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Réquiem para la edición impresa de Ámbito Financiero

Tapa de Ámbito Financiero del 20 de noviembre de 2006
27 de enero de 2024 00:01 h

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Una tarde, hace unos veinte años, Carlos Pagni le contó a Julio Ramos un chiste que circulaba: “Argentina es el único país en el que un diario de izquierda tiene la mejor sección económica y un diario financiero tiene la mejor sección política”. El redactor rio fuerte y el director, propietario y fundador inspiró, miró hacia arriba y también sonrió. 

Los chistes no se miden por su grado de verdad, sino de gracia, y éste la tenía. El sentido daba cuenta al menos de la autopercepción de un diario que años antes había llegado a la cúspide en cuanto a influencia y cantidad de ejemplares vendidos para un periódico económico de habla castellana. “Influyente, no prestigioso”, circunscribía alguien que habitaba esa redacción. 

En esa tarde-noche en la sede ubicada en la esquina más ruidosa de San Telmo, la gracia del intercambio entre el director plenipotenciario y el redactor estelar también radicaba en la mirada lateral que había desarrollado el diario para enfrentar, discutir, ridiculizar, pero, al fin y al cabo, reconocer y hasta dar aire a la izquierda, que en el chiste aludía a Página 12.

Ámbito Financiero fue un diario singularísimo, cincelado por un dueño con una personalidad también singular y “polémica”, por utilizar un adjetivo frecuente en los títulos del medio. Una página con cotizaciones y timba que comenzó a repartirse en la City porteña hace 47 años bautizó al periódico, pero, al poco tiempo, desarrolló una sección política aguda, no autoindulgente en su sesgo ideológico y, cuando hizo falta, partidario. Si el medio debía ser “imprescindible para decidir”, no podría permitirse zonceras pretenciosas ni próceres de cartón. Ramos y sus colegas fundadores comprendieron tempranamente que, en un país como Argentina, no existe tal cosa como negocios y finanzas escindidos del bajofondo político. 

Y Ámbito no se quedó ahí. Inventó su propio diccionario, desobedeció mandatos periodísticos conservadores, creó una sección de Arte, Ocio y Espectáculos, entonces sí, prestigiosa, y otra de Internacionales con una capacidad analítica destacable. 

Identificó a un rival y no lo soltó casi hasta el final: Clarín. “El pacto Clarín”, “el blanqueo Clarín”, “el monopolio Clarín”, “la ley Clarín”. Se tomó en solfa hasta a sus avisos clasificados. Fue un medio menemista al punto de proveerle un secretario de Inteligencia al Gobierno del riojano; relató y protagonizó la farandulización de los noventa. Informó el Plan Austral y el Pacto de Olivos; dio rienda suelta a los sobres; merodeó tardíamente el negacionismo en su rivalidad con los Kirchner. Perdió firmas emblemáticas; navegó la polarización del siglo XXI por el medio, bien y mal. Cambió de dueños, siguió perdiendo firmas, temas y secciones. Incorporó y forjó periodistas valiosos.

Ramos y sus colegas fundadores comprendieron tempranamente que, en un país como Argentina, no existe tal cosa como negocios y finanzas escindidos del bajofondo político.

Este jueves, en una acción relámpago, el Grupo Indalo, propietario desde 2015, comunicó que daba por finalizada la edición impresa y se volcaría por entero a la web. Ámbito Financiero dejó de estar en los kioskos. 

Se trata de una decisión dolorosa por lo que queda atrás y, sobre todo, por la incertidumbre que enfrentan su trabajadores. Tomada por sorpresa, la asamblea sindical reclamó la dignidad que se merece: defensa de los puestos y claridad en la comunicación. 

A nadie escapa que el periodismo vive una crisis sistémica y que determinados soportes, con el papel a la cabeza, libran una batalla con todas en contra. En los últimos años, tres diarios tradicionales de Buenos Aires dejaron de salir en formato impreso: La Razón (en manos del Grupo Clarín), Buenos Aires Herald y Ámbito (ambos de Indalo, desde 2015). A esas empresas les cabe la responsabilidad de haber decidido el cierre.

