El final de la pandemia y la recuperación de la Economía
Luego de un período de estancamiento iniciado en 2011, con algunos años de avances y otros de retrocesos, en 2018 nuestro país ingresó en una etapa de inestabilidad económica que provocó una significativa caída en el nivel de actividad durante dos años consecutivos. En 2020 la situación económica se agravó aún más, como consecuencia de la emergencia de la pandemia de COVID-19 y de las restricciones a la movilidad que buscaron mitigar el impacto sanitario de la pandemia. La evolución de la tasa de pobreza desde 2017 resume con total claridad el deterioro en las condiciones de vida de la población argentina a lo largo de ese período: mientras que el porcentaje de población viviendo en situación de pobreza era 25.7% en el segundo semestre de 2017, dicha proporción creció a 35.5% en el segundo semestre de 2019, para luego alcanzar un pico de 42.0% en el segundo semestre de 2020.
En las últimas semanas, los resultados presentados en distintos reportes económicos y sociales del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) parecen indicar que, al menos en la esfera económica, el tramo más difícil de la pandemia parece haber quedado definitivamente atrás. Por ejemplo, los reportes mensuales de actividad económica mostraron que en el segundo semestre de 2021 los niveles de actividad fueron algo superiores a los que habían sido en el segundo semestre de 2019, antes del inicio de la pandemia de COVID-19. Similarmente, el reporte trimestral de empleo mostró que la proporción de argentinos ocupados a finales de 2021 supera el pico alcanzado hacia finales de 2017, mientras que la distribución del empleo entre formales e informales es similar a la observada en ese mismo momento.
En este contexto, no fue una sorpresa que los números de indigencia y pobreza dados a conocer hoy miércoles por INDEC indicaran que hubo una importante reducción en la incidencia de ambos fenómenos durante el segundo semestre de 2021: en esos seis meses el 8.2% de la población argentina vivió en condiciones de indigencia (es decir, no contaba con los ingresos necesarios para comprar una canasta básica de alimentos), mientras que el 37.3% de la población se encontraba en situación de pobreza (es decir, sus ingresos no eran suficientes para adquirir una canasta básica de alimentos y otros bienes y servicios necesarios para alcanzar un mínimo nivel de bienestar).
Detrás de esta mejora hay dos explicaciones principales. Una de ellas, la más obvia, se adelantó en párrafos anteriores: en el segundo semestre de 2021 la economía recuperó, e incluso superó los niveles de actividad económica anteriores a la pandemia. Esta recuperación llevó a un crecimiento del empleo, que incluso superó los niveles que tenía hacia finales de 2017. Aunque aún no conocemos el dato, es bastante probable que esa recuperación del empleo haya generado una mejora en la distribución del ingreso hacia finales de 2021, lo que también impacta positivamente en la reducción de la pobreza.
La segunda razón de la caída en las tasas de indigencia y pobreza ha pasado bastante más inadvertida e incluso puede sonar extraña: durante el segundo semestre de 2021 se desaceleró el aumento de los precios que impactan en la medición de la pobreza. Efectivamente, mientras entre junio y diciembre de 2021 la inflación general se mantuvo en valores interanuales cercanos al 50%, el incremento interanual del valor de la línea de pobreza tendió a moderarse, pasando de 52% a 41% en el mismo período (lo mismo ocurrió con el valor de la línea de indigencia, cuyo crecimiento interanual pasó de 58% a 45%). Esto permitió que, en promedio, el poder adquisitivo de los hogares experimentara un crecimiento respecto a los valores de las líneas de indigencia y pobreza en el segundo semestre de 2021, lo que también redunda en que algunos hogares puedan escapar, al menos coyunturalmente, de la indigencia o la pobreza.
La reducción del porcentaje de población que vive en condiciones de pobreza es siempre una buena noticia. Y la magnitud de la mejora observada en el último año (4.7 puntos porcentuales, desde 42.0% a 37.3%) hacen que dicha noticia sea aún más auspiciosa. Sin embargo, un análisis más en detalle del resultado y de los factores que explican el mismo moderan un tanto el optimismo con el que se puede interpretar la noticia.
Un primer aspecto que surge de inmediato de ese análisis más profundo es el elevado nivel en el que se encuentra la tasa de pobreza en Argentina. No solamente el porcentaje de población pobre es alto cuando se lo compara con los niveles históricos observados en nuestro país, sino que también es superior a los valores observados justo antes de la pandemia (35.5%), aun cuando el nivel de actividad económica ya es superior al que se registraba por entonces. Más shockeante todavía es la comparación con el nivel de pobreza observado a finales de 2017, antes de las sucesivas crisis cambiarias, la pandemia y la cuarentena: con niveles de empleo similares a los de ese momento, la tasa de pobreza en la actualidad es casi 12 puntos porcentuales mayores a la observada por entonces 37.3% vs. 25.7%).
El segundo aspecto que aparece es la explicación a la situación planteada en el párrafo anterior: el deterioro del poder adquisitivo de los ingresos, particularmente los laborales, es el factor que explica que la tasa de pobreza actual sea tanto más alta que la observada cuatro años atrás, en un contexto donde los niveles de empleo eran bastante similares a los registrados en la actualidad. En ese sentido, la crisis de estos años ha dejado su impacto negativo no tanto a través de las cantidades de empleo, sino mediante el deterioro que varios años de elevada inflación fue generando en el poder adquisitivo de las remuneraciones.
Finalmente, tal vez el aspecto más preocupante sea el escenario que se puede esperar para lo que resta de este año. Con el empleo en niveles relativamente elevados respecto al promedio histórico, reducciones adicionales de la tasa de pobreza deberían provenir mayormente de la recuperación del poder adquisitivo de los ingresos. Lo ocurrido en los primeros meses de 2022 parece ir en la dirección opuesta: la inflación general se aceleró, pero aún lo hizo más el crecimiento del valor de la línea de pobreza, que ya acumula una suba de 10.1% en dos meses (contra 14.5% en los seis meses finales de 2021). En este contexto, es poco probable que el primer semestre del año muestre resultados positivos en reducción de pobreza, y no sería extraño si parte de la mejora conocida hoy se revierte en los números que conoceremos a finales de septiembre.
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