abrazo.

—Yo participaba del Juego del Millón —dice, conmovida. 

—Qué divina —se emociona la diva.

Antes del final, encuentro una explicación a la ausencia de Marcelo Bezina, el Susano que participó del programa entre 2004 y 2019: “Me llamaron de la producción, pero no llegamos a un acuerdo económico, es simplemente eso. Lo que me ofrecían no me convenía”, dice en una entrevista reciente. Luego se refiere a su presente laboral: “Hace 28 años que trabajo para la administración pública, en Anses. Entré a los 16 años. Toda una vida. No atiendo al público, estoy en la dirección de soporte técnico y administrativo, muy contento y con muchísimo trabajo y un compromiso muy grande”.

En el estudio de Telefé, hace algunos años

El público que va a presenciar los programas está en lo más bajo de la escala alimenticia de la televisión, pero la cercanía de la estrella los irradia. Los domingos a la tarde, en la vereda, se reunían las incondicionales de Susana Giménez. Después de un rato al rebaño se sumaban fanáticos de los artistas invitados, estafadores de saco y musculosa y personajes detonados o pintorescos, según cómo se los mirara. 

A mis espaldas, recuerdo haber escuchado una conversación entre Lorna Gemetto y un chico que se presentó ante ella como “el fanático número uno de Moria Casán”. Hablaban sobre el calor en Buenos Aires y él contó que su familia tenía un chalet en Valeria del Mar. Pensé que quería invitarla, pero actuaba de manera apresurada y torpe —era evidente que recién se conocían—, y no se animaba a dar el último paso. Cuando el personal de seguridad anunció el ingreso, ella lo dejó sentado en el cordón de la vereda.

Yo ingresaba al predio por otra puerta. Los guardias me reconocían, pero igual pedían el documento. Otros, que parecían más importantes que yo, entraban directo. Con mi amigo Juan, nos turnábamos semana por medio. Nuestra función era colocar la SU, la SA y la NA al azar detrás del panel con forma de teclado telefónico, y quedarnos parados al lado para evitar que alguien espiara. Cuando el participante arriesgaba, y por lo general ganaba un premio menor, debíamos mostrarle a Marcelito y a la escribana —desde atrás de la cámara— un cartel donde estaban indicadas las respuestas correctas. Si el cartel resultaba poco claro, corríamos el riesgo de hacerle pasar un momento de perplejidad a él y —horror— a la propia Susana.  

Darío, el productor de más jerarquía en mi sector, pasaba cada diez minutos. 

—¿Todo en orden? —preguntaba, electrizado.

Yo contestaba que sí. 

Una rutina anunciaba el último bloque:

—Marcelito, ¿estás ahí? —preguntaba la diva desde su escritorio.

Marcelito respondía desde un contenedor con cientos de miles de papeles. 

—Sí, Susana.

Con la asistencia de tres o cuatro bailarines que los arrojaban al aire, seleccionaba un papel al azar y corría los treinta metros que lo separaban de Susana para entregárselo y volver al panel del juego. Cuando finalizaba el programa, pasaba a saludarme.

—¿Estás más alto? —decía.

Nunca supe si era una broma o me confundía con otra persona. Entendí que eso no importaba. Su carisma era incondicional, como el de Susana.

—Tiene un aura —comentó una vez Darío, al final del programa, mientras Marcelito se alejaba de nosotros. 

Le di la razón. En el estudio orbitábamos alrededor de Susana. Lo que nos diferenciaba era la distancia. Su proximidad era señal de éxito, una consagración, y Marcelito era uno de los más cercanos. Nosotros, a lo sumo, podíamos aspirar a lo que ya éramos: Susanos de un Susano.

—En cambio esos —suspiró mientras señalaba a un grupo de tiracables que descansaban a un costado—. Miralos ahí. Parecen empleados estatales.

Miércoles a la mañana en Canal de la Ciudad

Suena una cumbia. La conductora baila frente a una cámara que se mueve en círculos.

Zócalo: “¡Empezá el día con Yuyito González!”.

—Tu belleza es incomparable, la naturaleza fue buena contigo —canta mirando fijo a cámara—. Hice la elección correcta al elegirte para estar siempre conmigo. Me gusta todo de ti.

Yuyito anuncia que se va a poner seria. Sube el volumen de la música. Baila un rato más.

—Vino mi novio, Javier Milei —dice—. Vamos a hablar con un bombero que vio algo bastante serio allá entre las llamas.

La cortina musical se vuelve tensa. 

—Javier llegó de Nueva York y se va ahora mismo a Córdoba —asegura, preocupada—. Esto es en serio, chicos. Estamos compenetrados con el tema. Obvio, cómo no lo vamos a estar. Es una desgracia que a cualquiera que le toque, le va a tocar el corazón. Bueno, no me quiero meter tanto con el tema pero les quería decir eso, que Javier va para Córdoba.

Luego suena la música de Susana Giménez: “Detrás de todo sólo hay una mujer”. Yuyito anuncia una primicia: 

—Mañana se va a grabar la entrevista de Susana con el Presidente de la Nación. Para mí va a ser la entrevista del año. Porque la del año pasado fue la mía con él. La vamos a ver el domingo y va a romper todo.

Para cerrar, elogia a Milei:

—Es extraordinario, porque para plantarse en las Naciones Unidas y decir lo que dijo sobre las Naciones Unidas hay que tener unos eggs grandes como el universo completo —concluye y tira un beso a la cámara.

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