Voy a pasar a la primera persona. 

Un sueño y una experiencia

El ocaso de los diarios de papel es algo que me cuesta procesar con la razón; me duele con el corazón: el espíritu de las redacciones, su fricción, la complicidad entre escritorios, la desconfianza entre escritorios, el cambio en el sonido ambiente en el transcurso de los diez metros que caminaba “el Pelado” Ramos desde el ascensor espejado y revestido en madera noventista que había hecho instalar para uso exclusivo de unos elegidos y la silla central que ocupaba en el segundo piso de Paseo Colón. 

Ingresé a Ámbito Financiero año y medio antes de la caída de la convertibilidad, como redactor de la web, con sueldo inicial de 537 pesos/dólares. Venía con el bagaje de Sociales de la UBA, por lo que debía afinar el lápiz en un medio con cuya línea editorial, en lo central, disentía profundamente. Hubo algo que me salvó y empujó a trabajar en ese edificio casi dos décadas: nunca dejé de sentir que Ámbito Financiero fuera también un poco mío, desde el momento en que picaba cables y ganaba dos mangos y en cuotas, hasta cuando tuve otras responsabilidades. 

Poco antes de morir, en 2006, Ramos hizo colgar un cartel verde sobre su escritorio en el que advertía que Ámbito no era para quienes se sintieran “ajenos”. Era la prescripción que yo concebía más lograda de las varias que contenía ese decálogo escrito con peculiar gramática. 

Tengo más lugares comunes para decir. Añoro la rutina de cierre a la medianoche, con pocas luces encendidas y un cúmulo de papeles desordenados por todas partes, porque la papelera no se hizo para ellos. Era el instante de la mística y de la comprensión de lo banal de nuestra tarea. Era el momento de la ilusión por cómo sería leído algún título y del sopor por un proceso denso que terminaría poco después como envoltorio de huevos. Lo digo yo, un enterrador que continuaba corrigiendo el PDF hasta el minuto final, para fastidio del taller. Apagábamos la luz y bajábamos por el ascensor VIP con Mariana Zárate, la diagramadora que me bancaba. Sacrilegio. 

El examen desde el costado

Las redacciones de los diarios de papel implican una mirada crucial, a veces cómplice y otras lacerante. Los diagramadores, los armadores del taller, los de arte y los correctores miran de costado, o en la última milla, pero ven todo: el ego, las rivalidades ideológicas, los celos, las agachadas, las genialidades y el diario que no se publicó. Son los primeros lectores. “¿Otra vez con esto?”, “no se entiende un carajo este título”, “no le des bola a ése”, “uy, mañana la gente no va a dormir con esta noticia de Bélgica. Fundamental”, “no nombrés a ese ministro que se calientan”, “ese chivo es intocable”, “¿el párrafo en el que repetís exactamente lo mismo fue intencional o lo saco?”, “acordate de que es prenuncia, no preanuncia”.

Los diagramadores, los armadores del taller y los correctores miran de costado, o en la última milla, pero ven todo

Cuando a poco de ingresar a Ámbito pasé a la edición impresa, con el colapso del 1 a 1 y el atentado a las Torres Gemelas, para mí fue un punto de llegada, o de partida. Por un tiempo más, las redacciones impresas tendrían seniority sobre las digitales. Jornadas extenuantes, de gloria, frustración y malaria salarial. Escritorio de por medio, con Marcelo Falak, mi jefe, debatimos el mundo. Se sumaría al poco tiempo Emilia Rebollo. Fue el momento de afinar el lápiz. Uno, cien, mil cafés.

Esos años de pensamiento con compañeros me forjaron como periodista en serio. Más tarde me hicieron “carita”, viajé como cronista por varios países, creí que tocaba el cielo en una plaza sitiada de La Paz, edité secciones y dirigí el Herald, a metros de la silla en la que había empezado. Hace unos años trabajo como corresponsal de una agencia de noticias económicas estadounidense, colaboro en eldiario.es y soy columnista los domingos en elDiarioAR. Son los lugares que elijo. Todos digitales.  

