Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
Sobre este blog

Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link. 

Por consultas contactarse a pulpa@eldiarioar.com

Abecedario

Niños en la escuela

0

Sonó el timbre y los vi formar en el patio como soldaditos de carne y hueso. Hileras perfectas con un brazo de distancia entre cada una. Polleras a la altura de las rodillas. Camisas de los varones adentro del pantalón. Los más pequeños al frente, las más altas al fondo. Simetría, orden. Silencio. O eso me hubiera gustado ver. Pero él. El de siempre. Hablaba. Miraba al cielo, con la camisa fuera, entre las dos filas, masticando un chicle con la boca abierta. 

Un grito y se puso en su lugar. No solía hacer falta más que eso. En sus peores días podía requerir que me pusiera creativa, era un nene que incitaba al caos. Y tenía que mantenerlo en regla constantemente. 

Los guié al aula. Ese día había examen y lo sabían. Podían estar en primer grado, pero había que entrenarlos de chicos. Debían enfrentarse al estrés, a las adversidades lo antes posible. Saber que la vida era difícil, desentenderse de los muñecos y los autitos para poder afrontar una vida adulta que no los tomara por sorpresa. 

Escuché sus zapatos taconear a mis espaldas y supe que estaban nerviosos. El frío les trepaba los zapatos con sus piecitos congelados dentro. Se frotaban las manos un poco para calentarlas y otro poco para distraer el temblor. 

A los pocos minutos, estábamos dentro del aula. Todos sentados, mirando al frente, con nudos trepándoles por la garganta hormigas cosquilleando sus pies. Tiritaban. Estaban aterrados. Y estaba bien que así fuera. Salvo él. El de siempre. 

Dibujaba el banco por más que le hubiese pedido cientos de veces que no lo hiciera. Ya no tenía sentido que le preguntara si también dibujaba los de su casa, porque bien sabía que también lo hacía. Le tiraba papelitos al de al lado. Buscaba que alguien se sumara a su desorden, pero todos estaban demasiado petrificados como para tentar al destino. 

Saqué la lista y no hizo falta que llamara a la primera para que pasara al frente. Algunos directivos decían que tomar orales a chicos de primero era un pocoexcesivo. Era exponerlos sin sentido. Me gustaba decirles que la niñez no era otra cosa que el entrenamiento para lograr ser adulto. Y de ningún modo el juego volvía a uno adulto, si no todo lo contrario. 

Pasó Arístides, una nena de anteojos y rulos colorados que brillaba por su pulcritud. Así como también por su terror palpable. No dije nada. Ella tragó saliva, y arrancó. 

– “A” de árbol – dijo y buscó aprobación en mi mirada, que no obtuvo, porque en la vida nadie te decía si ibas bien o mal. Solo las consecuencias de los actos terminarían por confirmar lo uno o lo otro, de modo que siguió –. “B” de banana. “C” de colores. 

Y siguió un rato largo con ejemplos infantiles. Mencionó a su madre en la eme y a su padre en la pe. Trastabilló en las últimas letras, las más difíciles, y tuve que desaprobarla. Había metido más de la mitad, pero tenía que poner el ejemplo para el resto, de lo contrario se iban a relajar. Y solo el triunfo podía permitirle a uno la calma. Incluso me atrevo a decir que ni siquiera. 

Benavidez tartamudeaba de por sí, pero cuando estaba bajo presión, su ametralladora de sílabas se exacerbaba. Y su examen no fue otra cosa que un terremoto de vocales. Su abecedario duró como diez minutos, hasta que desistió en la “M”, también de su madre. 

Cuando noté que todos empezaban a repetir los mismos animales, los mismos colores y los mismos objetos, les pedí que no repitieran lo que había dicho el anterior. Y la tasa de desaprobados aumentó exponencialmente. 

Varios se pusieron a llorar. Los más lúcidos sortearon las primeras palabras poniendo en plural otras que habían dicho los anteriores, pero todos, absolutamente todos caían en la eme. Ni mandril, ni mandarina, ni madriguera o menjunje. Todos los borregos decían mamá. Era como si pidieran por ellas en sus momentos de mayor tensión. Y eso me daba arcadas.

Mi día venía siendo un suplicio, ese examen me iba a generar algunos problemas en la reunión de padres. Pero todo cambió cuando llegó él. Con él me iba a divertir. 

Lo vi de pie, desalineado como siempre, desafiante, como si no le interesara lo que podía pasar si desaprobaba. Me estaba poniendo a prueba, y no toleraba que un mocoso invirtiera los roles sin mi consentimiento. Sería lo más venenosa posible, había que dar el ejemplo. 

– Lo escucho – dije y un silencio espectral recorrió el salón. 

No voló una mosca, los escuché contener el aire en sus pulmones, vi las lágrimas frenarles en seco sobre sus mejillas. 

De pronto, y por primera vez, me miró a los ojos. 

– “A” de harto. 

Y tuve que fruncir el ceño. Ni una palabra bien. No sé qué me sorprendió. Pero no podía darle a saber si estaba o no en lo correcto. No todavía. 

– “B” de bruto. 

Se escuchó un tosido. El nene siguió. 

– “C” de callate la boca. 

Giré la cabeza, abrí los labios y dije algo sin siquiera repensármelo. – Una palabra por letra, insolente. 

Silencio puro. Respiró. Respiré. 

– “D” de débil mental.

– Una pa… 

– “E” de enfermito. 

Se cayó un lápiz al fondo y todos lo escuchamos rodar por el aula. Lo dejé seguir. 

– “F” de fo... 

– No se te ocurra. 

– …foca. “G” de gato. 

– Ya la dijeron – lo interrumpí –. Otra. 

Cerró el puño, la saliva pasó entre sus muelas como lo hacía siempre que se enojaba. Como la vez que le perdí su barco de juguete que usaba en la bañadera. Como cuando le daba tarea de más solo a él. 

– “G” de gordo atorrante. 

Hubo un grito ahogado al fondo. Mis cejas me nublaron los ojos. – “H” de hoy no comés. “I” de inútil. “J” de jodete por pelotudo. 

Y el murmullo se convirtió en risas nerviosas, en gritos de horror, en temor por sufrir las represalias de su arrebato. 

– ¡Suficiente! – grité, pero el irrespetuoso dio un paso al frente. 

– “K” de kiwi. “L” de “Llorá más alto que te vuelvo a pegar”, “M” de…

Y frenó. Me puse de pie, sentía las venas latirme en el cuello, la sangre escaldarme mientras levantaba la mano derecha en el aire y todos guardaban silencio. 

– “M” de morite. 

Nunca me llamó mamá. Ni en el examen que no pudo terminar.

Sobre este blog

Pulpa es un suplemento de ficción semanal editado por El Cuaderno Azul que publica textos breves y potentes, directo de nuevas voces para lectores hambrientos. Recibimos textos de manera abierta, a través de este link. 

Por consultas contactarse a pulpa@eldiarioar.com

Etiquetas
stats