Salarios bajos y precarización, el “lado b” del trabajo científico en la Argentina
En diciembre de 2016 una bandera blanca cruzó el ingreso del edificio ubicado en la esquina porteña de Godoy Cruz y Paraguay con una leyenda: “Ministerio tomado”. Pocos días antes de Navidad investigadores y becarios ocuparon pacíficamente el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación en protesta por el recorte de cupos para el ingreso a la carrera científica, que había dejado afuera a casi 500 investigadores que ya habían concursado y sido evaluados positivamente para esos cargos. No era la primera vez que se manifestaban ni sería la última, pero la intensidad del conflicto expuso a sus protagonistas en su faceta tal vez menos advertida: la de trabajadores. A las imágenes que arroja el estereotipo científico —hombres y mujeres de guardapolvo blanco frente a tubos de ensayos y pipetas; hombres y mujeres internados en los archivos de alguna biblioteca— se le sumaba la de hombres y mujeres que hacían flamear banderas con sus reclamos y batían tambores en la vía pública.
Hoy una persona que ingresa a la carrera de investigación en el Conicet, organismo que representa el 49% de la inversión en ciencia en todo el país, percibe en promedio un salario neto de $90.000 (varía según la zona geográfica). Quienes se encuentran en el eslabón anterior y son becarios, perciben un estipendio promedio que ronda los $60.000. Son ingresos que tuvieron aumentos por encima de la inflación en el último año, pero que aún así están muy por debajo del nivel máximo al que llegaron en 2012 y, en el caso de las becas, no alcanzan para cubrir la canasta básica familiar, que traza el límite con la pobreza y es de $66.488 según el último relevamiento del Indec.
El nivel salarial es similar en los más de 30 organismos y universidades que integran el sistema público de ciencia y tecnología. “Tengo 13 años de antigüedad, cobro un plus por eso y por posgrados y aún así el 75% de mi ingreso lo pierdo en los primeros días del mes en pagar el alquiler y el jardín de mi hijo. No se puede vivir de ese salario”, dice Mercedes Krause, socióloga e investigadora del instituto Gino Germani de la Universidad de Buenos Aires.
Al problema de los bajos salarios se suma el de las condiciones de precariedad en las que desempeñan sus tareas los becarios: aquellos investigadores e investigadoras que están realizando sus estudios de posgrado como paso previo al ingreso a una carrera científica. Formalmente no son considerados trabajadores, sin embargo son gran parte del volumen del sistema científico y se les exige una dedicación exclusiva, solo compatible con algunas horas de docencia. De hecho, en el Conicet hay más becarios (12.128) que investigadores de carrera (11.338). “Siempre el primer estadio para ser científico es ser un trabajador en negro”, resume Krause, que también es militante de Agrupación Naranja de docentes e investigadores universitarios.
Las becas: el preámbulo precario de una carrera científica
A diferencia de lo que ocurría 20 años atrás, cuando la oferta de estudios de posgrado no estaba tan extendida, hoy la vía de acceso a la carrera científica es el doctorado. Por eso los distintos organismos científicos ofrecen becas a los graduados que están interesados en hacer ese camino. Una vez culminada la beca (y habiendo accedido al grado de doctor) entonces sí pueden concursar para ingresar a la carrera de investigación científica, lo que implica una rigurosa evaluación de antecedentes y ofrece un cargo permanente, a partir del que se puede ir escalando. En el Conicet, por ejemplo, se ingresa como investigador asistente y la pirámide asciende hacia investigador adjunto, independiente, principal y superior.
A los becarios no les caben los derechos de una relación laboral. No tienen un salario, sino un estipendio que no está atado a ninguna paritaria; no tienen aportes ni descuentos jubilatorios y tampoco aguinaldo. Por otra parte, es una etapa que puede extenderse hasta ocho años si se cuentan los cinco años de beca doctoral y los tres de beca posdoctoral, mayormente atravesada por personas en sus 30 años.
