CRÓNICA

Entre el olvido y el trauma, el caso María Soledad Morales todavía resuena en Catamarca

Silvana Avellaneda

San Fernando del Valle de Catamarca —

0

La resolana cae impiadosa sobre una capital de Catamarca que bulle. Sólo se pausa durante la siesta, en apariencia, porque la vida sigue puertas adentro bajo un manto difícil de descorrer. 

En septiembre de 1990, 34 años atrás, se encontraba el cuerpo desfigurado de una adolescente de 17 años: María Soledad Morales. Había sido violada por más de una persona, lastimada salvajemente y arrojada a un descampado a la vera de la ruta 38. Las pericias demostraron que había sido golpeada, asfixiada y que tenía una sobredosis de cocaína. 

La aparente y cantada mansedumbre catamarqueña voló por los aires. Eso sí, en silencio.

Entonces el crimen se volvió un hito social, político y judicial que traspasó fronteras. Su padre, Elías –ya fallecido– declaró: “Ni a los que mataron a mi hija les deseo tener que verla como yo la vi”.

El documental ‘María Soledad: el fin del silencio’ estrenado en Netflix, vuelve a instalar el tema en la conversación. ¿Qué cambios aparejó esta rebelión civil reclamando justicia? ¿De qué manera los catamarqueños elaboraron este trauma que se volvió colectivo, mácula y seña en los ’90?

“Catamarca cambió en algunas cosas pero aún está en deuda con Sole”, dice a elDiarioAR Mónica Barrios, una de las entonces adolescentes del Colegio del Carmen y San José que impulsaron el reclamo de justicia por su compañera asesinada. En medio de presiones salieron a la calle y encabezaron la primera marcha del silencio.

Ese septiembre de 1990 la sociedad local estaba conmocionada. El reguero de versiones caía siempre sobre un mismo sector como responsable, “los hijos del poder” y sus “amigos de la noche”. El entramado tuvo un denunciado pacto de silencio que policial y judicialmente llevó a que la mayoría de los señalados no fueran ni acusados ni condenados. Tampoco que pudieran concretarse los juicios por encubrimiento.

Los posicionamientos antagónicos son tales que pueden seguirse hasta en el obituario que publicó, en en diciembre del año pasado, el diario El Esquiú por la muerte de Arnoldo Saadi, primo del entonces gobernador y uno de los presuntos responsables señalados: “Su nombre es una de las tantas injusticias que deparó el Caso Morales (...) quedó comprobada su total desvinculación del caso”.

El entonces gobernador era Ramón Saadi, hijo de don Vicente, un gran caudillo del peronismo histórico, con proyección nacional, mentor del entonces presidente Carlos Menem.

El estupor social por el crimen fue tal que llevó al gobierno a dictar toque de queda por la madrugada. Los retenes policiales en todo el Valle Central controlaban autos, pasajeros, familiaridad entre ellos y exigían una declaración a voz alzada de dónde venían o hacia dónde iban. Linternas que iluminaban las caras. Rumores y testigos de todo calibre.

Ante cada marcha del silencio, los colegios exigían que los padres avalasen, mediante autorización, que eran los únicos responsables de la participación de sus hijos.

“El gran debe es no haber alcanzado la completa justicia, no haber llegado a todos los responsables y, aunque dos fueron condenados, aún hay quienes creen que son chivos expiatorios”, apunta el periodista Sergio Orellana. “Aunque creo que en realidad son parte de un grupo más grande que logró eludir la Justicia”.

Orellana es parte de quienes podrían ser llamados “la generación María Soledad”. Cursaba el secundario al momento del crimen y, ya profesional, tuvo a su cargo la cobertura del juicio y todos sus devenires políticos y sociales.

Esta presunción de “chivos expiatorios”, “de descontrol en el feudo”, de “causa amañada” y bandos férreos de un lado y otro aún se mantienen. Sin cambios pero sotto voce. No es fácil conseguir que un catamarqueño de a pie quiera sentar postura a viva voz.

“No tengo ninguna duda de que fueron esos y más personajes”, lanza uno. Otro, en cambio, se enfurece y habla de “la gran cama” que le hicieron “a Ramoncito”. Lo mismo da, discuten un poco y siguen compartiendo la cerveza.

“Mirá –indica alguien que pide anonimato– mejor es cuidarse porque por h o por b todos los de arriba terminan del mismo lado”. Quizás sea un modo de proteger a los propios de los avatares de una provincia en donde bipartidismos y alianzas tienen apellidos relacionados de un lado y otro. Aun en la “guerra”, las alianzas, los negocios y los amores se entrecruzan.

