El primer párrafo de un texto debe ser de lo más difícil de lograr, junto al remate y el trenzado de datos duros. Quién se siente frente a la computadora a encarar una nota tendrá la cabeza repleta de información, algunas imágenes con cierta potencia, una o dos o tres declaraciones que podrían servir para hacer pie sobre la turba. Y poco tiempo.
¿Cómo se arranca un texto? ¿Cuál es el principio más “efectivo”, qué es lo importante? ¿Si empiezo así es aburrido? ¿Será mejor repetir la fórmula de siempre, esa que no falla? Nunca sabemos o, mejor dicho, nunca estamos seguros. Sé algo: se empieza empezando. Sé otra cosa: no hay nada más abandónico que un lector.
Hubo un tiempo en que se hablaba del boom de la crónica periodística. No fue hace tanto, digamos unos diez o quince años. De aquella época quedan unos muy buenos textos de no ficción editados en formato libro o crónicas reunidas en antologías. Pero sobre todo -de esa época- quedaron pautas o sugerencias o consejos para escribir.
Una de esas recomendaciones es montar el texto periodístico con la arquitectura de un cuento, es decir, con un principio, un nudo y un desenlace. Eso ya implica un grado de dificultad porque hay otra regla que corre para todo periodista: prohibido inventar. Todavía no arrancamos a escribir y ya hay que pensar una estrategia. Si los hechos, la vida, no suceden en forma lineal, ¿cómo alterar la línea de tiempo sin interferir en el acontecimiento?
Pero no hace falta dedicarse al periodismo narrativo para complejizar los inicios. Tan apabullados de información estamos que construir una cabeza noticiosa clásica es igual de complicado. Para eso propongo técnica y frialdad. Y rapidez y precisión. Y solvencia: cómo sostengo el título con un primer párrafo sólido. Y foco: qué es lo que voy a contar en los párrafos que siguen.
Todo esto y todavía no empezamos a escribir. Escribir de manera periodística siempre es igual y nunca es lo mismo. Cada vez que me detengo en el inicio de un texto trato de imaginar la cantidad de decisiones que tomó un redactor. Suele haber mucho trabajo escondido en un texto bien escrito. Mis preferidos son los cronistas que no muestran el truco ni el esfuerzo.
La otra sugerencia entre tantas sugerencias que dejó aquél boom, es la que atañe a los principios de un texto. Lo pongo en mis palabras porque ya no recuerdo quién lo dejó escrito o lo dijo en una conferencia. Es algo así como que hay que empezar con algo que haga que el lector no se vaya, que se quede conmigo, y que se quede hasta el final. Puede ser una escena, una descripción, una declaración, un dato-jabalina.
La idea sería arrancar con esta actitud: “Esto que vas a leer es lo mejor que vas a leer en tu vida así que no me dejes”. De repente somos vaqueros enlazando animales desbocados. Leo a periodistas que lo logran con una elegancia admirable. Son creativos, no muestran de entrada por dónde irán y cuando lo descubrimos ya estamos dentro de la historia. El suyo no es un secreto, es una especie de don. Y como es un don, es intransferible. No quiero que dejen de escribir.
A veces vuelvo a los decálogos. Los decálogos o listas de consejos los escriben o los legan personas con mucha experiencia, muchas de ellas generosas a la hora de compartir su trabajo. Vuelvo a leerlos por dos motivos. El primero porque sirven, porque allí está la buena práctica del oficio. El segundo motivo es que me siento menos sola: alguien ha estado en el páramo que ahora me toca a mí; ellos como yo, permanecieron de pie bajo el sol, sin brújula ni agua. Sobrevivieron.
Releo lo que escribí hasta acá. También pienso que todos esos son lugares demasiado seguros, lugares ya explorados. ¿Y si vamos en contra? ¿Si nos desmarcamos? Total, asistimos -ahora, ahora mismo- a la caída de los grandes discursos. Ya no seguimos al líder, liquidamos al líder. Es tiempo de proponer otras reglas, es tiempo de hacer lo que queramos. Otro camino. Busquemos maneras nuevas de entrar a un texto. Vayamos al desarme.
Como Liliana Ancalao, poeta chubutense y vicedirectora de escuela, descendiente de mapuches, que eligió empezar así un poema sobre el frío:
yo al frío lo aprendí de niña en guardapolvo
estaba oscuro
el rambler clasic de mi viejo no arrancaba
había que irse caminando hasta la escuela
cruzábamos el tiempo
los colmillos atravesándonos
la poca carne
yo era unas rodillas que dolían
decíamos qué frío
para mirar el vapor de las palabras
y estar acompañados
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PD1.: Los y las compañeras de Página/12 organizaron un homenaje a Mario Wainfeld. Será mañana a partir de las 19 en Caras&Caretas, Venezuela 330, San Telmo. Martín Granovsky, Irina Hauser, Nora Vieiras y Melisa Molina compartirán recuerdos con los lectores. A Mario le gustaba cantar. Así que allí estarán, también, el coro de Gente de a pie, el programa de Radio Nacional que condujo hasta días antes de su fallecimiento.
PD2.: El poema de Ancalao está compilado en Reuëmn. Poesía de Mujeres Mapuche, Selk’nam y Yamana. Editó Espacio Hudson en 2020. Es un libro hermoso. Se consigue en la web de la editorial por 6.600 pesos.
VDM
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