Del papa al pasajero del subte porteño, vía crucis de la política argentina

Francisco, el papa, el obispo de Roma, el cardenal de Buenos Aires, el superior provincial jesuita, el estratega político, el teólogo, el predicador en la parroquia de la Virgen de los Milagros de Caacupé en la villa 21-24 de Barracas, la voz en el teléfono de la parroquia de la Sagrada Familia en la Gaza bombardeada, el peronista gestual, el pasajero del subte porteño, el técnico químico, el vecino de Flores Sur, el cuervo, el portavoz de un credo humanista en tiempos en que la crueldad se hizo bandera, o Jorge Bergoglio, tal como fue nombrado en 1936, ya no está en este mundo.
Por estas horas, Roma comenzará a retomar su rutina y los adoquines de la Vía della Conciliazione descansarán un poco, hasta que el cónclave diga lo suyo, luego de la procesión de cientos de miles de peregrinos que se acercaron a la capilla ardiente en San Pedro y la despedida popular de sus exequias ayer. Su tumba ya reside en Santa María Maggiore y quedará su verbo, que es lo que está al principio y al final.
Fueron días conmovedores. Francisco volvió a hablar en cientos, miles de recuerdos que mostraron la construcción artesanal que eligió para vivir: pequeños gestos, llamadas inesperadas, actos reservados, compasión ante el dolor del prójimo y ascetismo. Todo ello, bajo un principio rector del que solía dejar constancia en las cartas que escribía a un puñado de personas de su confianza: “no pierdas el sentido del humor”.

Es una incógnita qué deparará el cónclave de 133 cardenales con derecho a elegir al sucesor de la silla de Pedro. Se supone que un conductor político de la talla de Francisco habrá arbitrado los medios para evitar que los purpurados reviertan la apertura que llevó a cabo —con gran oposición y limitaciones propias— desde la noche del 13 de marzo de 2013, cuando se describió ante los fieles reunidos en la plaza como un pontífice “del fin del mundo”. Bergoglio designó a 111 de los cardenales que se reunirán en la Capilla Sixtina con una diversidad inédita de procedencias, elemento que abre un capítulo incierto en la Iglesia.
Pero vivimos en el siglo que vivimos, en Estados Unidos gobierna quien gobierna, en Argentina gobierna quien gobierna, la saña con los débiles y las criptoestafas son celebradas con impudicia, de modo que no cabe desechar el peor escenario. Nadie debería descartar una maniobra que ubique a la Iglesia Católica a las puertas de un ciclo retardatario; que Magdalena y Lázaro vuelvan a ser repudiados, y los señores del tempo ajusten las clavijas para que no vuelvan a ocurrir impertinencias.
Vivimos en el siglo que vivimos, la saña con los débiles y las criptoestafas son celebradas con impudicia, de modo que no cabe desechar el peor escenario
No hace falta ser muy imaginativo. Antes de la designación de Francisco, la Iglesia caminaba en un cono de sombras. Benedicto XVI había profundizado la elitización de San Pedro, mientras se anquilosaba una mirada sobre la vida de los cristianos y no cristianos que desobedecían la literalidad del mandato bíblico. Gays, feministas, descartados de la tierra, rebeldes, divorciados y otros pecadores eran puestos en la larga fila de la penitencia, mientras las iglesias se despoblaban cada vez más. El predecesor de Bergoglio se había hecho tiempo para reinstaurar el dictado de misas en latín y con el celebrante de espaldas, mientras encaraba la cuesta para quitar el velo a organizaciones integristas fundadas por depredadores sexuales, como los Legionarios de Cristo, fuertes en México y España, y con presencia en Argentina.
Rápido de reflejos, tan solo horas después del fallecimiento de Francisco, el poderoso Opus Dei levantó la agenda del congreso general en el que debía reformar sus estatutos por exigencia del papa. La periodista Paula Bistagnino, colaboradora de este diario y autora del libro Te Serviré (Planeta, 2024), lo cazó a vuelo. Dado que debía dedicarse al duelo por Francisco, la Obra —muy compungida— redujo el encuentro al mínimo y avisó que las reformas “se estudiarán más adelante”.
Rictus amargo
En Argentina, las lecturas sobre Francisco fueron variadas y contradictorias, propias de un sistema político atravesado por miradas de apariencia irreconciliable. La disonancia encontró eco en una vida pública de Bergoglio con variaciones que permitieron que sus críticos de ayer se transformaran en los admiradores de hoy, y viceversa.
La película final de los doce años de pontificado encontró a los conservadores argentinos con un rictus amargo, ante la decepción que significó que Francisco no se erigiera en un ariete contra el populismo, el feminismo y las izquierdas, y a una extrema derecha en pie de guerra contra el “papa comunista”, “cómplice de Chávez y los Castro”, “protector de los K”, “zurdo” y “peronista”.