Los estoicos

La nostalgia alcanza el espacio en el que pasé casi dos décadas y el sueño de la niñez y la adolescencia, cuando comencé a coleccionar diarios del país y del mundo. Debo reconocer que, últimamente, empezó a costar cada vez más conseguir ejemplares de papel. Hay ciudades en reconversión permanente, como Nueva York, en las que los puestos de diarios están casi extinguidos y ya borraron su huella en las veredas. En Santiago de Chile, hace años que se imprime un único periódico de papel todos los días de la semana. Los canillitas ya no caminan por las playas de Villa Gesell. A La Voz del Interior dejó de rendirle que sus camiones recorran cada pueblo de Traslasierra. 

Buenos Aires debe ser una de las ciudades del mundo con más puestos de diarios y con mayor diversidad de títulos ofrecidos. Desconozco lo que es pasar frente a uno y permanecer del todo indiferente. Me pregunto seguido qué será de ese canillita estoico que ocupa el espacio vacante con autitos de colección. Cuando era chico, recorría kioskos y preguntaba cuántos ejemplares vendían de cada marca. Llevaba una estadística. El objetivo oculto era que quería que a Página 12 le fuera bien. Micromilitaba ese diario ante mis viejos, que llevaban tres y ahora acumulan seis décadas comprando la edición impresa de La Nación

Desconozco lo que es pasar frente a un puesto de diarios y permanecer del todo indiferente

Entiendo todo. Los avances tecnológicos reemplazaron puestos laborales, el lenguaje informativo alcanzó dimensiones desconocidas con internet, la producción de un diario impreso se volvió antieconómica, el Amazonas ya no resiste más. Hay tapas hechas con tan pocas ganas y tan poca pericia que parecen a propósito para acelerar el cierre. Obviamente que va perdiendo sentido mantener en vilo a decenas de personas (editor, armador, corrector, taller, imprenta, distribución) para dar la última actualización de un cómputo electoral o un partido de fútbol si la edición digital lo podrá actualizar con más precisión y a menor costo. 

Principio de realidad: hay una razón central para el declive de los periódicos impresos. El público dejó de comprarlos masivamente y, para los sub-30, son un elemento exótico. Gran parte de la información se mira en la pantalla del celular y la fuente muchas veces ni siquiera son medios de comunicación, sino redes sociales o algún viral de whatsapp. 

Sin embargo, hagan la prueba. Busquen un diario impreso, el que sea: El Pregón, de Jujuy, la sección Deportes de La Nación, Las 12 de Página, La Diaria, de Uruguay, y se van a encontrar con una noticia inesperada, un texto largo bien escrito o un breve interesante que habrá pasado inadvertido para el ojo que está todo el tiempo tildado con el celular. 

Un futuro prometedor, con condiciones

Hay motivos para pensar que el futuro de Ambito.com es prometedor, entre otras razones, porque parte de un presente con bases sólidas. La integración de las redacciones, infinitamente comentada y postergada, se hará realidad a la fuerza. Combinará experiencias de largo, mediano y reciente recorrido. Bien manejada, la web puede abrir horizontes para un sitio centrado en información económica, como hizo décadas atrás en papel.

La pérdida de firmas y la resignación de temas rompen el pacto de lectura, y su reconstrucción requiere años

No alcanzará con el compromiso de su redacción.

Será necesario un grupo empresarial que proyecte a largo plazo y no decida con arrebatos. Que comprenda que los brochazos de intereses de sus accionistas puestos en notas y títulos contra natura, aunque sean esporádicos, tienen un costo difícil de sobrellevar. Que la pérdida de firmas y la resignación de temas rompen el pacto de lectura, y su reconstrucción requiere años. Que la información de calidad tiene un valor en el periodismo, máxime si es económico, porque un diario financiero que apueste al clic y a lo viral se va a perder en la jungla de Internet. 

A Ámbito Financiero y a sus trabajadores, mi respeto. 

SL/DTC

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