Gabriela Mistral, la chilena mestiza y lesbiana a la que jamás se la pudo encajar en corriente alguna
“Una mujer nacida pobre en un apartado rincón de los Andes chilenos llega a ser una de las escritoras más leídas e influyentes en una época en que América Latina irrumpía en el escenario mundial”. Esta rotunda frase figura en el prólogo de Mistral. Una vida (Lumen), la primera parte de una biografía que publica ahora la hispanista norteamericana Elizabeth Horan, y el libro está destinado en buena medida a contestar este interrogante.
Poeta, pedagoga, diplomática y periodista, Gabriela Mistral (Vicuña, Chile, 1889 - Nueva York, 1957) alcanzó la cumbre de la fama al obtener en 1945 el premio Nobel de Literatura y convertirse en la primera latinoamericana que lo conseguía. A pesar de los obstáculos que suponían su pertenencia a una doble minoría por ser mestiza y lesbiana; su talento, su brillantez y su formación autodidacta la impulsaron hasta la élite de la literatura. Un tanto olvidada en las últimas décadas, la poesía de Gabriela Mistral (seudónimo de Lucila Godoy Alcayaga) sigue vigente hoy, a juicio de su biógrafa. Villano Antillano la menciona en la letra de su tema más célebre, su sesión con Bizarrap: “Alma de poeta, la nueva Gabriela Mistral”, y solo eso es suficiente para despertar la curiosidad por la chilena entre los más jóvenes.
¿Qué queda hoy del legado de Gabriela Mistral, una escritora que figura en muchos libros de literatura escolares, pero poco leída en la actualidad? Elizabeth Horan confirma este olvido cultural tanto en España como en América Latina, salvo en su Chile natal, e intenta ofrecer una explicación. “La obra de Mistral”, comenta, “quedó en manos de Doris Dana, su última pareja, que no supo gestionar bien ese legado ni confió en nadie para que la ayudara a la difusión de su literatura. Por otra parte, mucha obra de Mistral, que era muy perfeccionista y reescribía y reescribía, permanece inédita”. A pesar de todo, su biógrafa defiende la vigencia de la obra de Mistral por la visión del mundo de una autodidacta, su originalidad y su aportación de neologismos al castellano.
La potencia de las amistades
La biógrafa destaca que la poeta logró una excelente formación autodidacta como profesora y como pedagoga sin haber pasado por la Universidad. De hecho, Mistral llegó a ser una experta en educación, en especial en las zonas rurales, tras varios destinos en Chile hasta el punto de que fue reclamada más tarde en México para impulsar la reforma educativa tras la revolución. “Mistral tenía el cerebro de un genio y una gran confianza en sí misma”, señala Horan sin dudarlo, “y a la vez desde joven aprendió la importancia de cultivar las amistades y las relaciones sociales. Podríamos afirmar que fue una gran seductora, dotada de una inteligencia muy original que supo atraer a mucha gente dispuesta a ayudarla”.
Lectora insaciable de todo género de literatura, admiradora de poetas como el francés Charles Baudelaire, el alemán Friedrich Schiller o la española sor Juana Inés de la Cruz, colaboradora desde joven de diarios y de revistas, la suma de la pedagogía y el periodismo la condujo a la creación literaria. En esa época, Lucila Godoy decidió adoptar un seudónimo a partir de dos de sus poetas favoritos, el italiano Gabriele d´Annunzio y el provenzal Frederic Mistral.
Lucila Godoy decidió adoptar un seudónimo a partir de dos de sus poetas favoritos, el italiano Gabriele d´Annunzio y el provenzal Frederic Mistral
Marcada por sucesos dramáticos en su adolescencia, el primer poemario de Mistral, Desolación (1922), transpira una preocupación por la muerte y por la espiritualidad. “Ella estuvo muy influenciada”, comenta Elizabeth Horan, “por el misticismo tanto cristiano como también oriental y decía que su sentido religioso comenzó con frecuentes lecturas de la Biblia con su abuela paterna. Además, durante su estancia como docente en Antofagasta, en el norte de Chile, se integró en una logia de teosofía”.