Hipérboles propias de la época sobre un sacerdote que en sus vidas pasadas caminó por veredas distantes de la izquierda, y que, en uno de los últimos encuentros en la residencia de Santa Marta con Martín Guzmán —una de las figuras públicas argentinas que más lo frecuentó en el Vaticano hasta semanas atrás—, lamentó que algunos osados lo identificaran como “comunista”.
El papa fallecido se ocupó de sostener un texto inequívoco expresado en sus encíclicas y los encuentros multitudinarios o reservados que presidió. Midió cada uno de los abrazos y sonrisas que dejó fotografiar, así como los silencios, las ausencias y los gestos adustos. Sus denuncias sistemáticas contra las injusticias intrínsecas del capitalismo, o las más específicas, como la represión de las fuerzas de Patricia Bullrich contra los jubilados y una niña de diez años, no dejan demasiado margen al nutrido grupo de intérpretes conservadores que tironeó sus palabras para tratar de que no significaran lo evidente.

Sus años como Francisco no borran las otras versiones conocidas. Todo lo bien que se llevó a partir de 2013 con Hebe de Bonafini —con quien, desde entonces y hasta la muerte de la titular de Madres, solía comunicarse por teléfono y carta—, Estela de Carlotto y el cristinismo en general había tenido una contracara en la década previa en la que debió convivir con el primer ciclo kirchnerista como arzobispo de Buenos Aires.
Puede gustar o no, pero la contracara entre el Bergoglio obispo de Buenos Aires y el papa es un dato de la historia que está constatado en la red de relaciones y en las expresiones públicas del sacerdote. Su cercanía genuina con figuras del universo conservador y antikirchnerista de la política y el periodismo también fue elocuente hasta 2013. Era, a esa altura, un (ex) jesuita con inmensa capacidad política. Al tiempo que entusiasmaba a la prensa dominante como antagonista de los Kirchner, no dejaba de tender puentes que, vistos a la distancia, desorientan a quienes abrevan en lógicas binarias, ni de impulsar una constante desde que tuvo un espacio de poder como obispo auxiliar de Buenos Aires: una relación cercana con los pobres y una presencia profunda de la Iglesia en las villas de emergencia y los barrios populares.
Sus denuncias sistemáticas contra las injusticias intrínsecas del capitalismo, o las más específicas, como la represión de las fuerzas de Patricia Bullrich contra los jubilados y una niña de diez años, no dejan demasiado margen para intérpretes
Pocos años antes de convertirse en el papa que declaró no ser quién para juzgar a los homosexuales, Bergoglio se opuso al matrimonio igualitario, en 2010, porque era una “movida del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”. “Aquí también está la envida del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicarse y dominar la tierra”. Esas palabras también fueron inequívocas, pese a intentos de sus admiradores de hoy de construir un Bergoglio a su medida.
Las llamaradas que salen del mundo utraderechista de los medios y la política se dedicaron estos días a repasar supuestas contradicciones de algún progresista por allá o una Abuela de Plaza de Mayo por acá, porque en 2007 o 2008, hablaban de Bergoglio como un enemigo político.
Es curioso. Los iracundos de los grupos La Nación, Clarín y América siguieron tildados con lo ocurrido hace dos décadas, mientras el propio Francisco se ocupó hasta sus últimos días de resituar su propia vida pública y de demostrar quiénes eran sus compañeros de ruta.
Hubo en Bergoglio una prédica valiente y didáctica. Fue un artífice del encuentro con la religión judía, y ello no le impidió cumplir con su llamada cálida y solidaria a la Sagrada Familia de Gaza el 19 de abril pasado, horas antes de morir, cuando apenas contaba con un hilo de voz. En tiempos de confusión interesada de odiantes de diferente calaña entre una religión madre y hermana del cristianismo, y la limpieza étnica y el apartheid llevados a cabo por un Estado ocupante de Gaza y Cisjordania, la palabra y la acción de Francisco para separar los tantos será uno de sus legados.
El soez, sin paz
En las casi nueve décadas de vida de Bergoglio, ninguna voz pública lo insultó tanto y tan gravemente como Javier Milei. El ultra descerrajó un repertorio interminable de groserías que conviene no reproducir, en cuanto tuvo un micrófono a disposición, allá por 2016 y hasta al menos 2022, cuando ya competía por la presidencia.
Milei se absolvió en un santiamén. En un primer mensaje tras la muerte de Francisco, admitió haber tenido “diferencias que hoy resultan menores”. Luego dijo que, ya en el cargo de presidente, le pidió disculpas, y que Bergoglio le contestó: “No te calentés, son pecados de juventud”. Si se tiene en cuenta que la catarata de agravios fue proferida cuando el panelista y político Milei tenía más de 45 años, la respuesta parece otra apelación de un papa al sentido del humor que, insistía, no había que perder.
