De la Apple store en la 9 de Julio a la fundación de Mauricio en Olivos
Hacia 2015 yo era un tuitero muy activo, lo que implica en cierto modo vivir para tuitear, y esa dedicación produjo algunas formas de enunciar y algunas frases concretas que se incorporaron al activo de Twitter Argentina desde entonces. Entre otras, anunciar muertes en mayúsculas, vender un taller llamado El porvenir del retuit que pedía a los asistentes venir comidos, promocionar en mi bío que podría vivir en Río de Janeiro, New York o Londres pero que prefería quedarme a dar una mano acá. Aclaro que lo que realmente habría preferido era escribir un libro, o dos, en ese tiempo descomunal que me comió la red desde mi afiliación en 2010 y que, por lo tanto, considero que esa dedicación, y sus consecuencias, testimonian, más que nada, ansiedad y falta de rumbo. O sea, no me jacto.
Pero una de esas creaciones se redimensiona porque tomó vida fuera de Twitter y aparece hasta en focus groups con votantes decepcionados de Mauricio Macri. Durante la campaña de Cambiemos tuiteé que con Macri tendríamos un apple store vidriado en la 9 de Julio. Para los no familiarizados, un follower te pone like, otro te hace retuit, un tercero te gasta, un cuarto lo usa porque le pareció simpático y el quinto ya no sabe quién lo dijo ni con qué propósito; luego ya funciona como el Covid, se abre paso. Fue tan prometedora la imagen, se ve, que hoy se lamenta más que otras promesas oficiales caídas de la campaña de Macri-Michetti, como la unión de los argentinos y la pobreza cero.
El Apple Store vidriado del cuento de campaña era a imagen y semejanza del que está al sur del Central Park, frente a Trump Tower, en la isla de Manhattan y que, por supuesto, todos los lectores conocen, y para los cuatro que no, se trata del que tiene un ascensor transparente que sube y baja lentísimo impulsado por una onda magnética que maneja Steve Jobs con su pene desde el mismísimo cielo de los emprendedores. La fantástica tienda argentina estaría entronizada, en lugar a determinar, entre la recova de Arroyo y el Obelisco donde los hinchas de Boca destrozan vidrieras cada año para conmemorarse y sintetizaba varias ideas al mismo tiempo: poner fin a la segunda tanda de años montoneros con un monolito de silicio, liquidar la tortura de vivir tecnológicamente con lo nuestro y que los argentinos accediéramos a bienes de capital que nos ayuden en nuestra productividad sin tener que traficarlos, ahorrándonos el pasaje o la mula, provocando una honorable, justa y necesaria democratización.
Y pasó que no pasó nada. Las ensambladoras de celulares y notebooks de Tierra del Fuego mantuvieron su status parasitario durante los cuatro años de Mauricio, una de ellas es propiedad de Nicolás Caputo, su viejo amigo, lo que quitaba incentivo o ponía un dique a desgravar las importaciones de tecnología y, por otra parte, Apple no iba, ni va a venir, aun cuando Willy Kohan encabece una dictadura, porque nuestro mercado de consumidores es demasiado chico como para que la manzanita asuma una operación que puede dejar en manos de revendedores. Esa expansión del mercado de consumidores de alta tecnología estaba implícita en el altar de mi deseo electoral, que era el de millones, y que funcionaba con arreglo a las señales modernizadoras que Macri y el PRO emitían.
En 2015 la fantasía de que la Argentina podía ser corregida con el desembarco de talentosos no contaminados por la política que nos había fundido, aún estaba viva y, por ello, la apuesta de la clase media por el PRO superó largamente los prejuicios que se pudiera tener con las condiciones personales de Macri. Podría no ser un genio, pero estaría rodeado de varios. Contrario a la especulación más obvia, o más estúpidamente izquierdista o prejuiciosa, creí entonces y creo ahora que el interés de Macri es sincero y su vocación política, real, y un buen ejemplo para los chantas millonarios que han preferido delegar su responsabilidad ciudadana en políticos a los que tuvieron bajo su nómina, como lo fueron su propio padre y él mismo en otros tiempos.
