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TEATRO

Yendo de Moscú al Paseo La Plaza, con yapa incluida

La heladería, con Pablo Fusco, Ana Scannapieco y Boy Olmi.

Moira Soto

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Una invasión creciente se viene produciendo en este siglo en la avenida Corrientes, tradicionalmente –salvo excepciones como el Belisario– asociada a producciones denominadas “comerciales”, con elencos que proponen figuras de cierta popularidad; y, desde luego, también relacionada al teatro público, el San Martín con sus tres salas, más el Alvear en la vereda de enfrente. En el siglo XX, raramente algún espectáculo del teatro llamado independiente, off o alternativo pasaba a un escenario de la calle que, en ese entonces, “nunca dormía”. 

Y en estos primeros tramos de 2025, ya se da la paradoja de que una obra exitosa en el off Corrientes –por razones relacionadas con el número de butacas, pero también porque el alternativo ha ido formando a un público más abierto a la experimentación– multiplique sus espectadores/as (siempre más mujeres que varones yendo a este tipo de espectáculo) a cifras que quienes estrenaron en locales de 30, 50, 80 butacas ni imaginaban en sus sueños más descabellados. El ejemplo más notorio sería hoy el Metropolitan con su amplia cartelera de títulos de diversa calidad, surgidos casi todos del off, o de un ámbito intermedio como el Centro Cultural de la Cooperación.

Pero lo insólito es que una obra concebida y realizada por integrantes de pura cepa del alternativo (salvo un actor del elenco), lejos de fórmulas complacientes o gancheras, estrene en un complejo que en sus principales salas teatrales suele ofrecer materiales y nombres considerados a priori atractivos para el “gran” público. Que es lo que está sucediendo en estos días con La heladería, producción que se distingue por una serie de particularidades, y cuyo único nombre famoso es el de Boy Olmi.

Ana en la encrucijada

La autora y protagonista de esta pieza que remite a su propia historia familiar muy ligada a la fabricación helados, con un apellido de larga y deliciosa resonancia entre gente consumidora de ese postre tan refrescante que se puede degustar a toda hora, es Ana Scannapieco.               

 La heladería en cuestión arrancó en 1938 y, descontando un interregno en 2010, ha permanecido en el tiempo, actualmente con tres sucursales: la más “auténtica” en Álvarez Thomas 10, que reproduce fielmente el local original de la primera sede en la avenida Córdoba (entonces, Rivera). Ana S es nieta del fundador Andrés, que a su vez aprendió con otra leyenda –Saverio Manso, el pionerísimo–, hija de Carlos, sobrina de Emilio. Ella tenía 16 cuando, a la par de concurrir a la facultad de Ciencias de la Comunicación, instigada por una amiga empezó a probar con el teatro tomando clases con un jovencísimo Claudio Tolcachir, mientras preparaba la tesis del doctorado. Y fue progresivamente tomada por la escena a la que se subió en 2002 para hacer Jamón del Diablo.

Y ya nadie la pudo parar a Ana Scannapieco. Alentada por su madre, Graciela Marinelli, profesora de literatura, la joven prosiguió avanzando en oficios teatrales, sin incorporarse a la empresa familiar, pero manteniendo un vínculo muy entrañable con el abuelo y el tío que estaban en el lavoro cotidiano.  Mientras que el padre de Ana, Carlos, se decantó por las artes visuales, estudió en Bellas Artes (egresado de la Belgrano y la Pueyrredón), se destacó en el grabado, dio talleres. Y, naturalmente, es el autor del logo y otras viñetas del emprendimiento. Las tres hermanas de Ana siguieron diferentes vocaciones: María Julia, psicóloga; Cecilia, astrofísica; Alejandra, bióloga. Ciertamente para todas ellas, ir a la heladería, solas o con amistades, era siempre una fiesta. Abuelo y tío hubieran querido estudiar música, pero la fabricación del producto y la atención a la clientela no les dejaron tiempo. Eso sí, las óperas se escuchaban como en misa.

En su andar artístico, Ana la actriz se diversificó en docente, directora, dramaturga, actriz de cine. Participó, entre otras muchas obras, de La única manera de contar esta historia es con mandarinas (2006), Vientos que zumban (2010).

