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El asado viene lento, como el futuro travesti

Lohana Berkins

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Si las discusiones sobre las políticas de memoria en la Argentina fuesen… bueno si hubiera discusiones al respecto en la Argentina, en lugar de destruir o no el monumento de Cristóbal Colón y en lugar de seguir aceptando tan silenciosamente que algunas mujeres de la historia tienen sus calles concentradas en Puerto Madero -calles de durlock en un principado de prefectos- la arteria central del país, la ruta interprovincial más poderosa y el tren bala más eficaz llevarían el nombre de Lohana Berkins.

¿Culto a la personalidad? Claro, culto a la personalidad ¿por qué no? A la personalidad de una travesti salteña, pobre, prostituta, a quien venera sólo un sector puntual de la sociedad y el restituido Salón de las Mujeres de Casa Rosada, que desde el año pasado alberga su retrato. Porque a propósito de los cultos, si lo que le sigue al aborto legal,  como insiste el eslogan, es el divorcio exprés de la iglesia y el Estado, que la única reverencia religiosa que quede vigente sea entonces la de un credo a Lohana, opción desproporcionadamente más loable que el noviazgo catolicón con figuras clásicas de las boletas electorales. 

 Ah, ok. Algunos no saben quién fue quién Lohana. Wikipedismo aparte, seguro saben quién es, porque Lohana es la heterosexualidad. Lohana Berkins es la pensadora -pensamiento en acción, acción que sólo se escribe mientras se dicta- que más ha hecho en la historia argentina por desbaratar la epistemología heterosexual responsable de condenar a muerte a las personas trans y travestis desde sus boxes intrauterinos. 

 Si el periodismo de investigación… bueno, si existiera algo así y su existencia supusiese posibilidad concreta de llegar hasta el fondo de algo, ese periodismo podría por ejemplo llegar hasta el fondo de uno de los aparatos de corrupción, narcotráfico, explotación y muerte más inalterables de la república perdida: la trama, de apabullante actualidad, que rodea los lagos de Palermo. Eso es Lohana, traviarca liberadora, prócera cuya desaparición física es análoga a la de Juan Bautista Alberdi o Mariano Moreno. Sin manuales. 

¿Demasiado bronce? Nunca es demasiado y además no hay bronce si hay marrón de travesti nacida en la Argentina boliviana, carga identitaria que debería ser nombre de escuela, marquesina comercial, comedor de Embajada, firma de marca de camisas para padres de familia y de llantas de auto para jefes de hogar. Título de novela turca, subtítulo de tira de Polka. Placa de salita de primeros auxilios, apostilla del Tribunal de La Haya y como se ensayó en redes sociales, cara del billete de cien o del de siete mil. Lohana es el sillón de Rivadavia. Ella, que hasta imaginó ser la primera presidenta travesti del país, murió hace exactos 5 años, a los 50. 

En medio de uno de los salones de la Legislatura porteña, a cajón abierto, la tarde del 5 de febrero de 2016 uno de sus últimos dictados pasó a la inmortalidad: “El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo” había dicho en el hospital. Ahí todos parecían susurrarlo. Lohana Berkins es eso: la identidad, con y sin ley, de quienes crecieron y crecen con el amor negado. 

“El amor que nos negaron es nuestro impulso para cambiar el mundo” había dicho en el hospital. Ahí todos parecían susurrarlo. Lohana Berkins es eso: la identidad, con y sin ley, de quienes crecieron y crecen con el amor negado.

¿Qué hace o no hace un Estado para pensar en quienes bajo su égida, crecen con el amor negado? Produce a Lohana Berkins sí pero ¿qué más? Normas, se dirá. El Estado promueve normas. Como la ley de identidad de género que ella forjó y como el decreto presidencial de cupo laboral travesti trans, ahora implementado. 

Ocurre que Lohana era mejor que todo esto y ocurre que no hay mayor patriarca que el Estado. A ese macho proveedor, capaz de violar a les trans hasta el aniquilamiento, hay que saber usarlo y usarlo no en nombre de la reparación -¿es capaz de reparar quien te destruyó? o con Audre Lorde, ¿las herramientas del amo destruyen la casa del amo?- sino en nombre del aprovechamiento. Como suele decir otra activista trans fundamental, María Belén Correa, la democracia para las travestis recién empezó en 2012, con el DNI. El Estado no fue hecho para amar a las travas.

Alguna vez la periodista Liliana Viola definió a Lohana Berkins como “buena” y agregó que cuesta hablar de la bondad. Muy cierto. Lohana era buena y era capaz de articular y desarticular en un mismo acto. Armadora del desarme. ¿Hay quienes a esta altura siguen sin saber quién fue Lohana Berkins? Sepan. Lohanna es el tiempo de la revolución, la carcajada y la timidez. El know how de la represión policial y el expertise del marido de trampa. Sabia en la savia de la cuestión prostitutiva, no hay política pública que cubra el desierto que diseñó su partida. Acaso sí sepan quienes no saben que el promedio de vida de una persona trans en el país es de 35 años. Lo saben por Lohana. Si lo repiten o lo postean, quien habla es ella. 

Louis Yupanqui es afrodescendiente, creció en San Isidro, tiene 21 y hace un año, pensando en Lohana, comenzó su transición. Hoy es una piba trans antiracista. En la biografía La Berkins, una combatiente de frontera (Sudamericana, 2020) la antropóloga Josefina Fernández narra una escena a cuento. En un almuerzo, su amiga Lohana dice “El asado viene lento, como el futuro travesti”. No tal lento ahora Lohana. Sobre cada cuerpo destrozado, una de estas insurgencias. En tu memoria, tu grito indisoluble “Furia travesti”, porque conservar el enojo y excederse en la rabia son la exhibición permanente de tu museo vivo. 

   

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