El Presidente no se detuvo en sutilezas, ni pareció encontrar sosiego en el espíritu fraterno de San Pedro. Como no llegó a tiempo para rendir tributo ante la capilla ardiente en la Basílica, porque se entretuvo entregándole un doctorado de cartón a un tal Jesús Huerta del Soto —un irrelevante profesor español al que admira—, Milei quedó preso de la ira con un par de periodistas que señalaron el hecho. “Propio de cerdos”, disparó en el furioso insomnio romano.

La controversia mayor e irresuelta sobre Bergoglio quedó anclada en su actuación durante la dictadura.
Horacio Verbitsky publicó en Página 12 que los religiosos Orlando Yorio y Francisco Jalics fueron denunciados por Bergoglio como integrantes de la “guerrilla”, lo que disparó su secuestro durante seis meses, en 1976. Ambos sacerdotes jesuitas, de quienes Bergoglio era superior, participaban de la organización de base Cristianos para la Liberación y residían en una villa de Bajo Flores. Verbitsky citó entrevistas a Yorio y Jalics en sus notas. Más tarde, el periodista aportó un documento de Cancillería de 1979, en el que se indicaría que Bergoglio seguía manteniendo la acusación.
Emilio Mignone, fundador del Centro de Estudios Legales y Sociales y padre de la desaparecida Mónica, escribió en referencia a Bergoglio en su célebre Iglesia y Dictadura (Ediciones del Pensamiento Nacional, 1986). “¡Qué dirá la historia de estos pastores que entregaron sus ovejas al enemigo sin defenderlas ni rescatarlas!”. Mónica Mignone realizaba trabajo social en el barrio del Bajo Flores en la que residían Jalics y Yorio.
La versión sobre el papel de Bergoglio ante la desaparición de Yorio y Jalics fue ratificada ante quien escribe por el padre José de Vera, vocero de los jesuitas, en la Casa Generalizia della Compagnia di Gesú, a cien metros de la Plaza San Pedro, en abril de 2005. Le pregunté si le constaba que Yorio y Jalics se habían sentido entregados por Bergoglio. “Claro, si nos lo contaron nuestros hermanos?”, respondió De Vera.
Estela de la Cuadra, hija de la primera presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Licha, narró que mediante una conexión familiar con el entonces superior general de los jesuitas, el peruano Pedro Arrupe, apeló a Bergoglio para que intercediera por la desaparición de su hermana, Elena, embarazada de quien cuatro décadas después recuperaría su identidad, Ana Libertad. Según me dijo De la Cuadra, Bergoglio supo que la beba había sido robada y se desentendió.
Estos testimonios contrastan con otros opuestos. Alicia de Oliveira, cofundadora del CELS, se enfrentó a Verbitsky y narró hechos en los que Bergoglio salvó vidas. El propio Francisco hizo pública la tensión vivida aquellos años, cuando debía trasladar a disidentes en el baúl de su vehículo, a quienes ayudó a esconderse en el Colegio Máximo de San Miguel.
En 2013, una vez consagrado Francisco, el jesuita Jalics dijo haber recapitulado sobre su secuestro y se desdijo de la versión que antes había dejado por escrito. El sacerdote alemán afirmó que Bergoglio no lo había entregado.
También sumó su testimonio a favor de la actuación de Bergoglio durante los años del terorrismo de Estado Ana María Careaga, hija de Esther Balestrino de Careaga, una doctora en química que había sido compañera de trabajo del papa fallecido, y que luego sería una de los doce desaparecidos de la Iglesia de la Santa Cruz.
Ninguno de los casos mencionados cierra la historia ni son excluyentes. Bergoglio pudo haber sido un valiente jefe religioso que hizo todo a su alcance para salvar a algunos disidentes y, a la vez, se pudo haber desentendido del destino de sus compañeros de orden, con quienes tenía diferencias políticas y personales, y le desobedecían. Yorio, Jalics, Mignone y De la Cuadra pudieron haber interpretado y sentido que “el pastor entregó a sus ovejas al enemigo” y estar en lo cierto o, quizás, no fue tan así, u ocurrió lo contrario y les faltó información. No hay elementos concluyentes para ninguna de las hipótesis.
Las vidas humanas tienen claroscuros, y cada uno, cada sociedad, cada Nación, terminará de dibujar un rostro con el tiempo. No es tarea del periodismo seleccionar qué parte de la historia contar, si hay testimonios que validan versiones encontradas.
SL/DTC
slacunza@eldiario.com.ar
Nota: El domingo 19 de abril, en esta columna se reprodujeron insultos y groserías que son habituales en el discurso público de Javier Milei. Las citas y la explicitación de su significado resultó chocante para algunos lectores. No debió ocurrir. A ellos, disculpas.
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