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Sobre este blog

A veces es más interesante lo que sucede en la previa de una entrevista que la entrevista que se publica. A veces, también, las bambalinas de un reportaje merecen “una nota aparte”. ¿Cómo se preparó Esmeralda Mitre para recibir a elDiarioAR? ¿Qué era eso que tenía sobre su escritorio el empresario Claudio Belocopitt? ¿Y el momento exacto en el que Alberto Samid se enfureció delante del grabador encendido? Hay datos de archivo, referencias, climas, declaraciones o rodeos del personaje que no llegan a un texto. Y no hay entrevistado sin entrevistador así que este boletín también indaga en los fracasos y los aciertos a la hora de entrevistar, de la escucha y lo imprevisible. Gracias por venir será una ventana para que corra aire y también para conocernos.

Autora: Victoria De Masi

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Revolver la basura

River y Jackson Lamb, el jefe, interpretado por Gary Oldman.
13 de septiembre de 2023 15:18 h

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Vi una serie que se llama Slow Horses. Se trata de un grupo de espías del MI5, el servicio de seguridad inglés, cuyos integrantes son “degradados”: por algún motivo que se devela de a poco, los agentes terminan trabajando en un edificio viejo en un barrio periférico de Londres, muy alejado -y muy diferente- a la Central. Ser un slow horse es ser un paria. ¿Fallaste como espía? Ok, andá a pasar un temporada al “refugio” bajo el mando de un jefe que va a enrostrarte cada vez que pueda que como agente de seguridad sos un inútil y que de ahí no te irás hasta que renuncies o te frustres o te convenzas de que no servís y dejes de molestar. En periodismo a ese exilio forzado lo llaman “Siberia”. Ahí hace frío, ahí no pega el sol.

Digamos que la serie es olvidable porque el drama de fondo es eso, un drama de fondo. El material vivo es la historia de cada personaje. Como la de River, el protagonista. Joven, rubio y atlético, River es una promesa en el servicio de inteligencia. Pero falla en un entrenamiento y lo mandan a la Siberia de ellos. El agente llega al refugio sintiendo que la sanción es injusta. Sufre, sufre porque él es más que un espía de oficio. Su trabajo es un don heredado de su abuelo así que encima cree que está rompiendo el linaje. La primera penitencia para River es “robar” las bolsas de basura de una persona a la que investigan, llevarlas al refugio, vaciarlas en una oficina y revisar el contenido. Guantes de látex mediante, River separa latas de vísceras, papeles de latas, latas de envoltorios. Vomita. 

River, un muchacho que sabe pasar desapercibido aun cuando viste un traje de esos que hacen imposible que una no mire, es obediente. En el fondo sabe que alguien tiene que revolver la basura porque quizás ahí esté la clave. En periodismo -y en tantos otros trabajos- repetimos: “Alguien tiene que hacer el trabajo sucio”. Agrego esto: también hay que bancarse el costo que eso implica. No hay ganancia alguna en esto de revolver la basura. En principio porque hay que hacerlo a escondidas, en silencio y en medio de la noche, como las ratas. Después porque te ensuciás con una mugre que no es tuya. Y al final te exponés. Y por último perdés. ¿Qué perdés? Llegada, agenda, fuentes, contactos. Sentido común: ¿por qué un personaje de actualidad te atendería el teléfono si acabas de dar a conocer una historia que se empeña en ocultar?

¿Sabés qué es un “muckraker”?

“Muckrakers”, llamó el presidente Theodore Roosvelt a un grupo de periodistas. En ese momento muckraker era un insulto porque significaba “rastrilladores de la mierda”“husmeadores de la mierda”. Estos periodistas se ocupaban de investigar la corrupción política e institucional de su gobierno, sobre todo respecto de la explotación laboral surgida a partir de la industrialización de los Estados Unidos. Para la segunda mitad del siglo, que te dijeran muckraker era un piropo. En la década del ‘70, el periodista Nicholas Cage pudo demostrar los vínculos de Frank Sinatra con la mafia. Publicó su investigación en The New York Times. Otro caso es el Watergate. El dúo Carl Bernstein - Bob Woodward dio cuenta de una compleja trama de escuchas, extorsión y abuso de Poder durante el gobierno de Richard Nixon. Su trabajo se publicó en The Washington Post y el presidente tuvo que renunciar. 

El último, sobre todo, pone en dimensión la necesidad del periodismo de investigación en democracia. Ben Bradlee, fallecido hace nueve años, fue el editor de la investigación que sostuvieron durante dos años, entre 1972 y 1974, los periodistas Bernstein y Woodward. A partir del Watergate, Bradlee elaboró un decálogo sobre las conductas que debe asumir el periodismo. Tomo una idea, la tercera, y transcribo: “Un periódico debe convencer a un gobierno de que, si es deshonesto y engaña a la gente, el periódico se va a enterar y lo va a contar”.   

