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Opinión

¿Cuándo se jodió Corea?

Néstor Kirchner y Cristina Fernández saludan a sus partidarios en un acto en Plaza de Mayo, en junio de 2008.

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De todas las Coreas yo me ubico con seguridad en Corea del Sur, en el barrio de Sichon Dong, el Palermo de Seúl, en un depto con balcón terraza y compostera. Preferiría una gran Corea unida, desde ya, con todos los que hablamos coreano adentro, comiendo el mismo locro agridulce, celebrando la navidad coreana, apenándonos, velándonos como en la vieja Corea del centenario, pero esta unidad popular, este reencuentro, escapa a mi voluntad, porque la enemistad ya gira como un kohinoor y debo cuidar a los míos, de ellos. Si ahora es un tornado imparable, tengo clarísimo que en el inicio fue el verbo y que las trincheras las cavó Néstor Kirchner cuando optó por no ser el presidente de todos, para ser el presidente de una facción, siempre caliente con otra parte relevante de la población; cuando destrozó el consenso alfonsinista que implicaba siempre la cordialidad ulterior, el acuerdo en la emergencia, al final del día, Cafiero en el balcón de la Semana Santa, el pacto de Olivos, Duhalde arreglando con Alfonsín el gabinete del 2002 tras el desastre del 2001.

Los Kirchner vieron que el filón de reinar sobre una sociedad emputecida que se moviera en bloques, como el ramadán, era superior a liderar un contubernio de profesionales de la política, plural e inútil, además de limitante para la escasa paciencia y pedantería de un matrimonio millonario que venía de ejercer una autoridad democráticamente despótica sobre una provincia semidesértica y estructuralmente pobre. Tenían pocos votos, nada para mostrar, ¿alguien conoce Río Gallegos?, y nada para prometer que se parezca mínimamente a un país desarrollado; de hecho, nunca los Kirchner representaron la meta de un país mejor en todas las estadísticas, sino siempre a una provincia adolescente marginal y ansiosa por tener mejores tetas, resentida, ignorante, echando culpas, comiéndose el ahorro, para que se luzcan durante un corto periodo, y a costa del largo plazo, la venta de durables fabricados en China. Bueno les resultó, entonces, la intoxicación masiva para reinar.

Kirchner dio por entendido que con la Argentina ya se podía hacer cualquier cosa, y entonces simplemente hizo cualquier cosa con el acompañamiento, emotivo, de sus adictos en las decisiones que olían a gloria, como bajar el cuadro de Videla, o su misma muerte impuntual transformada en sacramento; y, divertido respecto de las picardías que los habían vuelto millonarios, como si esa cadena de transgresiones las hubieran cometido en nombre de todos, para redimir una larga serie de pequeños atracos a lo largo de la historia de los que no se dieron cuenta pero que los fundieron. Y siempre Néstor con su cuaderno, la bic, y la asistencia próxima para el golpe de una colección inigualable de lúmpenes que ya son parte de la historia grande de nuestra historia más pequeña. Condenados firmes, procesados, muertos o asesinados, cada uno con su etiquetado al final de la caravana terrena.

¿Qué día empezó a concretarse esta idea del finado de sembrar cizaña como política de estado? De saberlo podría fijarse otro feriado puente, pero no se puede saber bien, porque fue in crescendo, como el Bolero de Ravel, un flautín inaudible al inicio, un quilombo absoluto en el minuto 10 con un director de orquesta en llamas. Pero fue una melodía que funcionó, y que no funcionó solo por el lubricante universal que es el dinero, contra lo que pueden pensar talentos como Hernán Lombardi con aquello de que nadie es kirchnerista gratis, o por la disposición pavloviana de las masas a aceptar un llamado de la historia cuando es en su beneficio como quisieran verlo los poetas y plásticos peronistas. La partición de Corea no vino a resolver ningún problema, vino a crear nuevos, pero lo que lo volvió eficiente fue que pudo entretener la angustia de millones de argentinos que llevaban años saltando sobre la misma baldosa, sin prosperar. El peronismo lleva en su mochila un cuento de hadas que no se gasta nunca, con un poder reticular endiablado que, cuando menos te lo esperás, te copó una sala de primeros auxilios de Villa Urquiza, con afichitos políticos, pero que en su variante kirchnerista fue además como una máquina masturbadora industrial que sedó y enmarcó a los habitantes que empezaban a enervarse y a volverse inviables.

