Ariel Magnus, escritor
—
Entrevista
“La idea de que tener razón no siempre ayuda y hasta puede ser contraproducente me fascina”
Instalado en Alemania desde 2020, Ariel Magnus acaba de publicar por Interzona Uriel y Baruch, una historia que transcurre en un día del siglo XVII, en la que aborda problemas religiosos y filosóficos. “Creo que las discusiones bizantinas en torno a la letra y su aplicación ritual son muy ricas para explorar mecanismos de razonamiento”, asegura el autor quien, además, estrenó Kurzgebiete, su primera novela en alemán.
Acaba de salir por Interzona Uriel y Baruch, un libro situado en la Ámsterdam del siglo XVII, en torno a las figuras de Uriel da Costa y de Baruch Spinoza. ¿Cómo apareció ese interés específico tanto en ellos como en la comunidad judía de aquel momento?
A Spinoza lo leí de joven, aun antes de estudiar filosofía en Alemania. A Uriel da Costa, que puede ser visto como una especie de antecesor, me lo señaló mi editor, Guido Indij. La historia de este hombre es notable, porque era un converso ––venía de una familia de judíos convertidos al catolicismo a la fuerza que tuvieron que huir a Portugal–– que volvió a convertirse al judaísmo, en la Ámsterdam del 1600, que ya era una ciudad tan liberal como lo es ahora. Una vez reconvertido, terminó criticándoles a los judíos de su nueva colectividad que no respetaran la Biblia al pie de la letra, o sea se volvió más papista que el Papa, si vale usar la imagen para el otro equipo. La lucha interna dentro de aquella floreciente comunidad sefardí y los paralelos conceptuales con Spinoza, que tenía ocho años el día en el que Uriel fue flagelado por la misma comunidad que luego lo echaría a él, me parecieron un gran pretexto para hablar sobre interpretación, religiosidades y filosofía. Y sobre migraciones, sobre gente que debe enfrentarse a culturas diferentes, buscando la propia. Un tema al que vuelvo de manera regular, quizá porque esa es la historia de mi familia.
¿En qué sentido decís de Ámsterdam “tan liberal como ahora”?
En el sentido de que había tanta libertad de culto como ahora hay para ejercer la prostitución frente a las iglesias, pedir porro a la carta en los cafés o salir con barco a recorrer los canales sin tener registro.
¿Hiciste una investigación histórica previa muy exhaustiva o sólo parece?
¿Y cuál sería la diferencia, en el reino de la sugestión que es una novela? Diría que las dos cosas. Por un lado, investigué mucho, antes y durante la escritura, leyendo los escritos de Uriel da Costa y releyendo a Spinoza. También sobre Ámsterdam y Holanda en aquel entonces. Como la novela ocurre en un día específico, debía tener cuidado de no caer en anacronismos sutiles, como por ejemplo usar de modelo el templo que aún está en pie en Ámsterdam, y que luego visité, porque no era el de aquel momento, por unos pocos meses. Nadie se daría cuenta y a nadie creo que le importe, pero yo me pongo como desafío ser fiel a ese tipo de informaciones, también para permitirme licencias donde lo crea conveniente. Amo investigar para un libro, ni bien tengo un tema que me entusiasma me pongo a leer a mansalva todo lo que consigo, aunque no en plan erudito, sino desordenadamente, para que también las ideas surjan fuera de eje. Después trato de concentrarme en poca información, mayormente la que me queda en la memoria, primero para no terminar escribiendo solo para los que saben, y segundo porque lo que más disfruto no es transmitir información sino inventar la que falta, dentro de esos parámetros fácticos.
¿Qué relación personal y/o crítica tenés vos con la fe y las discusiones que detona, presentes en el libro?
