Acompañar en el final
“Algunas personas eligen morir y no hay razón para asustarse”, dice Sean Davison, un biólogo neozelandés residente en Sudáfrica que regresó al país donde nació apenas su madre le dijo que le quedaba poco tiempo de vida. La mujer, de profesión psiquiatra, siempre había actuado como su propia médica y estaba convencida de que una metástasis en los pulmones terminaría con ella en muy poco tiempo.
Recordé la historia del científico y su madre hace pocos días al leer un posteo de Roy Galán sobre cuidadores, esas personas que permanecen cerca de los padecientes de alguna enfermedad y cuya salud física y mental no suele ser considerada como se debe. Galán se refirió concretamente a Jane Wilde, la mujer que se enamoró de Stephen Hawking a los 19 años y se casó con él poco después sabiendo que el científico tenía ELA con un pronóstico de vida de apenas dos años. Ella custodió la materia de su marido durante veinticinco años como si sus cuerpos, y los de sus tres hijos, hubiesen formado una inmensa isla. “Le dio todo, lo único que tenemos aquí: su tiempo. Ese tiempo que es la certeza que podemos procurar, ese tiempo que nunca regresa, ese tiempo que es tan breve, ese tiempo que siempre se va”.
En España, el país del escritor, se aprobó la Ley de Eutanasia y se sumó a un escueto número de países que legisló sobre el caso. En Argentina, pese a los intentos de algunos grupos de llevar el tema al congreso y a la presentación de proyectos legislativos, todavía es un tema tabú y no se ha logrado que prospere una ley que la favorezca.
Pedro Almodóvar narra en el filme La habitación de al lado este tema a través del reencuentro entre Martha, que padece cáncer y una antigua amiga, Ingrid, quien se acerca a la clínica y elige quedarse a su lado.
La decisión, dirigida por Roger Michel, es otra película en la que una mujer, interpretada por Susan Sarandon, decide morir con la ayuda de su esposo a través de la eutanasia por el sufrimiento que le provoca el ELA, esclerosis lateral amiotrófica.
Mar adentro es otro de los títulos sobre la temática que fue protagonizado por Javier Bardem, bajo la batuta de Alejandro Amenábar. Está basada en la historia verídica de Ramón Sampedro, un escritor y ex marino que luego de un accidente durante su juventud queda tetrapléjico y durante casi treinta años vive (¿vive?) postrado en una cama. Esa dramática situación genera el deseo de morir mediante la aplicación de la eutanasia. La película relata la lucha de Sampedro para lograr que la ley reconozca su derecho a decidir finalizar con su vida.
¿Cómo es el tiempo de una persona que decide vivir junto a alguien querido que está moribundo, mientras otros afectos cercanos se retiran de la escena? ¿Cómo se siente un adulto cuando la madre le dice con absoluta franqueza y de modo reiterado, que no quiere prolongar más su estancia en la Tierra? ¿Y qué hace si esa madre le pide que actúe, que la ayude a morir? ¿Qué hacer cuando alguien a quien amamos decide ponerle fin a su existencia y siente que carece de energía para acompañar? ¿Cómo se ayuda a morir a alguien desde el amor más profundo?
Davison narra el proceso que culmina con la muerte de su madre. Su actitud de hijo disponible, durante distintas etapas de esa rara convivencia exhibe sus sensaciones íntimas, contradictorias, tensas.
El lector de Antes de decirnos adiós (editorial Galerna) se siente conmocionado y de algún modo identificado ante este testimonio sobre el vínculo entre un hijo y su madre, sobre la vejez, la muerte, el dolor, el afecto, las decisiones de los demás y las propias.
Dice Davison en su diario un 20 de agosto: “No me parece que tenga que vivir sola en su débil estado, deslizándose junto a las paredes como lo hace. Da miedo mirarlo. Aunque tiene visitas casi todos los días, sólo llenas lapsos breves. Si es que vuelvo a Sudáfrica por un tiempo, lo haré sólo cuando otro miembro de la familia esté acá”. Más adelante, el 6 de setiembre, confiesa: “Me bombardean pequeños shocks todos los días a medida que veo a mamá morir frente a mis ojos. Apaleo a un lado y otro la extensión de la pileta para liberar temporalmente mi cabeza del dolor que eso me provoca. Hoy salí a caminar dos horas, en vez de nada, mientras Doug estaba de visita”.
El 23 de setiembre se pregunta “si esto tendrá algún efecto duradero en mí; no creo porque tengo fortaleza emocional, pero es muy estresante. Me rompe el corazón”
El sábado 15 de octubre señala: “Día veintitrés de sólo agua: una taza. ¿Realmente quiere morir? Pienso cómo, cuando voy a la pileta descubierta al final del verano, el agua se va poniendo fría, pero sé que no me iré hasta que me haya metido en esa pileta. Entonces, voy a procastinar mucho tiempo antes de dar el paso. No importa cuánto posponga ese paso, va a darse. Lógicamente no hay razón para retardar lo inevitable, pero sigo haciéndolo. Es lo mismo cuando estás a las puertas de la muerte y sabés que lo inevitable te espera, pero dar el paso hacia esa fría incertidumbre está lejos de lo instintivo. Mamá sigue aferrándose a la vida tanto como quiere dejarse ir”.
A raíz de la publicación de Antes de decirnos adiós, su autor fue arrestado en 2009 y tuvo que afrontar un juicio por colaborar en una práctica de eutanasia voluntaria. Da cuenta de ese proceso en un volumen posterior, Después de decirnos adiós. En 2011, Davison fundó Dignity, una entidad que lucha para que la legislación sudafricana permita la eutanasia voluntaria a quienes sufren enfermedades terminales.
“Nadie debería tener que elegir entre terminar su vida con un dolor insoportable y una discapacidad, o terminar su vida sedado, postrado en cama, dependiente y despojado de todo lo que nos hace humanos. Sin embargo, todos los días, en Sudáfrica, personas que padecen enfermedades terminales se enfrentan a estas terribles opciones. Debería haber una tercera opción: elegir una buena muerte”, considera la organización.
Oriundo de Auckland, Davison nació en 1961. Luego de completar su doctorado en virología molecular, se instaló en Sudáfrica. Tiene tres hijos y desde 1994 es profesor en la Universidad del Cabo Occidental, que había fundado el gobierno racista del apartheid para que sólo concurrieran estudiantes negros. En 2004 estableció en esa universidad el Laboratorio de ADN forense, a través del cual se reconocieron restos de activistas anti-apartheid en tumbas colectivas. Activista de los derechos civiles, Davison apoya diversos reclamos y presenta iniciativas en ese sentido. Participó activamente en el plebiscito de 1992 para terminar con el apartheid.
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