Stella Manzano: “Hacer abortos da alegría cuando la mujer siente que recuperó su vida”
Fue hace 37 años, en un hospital ubicado a casi 1.500 kilómetros del que trabaja ahora y Stella Manzano todavía llora cuando lo cuenta. Estaba en el último año de la carrera de medicina y era ayudante en la guardia del Hospital de Clínicas de Córdoba cuando recibió a una mujer, madre de dos hijos, que llegó llorando porque estaba sangrando y tenía miedo de haber perdido el embarazo que cursaba. La revisó y corrió a buscar a la residente de Ginecología para informarle de un aborto incompleto. “La médica me felicitó por haberme dado cuenta y, como premio, me ofreció ver el legrado. Yo entré esperando ver algo interesante y me encontré con que cuatro personas sujetaban a la mujer, uno de cada brazo y de cada pierna, para que no se moviera mientras esta ginecóloga, muy joven, la legraba en medio de los alaridos de la mujer despierta, sin anestesia”.
Manzano, hoy especialista en tocoginecología del Hospital Zonal de Trelew, reconocida militante por la despenalización del aborto y médica interviniente en casos que sentaron precedente, recuerda que empezó a tambalearse, dejó la sala y se desmayó. “Cuando la médica salió le pregunté por qué había hecho eso y me dijo que eran órdenes del director, porque si no ‘todas iban a ir a que les terminaran el trabajo’”, cuenta en diálogo con elDiarioAR, sentada frente a la computadora en la mesada de la cocina de su casa en Trelew, su base de operaciones desde que comenzó la pandemia y decidió recluirse por un enfisema pulmonar que la convierte en población de riesgo.
La anécdota es de 1983, cuando Stella Manzano tenía 22 años. Todavía era una “niñita evangélica” a la que ese episodio le cruzó la cara como un cachetazo y le desvió el curso de su carrera. “Para mí fue muy claro que eso era tortura y que tenía como objetivo castigar conductas no aceptadas socialmente y disciplinar a las mujeres, que en ese entonces se metían tallos de perejil, sondas o agujas de tejer porque no había misoprostol, para que no fueran a la guardia”, dice ahora.
Stella Manzano nació en Córdoba capital, en una familia de abuelos españoles que ella define como “mixta”. Por un lado, Manzano es un apellido judío sefaradí, envuelto en una una fuerte herencia anarquista. “Eran todos bien de izquierda menos mi abuelo que en un momento se instaló en Córdoba, se dedicó a hacer plata y se volvió absolutamente facho”, cuenta. Además de facho, se convirtió en un evangélico menonita, religión que heredó su hijo y después Stella y sus tres hermanos.
A los 16 años terminó el colegio y aprovechó el año en que estaba adelantada para estudiar teología en una escuela bíblica de Villa María. “En la carta de admisión puse que quería conocer más a Dios para amarlo más, pero en realidad yo siempre fui una incrédula, una mini atea. Siempre tuve muchas dudas sobre todo”, dice Manzano.
Sin saber qué estudiar, se decidió por la medicina y, en particular, por la ginecología, porque además de prometerle la autonomía económica que se había jurado tener, le parecía “más alegre”. “Si bien la ginecología tenía la parte triste de cánceres y demás, la obstetricia era alegre. Esto de ayudar a traer bebés al mundo y compartir con las personas ese momento mágico en el que nace un nuevo bebé. Por años me he sentido como una voyeur, como que estoy mirando algo que es tan íntimo que no tendría que mirar. Ese momento en que la mujer, el padre, ven por primera vez a ese bebé, se abrazan… yo siento que soy una privilegiada y que estoy compartiendo algo que poca gente puede compartir”, relata.
No sólo se buscaba disciplinar a las mujeres, sino a los médicos. Sólo iban a ser ginecólogos quienes estuvieran dispuestos a torturar.
Manzano tardó mucho tiempo en entender que en el legrado sin anestesia que presenció había también segunda intención. No sólo se buscaba disciplinar a las mujeres, sino a los médicos. Sólo iban a ser ginecólogos quienes estuvieran dispuestos a torturar. “Yo no pude, y, teniendo un promedio de más de nueve, no quise anotarme en la residencia del Clínicas; no estaba dispuesta a hacer eso”, cuenta.
Ganó tres residencias en Córdoba y otra en el Hospital Italiano de Buenos Aires, pero sin saber bien qué hacer, cambió de planes. “Mi vida también está unida a los libros y ese año había leído Hermann Hesse, que marca esto de ir a contracorriente, de no ser como ovejitas que son llevadas de la nariz con la multitud. Me di cuenta que no estaba tan segura si quería recorrer ese camino que ya tenía prefijado para mí. Sentí que había algo más”, recuerda.
Por una amiga de la iglesia conoció Cholila, un pueblo chubutense que define como “el lugar más hermoso del mundo”, a donde se instaló a los 24 años. “Eran 600 habitantes en el pueblo, 1.500 en un área de 40 kilómetros a la redonda y yo conocía las casas de todos mis pacientes: donde vivían, con quién. Nos pusimos a trabajar en construir casas, armamos una cooperativa para dar clases a los chicos. Si vos sos médica y no tenés los ojos cerrados, terminás viendo que para la salud de la población lo que menos importa es tal vez la buena medicina y lo que más importa es la buena vivienda, buena comida, agua potable. Y para las mujeres, que no haya violencia, que nos dejen acceder a la anticoncepción para no tener 8, 10 partos en los que corremos muchos riesgo de terminar muertas”.
