La historia de amor (y pérdida) más bonita de Cannes es entre un robot y un perro
Hace unos meses, cuando Guillermo del Toro recibía el Oscar a la Mejor película de animación por su versión en stop motion del cuento de Pinocho, recordaba algo que muchos directores siempre reivindican: la animación no es un género, sino una técnica. La predominancia del cine infantil y familiar realizado con ella, y el hecho de que tenga una categoría propia en los premios que hace que casi se la excluya del resto de categorías, hizo que para muchos la animación sea algo como el wéstern, o el musical, un género con sus propias normas y códigos.
A pruebas irrefutables de ello como Vals con Bashir o Persépolis, se une ahora la española Robot Dreams, la primera incursión de Pablo Berger (director de Blancanieves) en la animación que se presentó en una proyección oficial del Festival de Cannes. La adaptación de la novela gráfica de Sara Varón que hizo Berger muestra que era la técnica perfecta para contar la historia de amor (del tipo que sea) entre un robot y un perro en la Nueva York de los 80. Un filme hermoso, tierno, que provoca sonrisa para luego percatarse de que Berger aprovechó el encanto de sus dibujos para colar una historia sobre amor, pero también sobre la pérdida. Sobre la necesidad de dejar partir a la otra persona. Todo sin palabras. Un filme mudo pero con sonidos y una banda sonora contagiosa.
Era imposible haber hecho esta versión si no fuera en animación. Lo dejaba claro Berger, que cuando se decantó por hacer el filme no vio “otra manera de hacerlo, porque los protagonistas eran animales antropomórficos”. La primera vez que leyó el material de origen no había ni rodado Blancanieves. Era 2010. “Me pasó, como le suele pasar a mucha gente con este libro, que cuando lo agarran es un libro infantil, pero a medida que vas descubriendo la historia te vas dando cuenta que hay mucho humor, que hay mucha emoción, que hay mucha complejidad y que tiene un tercer acto excepcional y devastador. A mí, al acabar la novela gráfica, me conmovió. Me pasó como con esas novelas que llegas en las últimas 30 páginas y te tiembla el labio”, explicó desde el certamen francés.
La novela se quedó ahí, y después de Abracadabra, buscando ideas para su nuevo filme, se acordó de ese libro que le había emocionado tanto. Aprovecha para darle la razón de forma clara a Guillermo del Toro, y subraya que desde 2008 ninguna película animada compitió por la Palma de Oro. “Esto es un síntoma de que no se toma en serio la animación. La animación no es un género, el género es la comedia, el drama, el thriller. La animación es un medio. La animación es una forma de contar que en vez de utilizar una cámara utilizamos dibujos. Entonces yo creo que hay que quitar ya la etiqueta ‘género animación’, y eso puede ayudar para que se nos tome en serio. Los directores de imagen real que hemos probado en animación, repetimos. Fernando Trueba, Wes Anderson, Richard Linklater… El salto de la imagen real a la animación en mi caso fue natural, y creo que que los directores de imagen real lo deberían tener en cuenta”.
La hermosa historia de amor entre Perro y Robot, que así se llaman, unos personajes antropomórficos en los que nunca se explicita su género o condición sexual, emocionó y provocó críticas internacionales insuperables y la venta del filme a Neon, distribuidora de EEUU encargada de fenómenos como los de Parásitos, Triángulo de la tristeza o Flee y de su carrera por el Oscar. Para Berger el éxito también es que se trate de una “una película abierta en el que el espectador de una forma activa se la pueda hacer suya y reflexionar. Es una historia que un niño la puede ver sobre la amistad, pero un adulto la va a ver sobre la pareja, y otra persona sobre la pérdida de un ser querido”.
Tuvo claro que ese antropomorfismo le hacía jugar con un concepto de diversidad muy rico. “No se saben las razas, los géneros, aunque a veces sí que se ven algunos personajes que son de cierto género, pero hay muchos que no se sabe de que género son; y quería hacer una película para cualquier espectador de cualquier raza, de cualquier género, de cualquier forma de pensar, una película muy abierta y que Leto fuera un elemento de poética visual. Hay una poética donde el espectador de una manera activa se la va a hacer suya, y a eso ayuda el hecho de que sea muda. Eso es algo que yo ya había descubierto al hacer Blancanieves, porque más que una película narrativa era una experiencia, y me gustaría pensar que Robot Dreams, que yo me la tomo como una película hermana de Blancanieves, también lo sea”.
Lo del cine mudo lo ve como algo natural, y recuerda que en todas sus películas hay muy pocos diálogos. “Torremolinos 73 o Abracadabra tienen poquísimo diálogo, muy poco. Hay secuencias en Abracadabra donde puede haber diez minutos sin diálogos. Escribir con imágenes es lo que más me interesa. Pienso que es lo que hace al cine único. Obviamente hay directores que escriben diálogos maravillosos. Amo a Tarantino, no quiero decir que haya que hacer solamente cine sin palabras, pero sí que es verdad que hay muchas películas donde muchos diálogos sobran y que, si un amigo mío me viene con su guión, posiblemente tacharía muchos de sus diálogos”, dice entre risas.
Robot Dreams también destaca por su diseño animado de Nueva York. Se nota que Berger vivió allí diez años junto a su pareja Yuko Harami. “Queríamos hacer una carta de amor a Nueva York, así que hay un elemento de nostalgia. Una Nueva York que ya no existe, que no es la Nueva York de ahora. Afortunadamente o desafortunadamente. Yo creo que desafortunadamente, porque globalización hace que todas las ciudades grandes se parezcan mucho más. Pero les puedo asegurar que yo viví los 90 y estuve en los 80 en Nueva York y era la capital del mundo económico, y culturalmente era la ciudad donde había que estar. Entonces nos planteamos darle ese protagonismo que no está en el libro”.
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