Podemos pensar en la universidad pública, con salarios destruidos y con prestigios corroídos. Cuando la economía no se mueve y el país no progresa, las personas envejecen en el mismo sitio y nadie admira lo que no se mueve, y los estudiantes empiezan a notar que sus docentes son unos perdedores, que no pueden ser modelos a seguir, y los docentes captan esa mirada de los alumnos y todo se empieza a pudrir. Para muchos de ellos, la división en bandos, el odio platónico a los oligarcas y los chetos (a los que se recuperó de una distinción forjada en los pre democráticos años ochenta, entre consumidores ricos de Topper y pobres de Flecha, ricos de Levis, pobres de Lee, chetos de Little stone, pardos, como yo, de Eduardo Sport) fue el anverso de un nuevo amor. Una segunda oportunidad para los losers. Ir a dar clases incluía ahora la evangelización, adocenar y desadocenar. Y recibirlas incluía la facultad de la penalización del docente rebelde a las casillas y su eventual persecución. Al abrirse las universidades del conurbano todo empeoró aún más: cientos de profesores se convirtieron en titulares de cátedra, eminencias hacia afuera, excelencias de la nada. Se renovaron los rituales vinculares pero se desconectó a la universidad del saber, y del peso de las trayectorias, para suplantarlo por el desde dónde me hablás.

Otro campo fértil para el progreso y la institucionalización de la llamada grieta fue el periodismo. Los medios de comunicación pasaron de ser un sector laboralmente dinámico durante los 80 y 90, con la expansión del cable y el abaratamiento del capital y, por ello, con posibilidades de trabajo y crecimiento, para transformarse en un leprosario salarial y sin perspectivas ciertas de crecimiento profesional. Cualquiera pudo ver, los últimos veinte años, como los periodistas de los cables envejecían haciendo siempre lo mismo y como el intangible del reconocimiento en la calle ya no los compensaba para nada. La pena que les daba a los televidentes verlos es la bronca que les crecía a ellos en el pecho, y la bronca politiza y sobre politizó a muchos jornalistas con una posición influyente en cables, diarios y radios. Para alguien que se sentía profesional o salarial o existencialmente atrapado, qué podría ser mejor catarsis, dadas las circunstancias, que adherir al grito de guerra de quienes decían con el parlante de la patria que sus patrones eran el mal absoluto. 

No hay nada como no tener futuro para darse permiso para pudrirla y romper los contratos. Mirado desde la derecha o desde la izquierda (facilitemos la comprensión de, no sé, Rozitchner), el futuro esperable para los argentinos, superada la gira mundial del covid, es de una decadencia enorme, atraso tecnológico, una elite política completamente corrompida, banal e incombustible, problemas de infraestructura serios que nos van a poner de cara con demonios de la existencia humana como la oscuridad, el frío, la sed, los olores nauseabundos, (tuvimos un adelanto hace pocos meses con la así llamada agua potable). Y no está para nada claro que quienes viven hoy mejor acomodados, vivirán mejor en esas circunstancias, porque las torres countries requerirán ruidosos generadores eléctricos para funcionar, los barrios privados estarán aislados, y la seguridad de que disponen es insuficiente para amedrentar turbas de saqueadores, así que incluso planteos románticos sobre el futuro, como esos tickets de salida de una sesión de terapia grupal, o la idea más trovacubanizada de un muy eventual rojo amanecer puede ser un distractor en las maniobras de supervivencia que tenemos que ejecutar para que el derrumbe general se note menos en casa.

ES

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