Un hogar teatral en Villa Crespo

Hacia 2015, AS, Francisco Lummerman y Lisandro Penelas encuentran un sitio para dar clase en Camargo y Scalabrini Ortiz, donde nace el teatro Moscú. Apelativo que remite a Chejov, a Las tres hermanas, a esa ciudad como un ideal, una utopía a alcanzar. En la salita, Ana protagoniza un suceso de público y de crítica que duró largos años, pasó también por el Camarín, giró por España: El amante de los caballos, adaptación de un precioso cuento de Tess Gallagher (perteneciente a un libro de doce relatos, editados bajo ese título por Anagrama) realizada Lisandro Penelas, asimismo exquisito director. La interpretación de AS, definitivamente memorable.

En 2021, el Moscú se mudó a pocas cuadras, a Ramírez de Velasco 535, un lugar más hospitalario donde la compañía mantuvo gran coherencia dictando cursos y ofreciendo espectáculos como Familia de artistas, la antes citada El amante…, Muerde. Y para muy pronto se anuncian nuevos títulos: Trunco, una de flores y cuchillos, El árbol más hermoso del mundo, La que limpia (inspirada en cuentos de Lucía Berlín).

¿Cómo llega el Moscú a La Plaza con La heladería, la obra que escribe Ana, en parte asistida por Mariano Saba? Convergen distintos factores: que en ese espacio se haya instalado una sucursal de helados Scannapieco; que Javier Madou, de la programación de las salas se haya interesado; que parientes heladeros acercaran un préstamo… Así fue que se armó este equipo que comprende a la autora y protagonista, al impagable Pablo Fusco y su vis cómica de experimentado clown, y al avezado Boy Olmi en el elenco; a Cecilia Zuvialde, responsable de la escenografía y el vestuario, bien funcionales, y a Soledad Ianni, siempre impecable en la iluminación que, en este caso, contribuye a despejar la narrativa. La obra tuvo su estreno el sábado pasado ante una sala, que incluía niños/as de más de 8 años, dispuesta a celebrar esta comedia atípica que trae fragmentos de una historia real ficcionalizada con gracia y evidente cariño, permitiéndose diversos juegos escénicos, saltos temporales, desdoblamientos de los intérpretes, la división en cuatro escenas separadas por intemezzi. Una obra que Ana empezó a macerar a partir de la impasse de 2010, y que en la familia Scannapieco rinde tributo implícito a tantos inmigrantes italianos que sumaron a la cultura gastronómica local, rubro postres helados artesanales, como los fundadores de El Vesuvio, de Cadore, Via Maggiore, Il Trovatore, el mencionado Saverio… que hicieron de la Argentina un país precursor en esa producción gracias a la llegada y la iniciativa de estos gelatieri .

Porque il gelato, el helado tal como lo conocemos hoy es de origen italiano, obra al parecer del cocinero siciliano Francesco Procopio dei Coltelli, nacido a mediados del XVII, que partió a París muy joven, trabajó de mozo y finalmente se instaló con su propio café, el Procope, donde llevó a la práctica, cuenta la leyenda, ideas de hacer pruebas con la nieve del Etna que se le habían ocurrido en su tierra palermitana. El establecimiento se puso de moda gracias a sus dulces cremas heladas que hacían las delicias de Diderot, Robespierre, Danton, Marat (antes de que Charlotte Corday le clavara el cuchillo en la bañadera que pintaría Jacques-Louis David), Voltaire, esa gente. La fama de Francesco se extendió tanto que le valió una licencia de Luis XIV como único productor del postre en su reino.

Más de dos siglos y medio después de la fundación del Procope y luego de la sucesiva aparición de máquinas para la producción automática y el congelamiento, en septiembre de 1938, Andrés Scannapieco alumbra la heladería de la hoy avenida Córdoba al 4826, la original, trabajando con materiales nobles y procedimientos artesanales, empleando vainilla en rama y frutas naturales, sin colorantes. Una tradición que sigue siendo respetada, así como la fórmula del helado de dulce de leche con chispas de chocolate. Un nivel de calidad que ha hecho que ese apellido figure, junto a Rapanui y Cadore, en la lista de las cien mejores heladerías del mundo. Y que actualmente propone más sabores que los de su primera época, a saber: crema de vainilla, chocolate, frutilla, crema rusa, coco y limón. Justamente la búsqueda de la receta perdida del último, de aquel gustito que todavía Ana Scannapieco conserva entre el paladar y la lengua, dio pie a la escritura de esta obra que ya está sobre el escenario Pablo Picasso del Paseo La Plaza, los sábados a las 19. Como quedó apuntado, se puede asistir con chicas/os a partir de los 8. Y a la salida una yapa gratificante para toda la platea: un conito de helado a piacere.

MS/MG

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