De chico me mandaron al templo e hice mi barmitzvá, pero después me desentendí por completo del tema religioso, hasta retomarlo en algunos libros en clave literaria. Las discusiones que se dan en Uriel y Baruch son principalmente teóricas, tienen más que ver con la interpretación y con el debate intelectual que con la religión entendida como una forma de vida o de fe en un mundo trascendente. Creo que las discusiones bizantinas en torno a la letra y su aplicación ritual son muy ricas para explorar mecanismos de razonamiento, o sea cómo trabaja nuestro cerebro, cómo argumenta tratando de salirse con la suya. En el caso de Uriel da Costa, una de las cosas más interesantes es que el tipo tiene razón en casi todo lo que les critica a los rabinos de su época, pero eso no le sirve de nada ni tiene mayor relevancia, solo lo lleva a la perdición. La idea de que tener razón no siempre ayuda y hasta puede ser contraproducente me fascina, porque parece una contradicción, pero es una contradicción que crea la misma entronización de la racionalidad. Una gran enseñanza para los que ponemos demasiada fe en la inteligencia como máquina de resolver cualquier problema, cuando la templanza y la empatía funcionan mucho mejor. En cuanto a la idea de Dios, me gusta como eje desde el cual pensar en términos metafísicos, en tanto fe me resulta medio inentendible. Igual nada en contra de andar rezándole al barba, siempre que se mantenga al nivel de un hobbie, digamos, y el que lo practica no intente determinar la vida de los demás.
En mi opinión sos un gran investigador, como prueba, por ejemplo, el extraordinario trabajo que hiciste con Juan Filloy. Hablame un poco de Un atleta de las letras...
Una de las razones por las que me gusta escribir es que te da pretextos para leer cosas que sin esa excusa quizás uno no leería. Ni uno ni nadie, por lo que además podés convertirte en el intermediario de esa lectura, ahorrándosela al otro, pero a la vez generando que no se la pierda, al menos en parte. En el caso de Juan Filloy, la idea era llegar a sus escritos judiciales y ponerlos en un libro, fue un trabajo demencial, pero ahora está ahí, junto con muchos otros escritos inéditos de él, y el que quiere puede leer ese resumen, que me dio mucho gusto armar. Con los escritos de Uriel da Costa pasa algo parecido. Creo que hay uno del que ni existe traducción del portugués, no sé quién se va a tomar el trabajo de leerlo, más allá de algún académico. Y a mí me encanta, siempre y cuando después pueda verterlo en un contexto de ficción. Ese segundo momento es fundamental, lo más importante es que la parte académica (o periodística) no le gane a la parte creativa.
Nuevamente te encontrás en Alemania. ¿Qué estás haciendo esta vez?
Me invitaron en 2020 a residir como escritor un año en una ciudad que se llama Mülheim an der Ruhr, de esa experiencia surgió lo que fue mi primer libro escrito en alemán, Kurzgebiete. Ya que estaba de este lado, decidí, o mejor dicho decidimos, porque todo en mi vida es de a dos, quedarnos en la ciudad en la que ya habíamos vivido con mi mujer hasta 2005. Desde aquel año vengo publicando los libros que ahora me permitieron regresar como escritor a la ciudad que siempre extrañé, por su historia, por sus bibliotecas, por la cantidad de idiomas que oís en la calle, también por el silencio y las posibilidades económicas que te da su industria editorial. Y en algún punto, intuyo, porque acá puedo extrañar Buenos Aires, que es algo que un poco extrañaba estando allá.
Para cerrar: me contás un poco sobre Kurzgebiete.
La consigna era escribir un libro sobre la zona de la cuenca del Ruhr y el mío está compuesto por 53 “briquetas narrativas” (era una zona carbonífera y la conforma ese número de distritos), más un cuento que ocurre en Argentina, protagonizado por un policía alemán. La trama para ese cuento me la dio efectivamente un policía retirado (ocurría en Sudáfrica, yo la trasladé a Patagonia) y fue una manera de responder creativamente, digamos, a que, por la pandemia, casi no pude salir de la residencia.
NG
0