Si bien los medios fueron clave para que el reclamo de justicia sea escuchado,  también varios fueron la muestra de un gran show mediático que tuvo su punto cúlmine en la televisación del primer juicio (luego cancelado por la tendenciosidad de parte del Tribunal). El desembarco de periodistas de todo el país conmocionó más aún a una ciudad que por entonces tenía apenas 90.000 habitantes.

Medios, primicias, show. Muchos  convirtieron la cobertura en la antesala del morbo y el minuto de fama de los realitys, donde el todo vale provocó una y mil veces que el nombre y el cuerpo de María Soledad volvieran a ser estragados sin piedad.

“Un cambio hubo y no fue poco: se cambió un gobierno”, destaca Silvia Barrientos, primera abogada penalista en incluir la perspectiva de género en los litigios de Catamarca.

Después de una masiva marcha en Capital Federal, el entonces presidente Menem intervino la provincia. Fue un mazazo doble: la traición de Menem al hijo de su mentor y el desembarco de Luis Patti (después preso por crímenes de lesa humanidad y ya fallecido), quien no ahorró “métodos” para tratar de conseguir testimonios y cerrar el caso.

Luego se llamó a elecciones en las que un frente de radicales, peronistas no saadistas, socialistas y otros (Frente Cívico y Social) llegaron a la gobernación en 1991. 

Algunos referentes de este Frente ya murieron. Sus herederos más sesudos analizan aún hoy la pérdida del poder a manos del otrora repudiado PJ local. Otros, entablaron alianzas con el Pro, con la Libertad Avanza o se retiraron –públicamente– de la política. Para los propios de Ramón, muchos de estos funcionarios  “se subieron al féretro de (sic) la María Soledad”.  

A nivel judicial, tuvieron que pasar muchos crímenes y marchas más para que la justicia argentina tipifique a partir de 2012 la figura de “femicidio”, aún cuando el país adhería a pactos internacionales contra la violencia de género desde la última reforma constitucional. En Catamarca, diez años después se constituyó el Fuero Penal de Violencia Familiar y de Género. 

“Otras hubieran sido las condenas y la carátula si los tribunales hubiesen incorporado la perspectiva de género, que es algo relativamente nuevo en la legislación por la movida social de las mujeres –asegura la abogada–. Pero lamentablemente tengo que decir que no podemos desconocer la cantidad de mujeres víctimas que llegan, y un poco por la fuerza, algunos Tribunales dicen ”vamos a tomar el Caso con perspectiva de género“ aunque no se  termine de comprender lo que esto supone”.

El periodista Orellana menciona el reclamo de justicia, y la denuncia en la calle de la connivencia política como un mojón surgido del reclamo catamarqueño. También años después del crimen, “la policía de la provincia buscó profesionalizarse y se creó la División de Homicidios, un cuerpo de elite, junto con el Cuerpo Forense –menciona–. De este modo hubo otros casos que se resolvieron en cuestión de horas”.

Hoy San Fernando del Valle de Catamarca tiene una población de unas 159.000 personas. Quienes llegan son turistas atraídos por las Dunas de Tatón, a escalar los Seis Miles o conocer el Campo de Piedra Pómez.

 La paradoja es que muchos jóvenes y adolescentes catamarqueños, hijos de la “generación María Soledad”, poco o nada conocen de un hecho que marcó fuertemente la adolescencia y juventud de sus padres.

“Hay una falta de memoria social –acota el periodista Orellana– y creo que los comunicadores tenemos mucha responsabilidad en esto al no haberlo sostenido como viejas generaciones y haberles transmitido a los que llegan eso que se vivió en esta provincia”.

Para el periodista, “hay chicos de 25 años que no saben o conocen muy superficialmente lo que entonces sucedió en Catamarca”. “Y por eso –remata– no podemos cargarles responsabilidades de lo que eligen políticamente”.

La abogada Barrientos confirma: “Hay jovencitos que no tienen idea de quién fue y lo que significó María Soledad Morales” en Catamarca y en Argentina. Para ella, “hay una especie de ‘olvido’, de algo silenciado, porque hay cicatrices no sanadas”.

En las marchas del “Ni Una Menos” de la provincia, María Soledad encabeza la lista. Su madre, Ada Rizzardo, vive en la misma casa familiar y mantiene el cuarto de su hija intacto. 

Guillermo Luque y Luis Tula salieron en libertad y viven en Catamarca. No es raro cruzarse a Tula litigando en los tribunales locales. Se recibió de abogado en la cárcel.

En el lugar donde el cuerpo fue encontrado hay un monolito al que llegan turistas conocedores del caso. Algún peregrino de paso hacia la Virgen del Valle dejó una plaquita de agradecimiento, algún chupete, cintitas de pelo. Un par de apuntes.

En este Valle de mujeres valientes, las lágrimas y culpas nunca deben ser demasiado evidentes. Se guardan hasta la próxima estocada, si es que toca.

SA/DTC