Recién en 2013 el Conicet incorporó cobertura de salud para los becarios, pero solo para ellos y no para su grupo familiar. En ese organismo particular también se sumaron licencias por maternidad, pero consisten solo en la prórroga por tres meses de la beca, sin que eso modifique los criterios de evaluación que rigen para todos por igual (y miden, entre otras cosas, productividad), ni se adapten los plazos de las presentaciones.
El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación, Roberto Salvarezza, dice que la situación de los becarios y becarias “no es una discusión cerrada”. “Siempre está abierta la posibilidad de otras formas de relación entre ese conjunto de personas que se está doctorando y las instituciones”, aseguró a elDiarioAR. Existen distintas organizaciones de becarios autoconovocados que hace décadas intentan terciar en esa discusión y tienen como consigna principal: “Investigar es trabajar”.
Mientras tanto, estas condiciones afectan especialmente a las mujeres, que si bien son mayoría entre becarios, son minoría en las posiciones más altas de investigación. Del mismo modo, están a cargo de más cantidad de proyectos de investigación, pero reciben menos fondos que los varones. “Se presentan pocas mujeres a los cargos superiores y estamos haciendo un estudio para ver qué pasa, cuáles son los puntos en los que podemos intervenir”, anticipó Ana Franchi, presidenta del Conicet y de la Red Argentina de Género, Ciencia y Tecnología.
Los bajos montos de las becas se advierten también en aquellos programas que están destinados a estudiantes universitarios con el objetivo de “alentar la vocación científica”. Por ejemplo, el Consejo Interuniversitario Nacional (CIN) ofrece becas estímulo de $6.500 mensuales, que solo son compatibles con no más de 10 horas de actividad rentada.
“Estas becas asumen que ese estudiante tiene asegurada su subsistencia. El modelo que hay detrás es un joven de veintipocos que vive con sus padres y no tiene que contribuir a la manutención de su hogar”, reflexiona Mariana Luzzi, socióloga e investigadora de la Universidad Nacional de General Sarmiento y el Conicet. “La gran consecuencia es que quienes se pueden presentar a esas becas son los que tienen garantizado el sustento. Para ellos se transforma en una especie de viático; unos pesos que les dan como premio porque quieren ser científicos”, agrega. La alternativa es complementar la beca con ingresos generados en la informalidad, lo que sucede en algunos casos.
Daniel Vega, rector de la Universidad Nacional del Sur y presidente de la comisión del CIN que está cargo de esas becas, explicó que aumentar el estipendio implicaría reducir la cantidad de becas de las 2.250 actuales a menos de 300, dado que el programa cuenta con un presupuesto anual de $165 millones.
Salarios que no salen del “pozo”
—¿Cree que los montos que se le pagan a los científicos en el sistema público y los recursos con los que cuentan para sus investigaciones son suficientes? —le preguntó elDiarioAR al ministro Salvarezza.
—No, en absoluto, pero hay que ponerlo en contexto.
Salvarezza, que fue él mismo investigador superior del Conicet y presidente del organismo entre 2012 y 2015, dijo que a partir de que asumió el nuevo gobierno, en diciembre de 2019, se tomaron una serie de medidas para “empezar a salir del pozo”. Según datos oficiales del Ministerio de Economía, entre 2015 y 2019 el gasto en ciencia se redujo 36% en términos reales y empeoró en relación con el PBI: en 2015 la inversión en este área representaba el 0,35%, mientras que en 2019 era 0,23%.
El ministro aseguró que el salario de junio de los investigadores del primer escalón se incrementó 80% respecto de diciembre de 2019 y en el caso de las becas la suba fue superior al 100%. Las proyecciones de Mariano Barrera, investigador del Conicet y analista del Centro CIFRA, muestran que con el aumento definido en las paritarias estatales nacionales (que volverá a ser revisado este año) el salario real de los investigadores del Conicet crecería este año 9% en términos reales respecto de 2020, pero seguiría 36% por debajo de noviembre de 2015. Las becas, en cambio, tendrían una evolución real de 22%, pero con una caída del 25% desde noviembre de 2015.