Detrás de la primera llegada de Macri al poder, hubo muchos talentos, muchas facilidades y mucho dinero, los cuales permitieron alzar muchos mitos. Que Durán Barba con su oído absoluto incaico escuchó latir a nuestro pueblo y fue marcando el rumbo; que Mariu Vidal con su infinita bondad asfaltó con votos la provincia de Buenos Aires y eso fue un plebiscito anticipado; Guiyo Dietrich puede también creer que fue él, con sus bicisendas con pendiente mortal hacia los cordones, quien en la Ciudad de Buenos Aires gatilló al Macri moderno con el que los votantes podían sentirse culposamente en deuda. En tren de mistificar yo creo que el empujón definitivo de su candidatura lo dieron, lo dimos, quienes desde la clase media politizada autorizamos que un graduado del Newman nos representara, que volvimos tolerable que un outsider se ocupara del asunto, porque aceptamos que ya no viviríamos una época de liderazgos paradigmáticos sino arquetípicos y que pendularíamos entre chantas y chetos. ¿Por qué lo hicimos? Creo que por la constatación de que el PRO era un populismo mejor gestionado que el que podría ofrecer la UCR o el Pejota, por las bicisendas aunque mortales, por Mariu, tan distinta a los barones, y naturalmente porque el combo venía liberado del culto a la personalidad y la división social con que nos castigaba el kirchnerismo. Entonces, ya en 2015, en nombre de qué valor anterior, de qué falta de pertenencia a qué podíamos seguir vetando a Macri ante la chance de cerrar doce años de delirio kirchnerista.
La expectativa creada nos instalaba un Apple Store vidriado con empleados robots hablando en exclusivo, como para arrancar, pero nos daba más comercio exterior, paquetería puerta a puerta, más impulso a las industrias competitivas y abandono de las menos, sin mencionar las mejoras institucionales que nos harían recuperar nuestra autoestima como nación organizada. Claro, no iba a ser tan perfecto. Y no lo fue para nada. Llegados al gobierno los funcionarios del PRO se parapetaron detrás del gradualismo para justificar su lento y muchas veces torpe accionar. Se decía que el gradualismo tenía como propósito que los ciudadanos no sufran las consecuencias de los apurones; en realidad, fue para que los funcionarios no las sufrieran. Sin gradualismo, las jornadas de trabajo habrían empezado antes y terminado más tarde y con muchos funcionarios sin ninguna experiencia laboral habría sido imposible. Antes del mes de gobierno, Pancho Cabrera, el entonces ministro de Producción, ya había metido una escapada a Punta del Este, un viernes. No aguantó al sábado. Sin saberlo, estaba inventando la semana de cuatro días que luego le robó Jacinda Ardern para aplicar en Nueva Zelanda.
El enorme esfuerzo humano y presupuestario de hacer de un graduado del Newman un gran gestor elegido por el voto popular terminó no cuando las PASO le dieron 15 puntos de ventaja a los Fernández (que hicieron campaña con un libro, un Renault Clio y un perro), sino cuando se le cerraron los mercados de crédito y colapsó la carambola de ajustar despacito, que los contratistas privados hicieran obras rápido y que los phd produzcan resultados en cada rincón estatal en el que fueron designados.
Ahora que Mauricio quiere volver a ser presidente, y que busca, entendiblemente, saltearse de punta a punta la autocrítica por su gobierno pasado, la comparación de su ascenso del 2015 con el que planea para el 2023 nos revela un cambio notable en su approach al país que quiere volver a gobernar. Al primero quería corregirlo y salvarlo, al segundo apenas compadecerlo y reinarlo. Que su flamante Fundación lleve su nombre tiene varios motivos, todos egoístas. Enterrar a la Fundación Pensar que ahora controla Rodríguez Larreta (de ahora en más si hay que pensar, solo se piensa para uno); multiplicar la marca de Macri, como cuando las grandes compañías ponen su nombre a cosas (el Allianz Arena, el Personal Fest); crear alineamientos rápidos detrás de actividades de su Fundación para apurar a los que duden entre Macri y Larreta, pero sugiere también algo más contundente, que el PRO y Juntos por el Cambio ya no representen temas de conversación graves y controversiales, las reformas, del estado, judicial, laboral, previsional y los abordajes para las mismas, sobre los que ya no pueden ilusionar como ilusionaron, y sobre los que quizás la elite opositora supone que ya no tienen arreglo; sino que solo proyecten un liderazgo providencial, de alternancia, un pastor celeste con saco de lino y esposa presentable, listo para reemplazar al peronista que reviente como un sapo por ineptitud. Si para 2015 había que crear a un Macri de proximidad que camufle al niño bien, y su campaña publicó doscientas mil fotos tocando manos cuarteadas por el sol y el detergente; para 2023 tiene que terminar de armar el rey querido pero distante, inalcanzable, incomparable, solo significante, solo expectativa, y que si va a decir algo apenas se exprese sobre lugares comunes universalmente indiscutibles e intercambiables, como la educación, la seguridad, el clima y el consumo de frutas y verduras.
ES
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