Los trabajadores de la salud vacunados con la Sputnik V: “¿Y si el mundo vuelve a ser como antes?”
“¿Y si todo esto se acaba? ¿Y si el mundo vuelve a ser como antes? ¿Si mi terapia intensiva vuelve a ser como antes?”. Verónica es infectóloga e intensivista en un hospital nacional, y todo eso pensó un ratito después de que le dieran la primera dosis de la vacuna Sputnik V cuando empezó el operativo en la Argentina, con las primeras 300.000 dosis que llegaron el 24 de diciembre desde Moscú. Este martes, que recibió su segunda inyección, todavía lo piensa.
“El mundo necesita una vacuna, algo que funcione, que nos permita sentir que podemos volver a salir. Hay que sostener el sistema económico. Confío en la ciencia pero que una vacuna, cualquiera de todas las que están dándose, genere inmunidad no quiere decir que esa inmunidad vaya a ser protectiva. Hay que darle tiempo a ver qué aportan las vacunas”, suma Verónica. Y recuerda: “Durante la gripe H1N1 tomábamos Tamiflú como profilaxis y nos sentíamos más seguros, y luego se supo que no servía. Pero quiero mantener la ilusión, ojalá sirva”.
En la terapia intensiva en la que trabaja se duplicó la cantidad de camas pero no se sumó ningún trabajador. “El trabajo es muy arduo hace muchos meses. Poner boca abajo un paciente que requiere eso para mejorar su saturación implica a siete personas: tres de cada lado y uno que moviliza la cabeza y el tubo. Si mueve mal el tubo y lo extuba, el paciente muere. Claro que necesitamos que algo funcione”, reflexiona. Su hijo de 8 años le tocó varias veces el brazo el día que recibió la primera dosis. “Cuando me dan la antigripal duermo sobre el otro brazo durante dos noches porque me duele, pero esta vez no hizo falta”, cuenta.
Hay una sensación de entusiasmo que se impone frente a la incertidumbre y el cansancio que generan la pandemia
“He sido cauta y entiendo que aún estoy en la mitad del proceso: aún estoy a la espera de la segunda dosis. Entiendo que hay que mantener las medidas de cuidado pero apuesto a que será una protección que también me traerá cierto alivio subjetivo a la hora de trabajar, de estar con mi familia o incluso de salir a la calle a comprar. Hay una sensación de entusiasmo que se impone frente a la incertidumbre y el cansancio que generan la pandemia, que en mí ha sido inevitable. Incluso ha afectado a los que me quieren, algunos de ellos se han emocionado al saber que iba a acceder a la vacuna”, dice Laura, psicóloga en la guardia de un hospital público de la Ciudad. Recibió la primera dosis de Sputnik V el 10 de enero.
“Pasadas las 24 horas de la aplicación, comencé con una molestia en el lugar de la inyección, dolor de cabeza y de cuerpo, debilidad general, cansancio y febrícula que bajó rápidamente con paracetamol. El resto de los síntomas fueron disminuyendo hasta ceder del todo al día siguiente, es decir, a las 48 horas de aplicada la vacuna. No me preocupó porque ya estaba informada respecto de la posibilidad de aparición de estos efectos así como también de su tratamiento y evolución”, describe Laura.
“No sólo a nivel individual sino especialmente a nivel social, uno está colaborando al aplicarse una vacuna a que esta realidad se vuelva un poco más habitable, sin negar la falta de garantías con la que se vive siempre. Es una decisión íntima, que tendrá consecuencias en la comunidad, si se apuesta a la vacunación masiva, a la salud pública. Y eso me alegra”, suma la psicóloga.
La vacuna crea un ambiente de esperanza. Todavía no se sabe si provoca que se transmita menos, tener menos síntomas, que no te contagies o qué. Pero es algo. Algo contra un virus frente al que no teníamos nada
Claudio es residente de enfermería en la terapia intensiva de recuperación cardiovascular del Hospital Pedro Elizalde. El 13 de enero recibió la primera dosis de vacuna contra el Covid-19. “Me dolió mucho el brazo, como dos días. Eso duró más que con otras vacunas, pero no tuve ni fiebre ni dolor de cabeza. No me preocupé porque era lo que me habían dicho que podía pasar”, explica.
“Todavía no siento el impacto emocional de haberme vacunado. Eso seguramente llegue más cuando tenga las dos dosis y haya desarrollado inmunidad. Sí identifico una sensación de esperanza, de que vamos a poder salir de esta cuando estemos todos inmunizados”, reflexiona.
Mariana tiene 26 años, es médica clínica y rota en la terapia intensiva de un hospital privado porteño. Recibió la vacuna el 15 de enero: ese mismo día empezó a tomar paracetamol preventivamente porque los compañeros que habían recibido su dosis en los días previos estuvieron doloridos y con fiebre. “Decidí prevenir e incluso con paracetamol tuve febrícula ese día, pero al día siguiente ya me sentí bien, sólo con una molestia local en el brazo que no me impidió seguir con mi día”, reconstruye.
“Los trabajadores de las terapias se sienten con miedo. Por ellos mismos y por sus familias. La vacuna crea un ambiente de esperanza. Todavía no se sabe si provoca que se transmita menos, tener menos síntomas, que no te contagies o qué. Pero es algo. Algo contra un virus frente al que no teníamos nada. Por eso ojalá que sirva porque estamos cansados y necesitamos un respiro”, describe. Justo antes de dormir un rato, después de una guardia de 24 horas.
JR
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