“La estructura de investigación en Argentina se sostiene con muy pocos recursos y en general con trabajo mal pago o incluso trabajo gratuito. Si tenés la suerte de tener un cargo en la academia, por lo que te pagan ahí tenés que hacer 15 trabajos gratuitos más: seminarios, training a profesionales, proyectos de investigación, revistas científicas”, dice Mauro Cristeche, que es abogado, investigador del Conicet y del Instituto de Cultura Jurídica (ICJ) de la Universidad Nacional de La Plata.
“Yo dirijo un proyecto colectivo de investigación y los montos anuales que recibimos son irrisorios, ni siquiera merecen la calificación de simbólicos. Lo que yo recibo en todo el año como director no alcanza para costear una traducción de un artículo o una inscripción a un congreso internacional”, apunta. La participación en un congreso puede costar alrededor de US$400 o US$500 y Cristeche dice que muchas veces lo paga íntegramente con ahorros, como hacen muchos colegas, para no perder la oportunidad. “Es un sistema muy meritocrático donde uno tiene que seguir produciendo aún cuando el empleador no te dote de los recursos”, explica.
El problema no son los bajos salarios, sino también los recursos para investigar. “Están muy devaluados”, resume Pedro Cataldi, que es físico y becario doctoral en astronomía del Conicet. Además, es uno de los delegados de la agrupación Jóvenes Científicos Precarizades. Según señala, el presupuesto de su grupo alcanza para comprar una o dos computadoras personales al año, cuando haría falta una inversión mucho más grande para conformar el equipo adecuado para su área. “Hoy hay muchos institutos que están cerrados por la pandemia y si tuviesen que abrir el presupuesto que tienen no les alcanzaría para funcionar. En mi instituto, que es de física y astronomía del espacio, ya en 2019 más del 90% se iba en limpieza”, asegura.
La meta oficial: multiplicar la cantidad de científicos
El último Relevamiento Anual de Entidades que Realizan Actividades Científicas y Tecnológicas, correspondiente a 2019 pero publicado este año, dice que la Argentina tiene 55.114 investigadores e investigadoras (contando becarios) de jornada completa. Un número que, según Salvarezza, es necesario multiplicar en los próximos años. “En la Argentina hay tres investigadores cada 1.000 habitantes de la población económica activa (PEA), mientras que Israel tiene 14; Corea, 10; Estados Unidos y Gran Bretaña, 8 y España, 6”, grafica. Como objetivo, proyecta elevar el guarismo a 4,5 o 5 investigadores cada 1.000 habitantes de la PEA en 2030.
Como un elemento para alcanzar el objetivo, Salvarezza menciona la apertura de más cargos para la carrera de investigador, no solo en el Conicet sino en los otros organismos de ciencia y técnica del Estado. En 2015 se concursaban 900 posiciones para la carrera por año, sobre una cantidad de alrededor de 2.000 doctores que reciben su título en la Argentina por año. Durante la gestión de Mauricio Macri la cantidad de cupos se fue reduciendo año a año, hasta llegar a 450 en 2019. En 2020 se amplió la convocatoria a 1.100 plazas (800 para investigadores y 300 para técnicos) y en 2021 se repitió el número.
Por otro lado, el Gobierno impulsó la Ley de Financiamiento del Sistema Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación, que fue aprobada por el Congreso en febrero pasado y propone llevar la inversión del 0,28% del PBI en 2021 al 1% en 2032. A eso debería sumarse la inversión privada, que se trata de estimular con normas como la Ley de Economía del Conocimiento.
Franchi, titular del Conicet, asegura que en la última convocatoria aumentaron 10% las postulaciones de aspirantes a la carrera científica respecto de la última del gobierno anterior, y un 20% las postulaciones a becas. Asimismo, dijo que en 2020 solo renunciaron 45 personas y que hay 50 postulaciones de científicos argentinos en el exterior para regresar al país. “Todo eso muestra el interés de mostrar al sistema”, dice Franchi. “La competencia con el mercado existe y existe en todo el mundo; nunca la academia puede competir con ciertos salarios, pero los números nos dicen que no es un problema significativo”.
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