Manzano conoció en Esquel al hombre con que se casó y tuvo dos hijos: Facundo y Mawén. Un poco por perseguir las mejores oportunidades profesionales y otro poco por acompañar el deseo de su marido, vivió en Esquel, hizo la residencia en Salta, se mudó a Villa Gesell, luego a Formosa —donde fue jefa de residentes y abrió el servicio de ginecología de una clínica privada—, volvió a Esquel, después a Cholila, se separó, y en 2004 se instaló donde todavía está: en Trelew. Más puntualmente, en una casa de ladrillo de dos plantas, donde vive con su hija, su perra Berta y sus tres gatos.
Si bien ya en su residencia hizo algunos abortos terapéuticos a mujeres gravemente enfermas o con embarazos inviables, Manzano dice que durante toda su formación el acercamiento que tenía del aborto era que estaba prohibido y que podría ir presa por practicarlo, más allá que desde 1921 es legal con el fin de evitar un peligro para la vida o la salud de la mujer, cuando se interrumpe un embarazo fruto de una violación o de “un atentado contra el pudor” cometido sobre una mujer con discapacidad. También le tocó asistir partos de niñas embarazadas por violaciones a las que no se les permitió interrumpir el embarazo. “Me acuerdo de una nena de Orán violada por su padrastro, que además había asesinado a su hermana antes. Estuvo dos meses internada y con custodia para que no intentara abortar. Verle la cara cuando nació ese bebé fue espantoso. Pero uno también aprende de esas derrotas”, recuerda.
En 2007, año en que recibió la primera capacitación del Estado en aborto, Manzano tuvo una especie de revelación. “Me di cuenta de algo que es muy obvio que todo aborto es no punible por el Código Penal de hoy, porque dice que cualquier médico lo puede hacer con el consentimiento de la mujer si el embarazo pone en riesgo su vida o su salud. Y todas las mujeres ponemos en riesgo nuestra vida y nuestra salud en cualquier embarazo”, apunta.
Ese argumento lo llevó al Congreso en 2018 y nuevamente en 2020, el 16 de diciembre pasado. Frente al plenario de comisiones, dijo que en la Argentina es entre 80 y 160 veces más peligroso parir que abortar. “Lo que pasa es que todos quieren decidir cuánto riesgo tenemos que correr nosotras”, lanzó con la misma voz firme que en 2014, cuando el debate era todavía incipiente, decía públicamente: “Estoy orgullosa de hacer abortos”.
Un evento emblemático en el que ella intervino como médica contribuyó a aclarar la confusión que durante muchos años privó a las mujeres del derecho de abortar en casos de violación. Según una interpretación restrictiva de ley, esa posibilidad estaba solo disponible si las mujeres tenían discapacidad. Fue el “caso F.A.L”. Una adolescente de 15 años de la ciudad chubutense de Comodoro Rivadavia violada por su padrastro quedó embarazada y su madre recurrió a la Justicia para que pudiera realizarse un aborto en un hospital público. Su reclamo fue rechazado en primera y segunda instancia de la Justicia provincial y cuando cursaba la semana 20 de embarazo intervino el Tribunal Superior de Justicia, que lo permitió.
Después de concretado el aborto, el caso llegó a la Corte Suprema, que determinó que cualquier aborto de un embarazo producto de una violación, sin importar la salud mental de la mujer, no es punible. Además, le encargó a los poderes ejecutivos nacionales y provinciales la implementación de protocolos hospitalarios para garantizar el acceso en los casos que corresponda y a evitar judicializarlos.
Manzano hizo el aborto del caso F.A.L porque todos los médicos de la provincia se declararon objetores
Si bien la menor era de Comodoro Rivadavia, a 400 kilómetros de Trelew, Manzano hizo el aborto porque todos los médicos de la provincia se declararon objetores. “Yo sabía que me iba a llegar. Me preguntaron por qué no lo hacía clandestino y yo les dije que no porque entendía muy bien el concepto de litigio estratégico. Lo lamentaba por la nena, pero era mas importante esperar un poco por el bien de todas las demás, porque los médicos seguían creyendo que el aborto en caso de violación estaba prohibido salvo con fallo judicial”, recuerda. Manzano era, ya entonces, la cara visible de un hospital que se desmarcaba del país por tener sus propias guías y garantizar el acceso a la interrupción del embarazo tal como lo mandaba la ley.
Según cuenta, la adolescente del caso F.A.L fantaseaba con la idea del suicidio. “Se imaginaba lo lindo que sería que fuera caminando por la avenida de Comodoro y un colectivo o un camión le pasara por arriba”, apunta la médica, que dice que “a ese extremo llegan las mujeres” cuando no quieren parir.
“Después de ella hice un aborto más avanzado de 23 semanas y cinco días, ordenado por la Cámara de Comodoro para una adolescente violada. Esa segunda nena también pensaba mucho en el suicidio. Le regalé el libro de Anne, de los tejados verdes y sigo escribiendo todavía”, dice Manzano con su voz rasgada de exfumadora, y se detiene unos segundos a pensar. “Una las ve florecer, el agradecimiento. No sólo te da alegría ver nacer bebés. Hacer abortos da mucha alegría cuando la mujer quiere abortar y siente que recuperó su vida, que va a tener un poco menos de dolor y algunas opciones más. Eso es hacer abortos también”.
DT
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