¿Qué nos imaginamos cuando decimos “periodismo de investigación”? Posiblemente nos imaginemos a un periodista vestido de gris o marrón que, en la madrugada y bajo un diluvio, se encuentra con una fuente secreta que le tira “ese” dato que cambia todo. O varios periodistas sentados a una mesa y rodeados de papeles, que miran y miran una pizarra llena de anotaciones sin poder atar cabos. O periodistas procesando inmensas, inhumanas cantidades de información bancaria, jurídica, personal. O nos imaginamos a un periodista que una noche asfixiante de verano, frente a un vaso de cerveza, escucha a un hombre decirle “hay un fusilado que vive”.

Bueno sí, todo eso puede pasar pero es más común que no pase. Solemnidad cero: hoy la investigación periodística empieza en Google, el jefe nuevo al que reportamos. No, perdón, no. Hay un paso antes. Toda investigación periodística empieza en la actitud, en una voz interna que nos dice “bien, soy ciudadano y soy periodista, y creo que este tema hay que trabajarlo porque así doy un servicio a la comunidad a la que pertenezco”. Recién después, googlear. Esa actitud es la que nos enseñaron a muchos de nosotros, de nosotras. “Un periodista es un curioso”, dice un escalón de TEA, la escuela de periodismo de la que egresé. Más que un recuerdo para mí esa leyenda es un recordatorio. 

Advertencias varias y una invitación

Bien, bárbaro todo. ¿Tenemos el tiempo y los recursos para llevar adelante una investigación periodística? Me atrevo a decir que, con esfuerzo, apenas el 1% de los trabajadores de prensa puede decirle a un jefe “mirá, este tema me va a llevar… quince días”. No digo dos meses , muchos menos dos años como el Watergate, digo “quince días”. Encarar una investigación periodística es una apuesta del periodista y del medio. El tema a investigar puede diluirse en el camino o puede, directamente, caerse. O puede ser importante y sin embargo no generar impacto. No se trata de un género aparte -toda nota tiene algo de investigación- pero cada medio debería tener una usina de investigación. El periodista que decida emprender ese camino debe saber que es de tiempo completo y eso implica sacarle tiempo a otras cosas. A veces a todas. 

(El periodista también debe saber que si es un apasionado o le tiene mucha fe al tema que está investigando, lo forzarán al aislamiento. Sucede que uno se pone monotemático, es decir, terriblemente insoportable con el asunto. O terriblemente hermético con el asunto, cosa que también es insoportable. Como si fuéramos a salvar al mundo, dios mío, qué tarados. Salvo que haya sabido rodearse de personas amorosas o de otros neuróticos, el periodista será un llanero solitario. Si la investigación sale bien festejará consigo mismo, algo que es bastante triste. Si le sale muy bien no tendrá tiempo de festejar ni siquiera a solas porque le pedirán más y más y más, como si uno no hubiese dejado la piel en ese pequeño hallazgo.)

Algo no admite discusión: las investigaciones periodísticas no se hacen con la cámara frontal del teléfono. Entiendo que en una época donde la aspiración es ser famoso o en la que hasta se paga con visibilidad (sí, eso existe), emprender una investigación periodística es poco tentador. Pero, ¿por qué debería ser tentador si es nuestro trabajo? Somos servidores de la comunidad a la que pertenecemos. Y somos, incluso, un poco menos: chusmas habilitados por un título terciario. Tu canje me da cringe

Emprender una investigación periodística es poco tentador. Pero, ¿por qué debería ser tentador si es nuestro trabajo? Somos servidores de la comunidad a la que pertenecemos.

Hoy hay medios de comunicación que confían la redacción de sus contenidos a la inteligencia artificial. La consigna es colocar en un chat unas palabras para que la máquina genere un texto y que ese texto sin alma se publique en minutos. La meta es ponerlo a circular rápidamente en redes. Para eso hay una estrategia que se reduce a clicks y cantidades. Cuando ciertos medios anuncian que batieron su propio récord de visitas, la pregunta es “¿con qué?”. También hay medios que larvean de otros medios: levantan sin citar, una práctica cada vez más habitual, una práctica deleznable. Hay uno que con la promesa de ahorrarte tiempo de lectura, copia, pega, edita para boludos y publica. 

 Vuelvo al protagonista de Slow Horses, el joven rubio y atlético River, al que pusieron en penitencia por haber fallado en un entrenamiento del servicio de inteligencia inglés. En una oficina húmeda, de rodillas sobre la alfombra, el espía separa la basura. Una lata, una víscera, un papel, una arcada. Está enojado pero no se queja. Puede agacharse, el piso no le queda lejos. Entre la basura hay una pista, una pista que pesca gracias al comentario de un compañero que, como él, también fue castigado. Él todavía no lo sabe pero la trama le dará una oportunidad. En periodismo a eso le decimos revancha. ¿Quién está listo para ensuciarse?

VDM

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