Por otro lado, en la introducción de la edición más reciente de Desolación (Valparaíso ediciones, 2021), Remedios Sánchez, profesora de la Universidad de Granada, señala que “es el primer libro que se edita de una autora a la que es inviable clasificar en corriente, tendencia o estética alguna” para subrayar más adelante que “todo parte de este cristianismo desgarrado que revela una lucha heroica frente a la derrota anticipada, frente al horror, la locura angustiosa y la soledad que son sombra”. No obstante, al contrario de esta actitud atormentada e intensa de la Mistral poeta, la Gabriela más íntima aparecía como una mujer sociable y con mucho don de gentes.
Si bien Gabriela Mistral observó siempre una discreción pública sobre su orientación sexual, tampoco ocultó sus relaciones de pareja con las tres mujeres que fueron secretarias, ayudantes y amantes a lo largo de su vida: Laura Rodig, Pamela Guillén y Doris Dana. “En algunas facetas”, explica Elizabeth Horan, “su lesbianismo la perjudicó y en otras, la benefició. De cualquier manera, vivió en unos ambientes donde las mujeres como ella construían su protección frente al mundo exterior. Por otra parte, Mistral fue muy consciente de su atractivo para fotógrafos, cantantes y artistas que la consideraron un mito queer, con una masculinidad femenina, andrógina. Ella misma, de un aspecto macizo y corpulento, se definía como una Walkiria india”.
La biógrafa relata que esa autoafirmación del mestizaje sobresalió también como otro de los ejes de su poesía, muy teñida de latinoamericanismo, de una reivindicación del indigenismo y del compromiso social. No en vano estas cualidades de Gabriela Mistral le sirvieron para desarrollar una carrera como diplomática que recorrió varios capitales de Europa y América.
Un desgraciado paso por España
En el marco de esa carrera fue destinada como cónsul a España en 1933, el año en que las derechas de la República se hicieron con el poder en el llamado bienio negro. Mistral trabó entonces amistad en Madrid con líderes del feminismo como María de Maeztu, directora de la Residencia de Señoritas y presidenta del Lyceum Club; o la abogada y diputada republicana Victoria Kent. En esa época conoció asimismo y se relacionó con renombrados escritores como Miguel de Unamuno, Pío Baroja o José Bergamín o con su compatriota Pablo Neruda. Pero, por desgracia para Gabriela, la difusión de una carta enviada a unos amigos en la que criticaba a España y los usos y costumbres del país provocó una campaña contra ella por parte de la colonia española en Chile.
Trasladada a Portugal, el incidente alteró su opinión sobre la República y se volvió más escéptica y crítica. Más tarde, horrorizada por la Guerra Civil, mantuvo, según su biógrafa, “una actitud muy latinoamericanista, pero bastante ambigua tanto hacia la República como con la dictadura franquista”. En cualquier caso, Gabriela Mistral vivió del periodismo y de conferencias, ya que la mayoría de cargos diplomáticos que ostentó eran honoríficos y no estaban remunerados.
Elizabeth Horan, una afable autora que domina el idioma español tras muchos años de docencia e investigación en México, Chile y otros países latinoamericanos, es profesora de la Universidad de Arizona, traductora y editora. La recién publicada Mistral. Una vida se presenta como la primera entrega de tres libros sobre la vida y obra de la Nobel chilena y está basada en gran parte en las numerosas relaciones epistolares que mantuvo la poeta.
A propósito del codiciadísimo premio de la Academia Sueca, Horan aclara que Gabriela lo ganó en 1945, año del final de la Segunda Guerra Mundial, tanto por sus indiscutibles méritos como por el apoyo de numerosas autoridades chilenas, comenzando por su amigo Pedro Aguirre Cerda, que fue presidente de Chile entre 1938 y 1941. El galardón le fue concedido “por su obra lírica que, inspirada en poderosas emociones, ha convertido su nombre en un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano”. A partir del Nobel Gabriela Mistral pasó a la categoría de gloria nacional chilena, aunque en sus últimos años vivió en Estados Unidos.
MAV/CRM
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