Divulgación Psi
Hace poco leía un artículo de divulgación psi sobre lo que la autora llamaba “validación emocional”. La idea resumida era que en psicoterapia sería importante decirles a los pacientes que lo que sienten es válido.
Lo problemático es que no dice a qué tipo de pacientes ni cuál sería el propósito en el marco del proceso terapéutico; es decir, pareciera que hay que decirle al paciente que lo que siente es válido para que “se sienta bien” –y agregaría: para que el terapeuta se sienta bueno–.
Además, desliza una idea –que no sé si está elaborada– de que lo que alguien siente no miente y este sí es un problema mayúsculo, porque confunde la verdad del sentir con lo verdadero de la sensación. La consecuencia es irrisoria: desprender realidad de lo sentido.
Ejemplo trivial: me puedo sentir estafado o traicionado por alguien, pero eso no quiere decir que –en la realidad– me hayan estafado o traicionado. A través de una atribución al otro puedo proyectar que me traicionaron mis expectativas o me estafé a mí mismo cuando decidí confiar sin indicadores que apoyaran esa confianza.
Es notable que la bibliografía psi reciente haga corresponder tan linealmente la relación sensación-realidad como si esta última fuera una extensión de aquella, sin interrogar cómo la realidad, fuente inagotable de decepción, comienza a desaparecer de la vida de muchas personas.
Entonces la pregunta es si en lugar de validar el sentir, estos psi no tienden más bien a una justificación del enunciado enloquecedor “la realidad es como yo la sentí” en desmedro de cualquier lazo y criterio comunitario de vida. Estos son los psi que necesita una sociedad fragmentada, independientemente de su ideología o “marco teórico”.
Esta misma orientación es la que se comprueba cuando en la divulgación psi volvieron con fuerza los discursos del trauma. Fundamentalmente se trata de que cada quien afirme su condición de traumado, como si el Yo pudiera ser una instancia de reconocimiento de lo traumático; es decir, como si el trauma fuese enunciable, por quien lo habría sufrido o por el terapeuta que se lo indica: “Eso te traumó”.
El psicoanálisis también tiene un discurso sobre el trauma, pero contra-intuitivo: el trauma nunca está donde se lo busca. Ni donde se lo encuentra.
Se dice a veces que Freud habría abandonado la teoría traumática. Eso no es cierto. Sí abandonó una teoría ingenua del trauma, como la que hoy retorna en la divulgación psi. Que Freud diga que el trauma ocurre en dos tiempos, que desplace su eficacia a la fantasía, etc., entre otras operaciones metodológicas, muestra su interés por salir de la causalidad lineal; es decir, confundir el trauma con una causa eficiente.
El trauma es un efecto y, como tal, requiere una particular reconstrucción. El punto es que esta no se realiza a partir de la memoria; más bien el trauma resiste al recuerdo. Por este motivo no se puede hacer coincidir trauma y verdad –como hace la divulgación– así como tampoco es la hermenéutica del desvelamiento la que permite delimitar un trauma–.
Lo que hace sumamente difícil trabajar con traumas es que su decir es el de la mentira. El trauma miente sobre su real y por eso no es extraño que las personas traumadas sufran pesadillas de cosas que nunca pasaron. Es que, en última instancia, el trauma no es de lo que pasó; su estatuto –como ubica Freud en su libro Más allá del principio del placer– está en lo no realizado, de un real que no pude pasar a una realidad.
Tal vez por eso hoy volvieron los discursos sobre el trauma, como respuesta mentirosa al trauma que no se inscribe como tal. El trauma generalizado –como objeto de consumo– es la suplencia con que se las arregla un sujeto que, en efecto, está más traumatizado que nunca, porque vive al borde de su destitución. Paradójicamente, porque el trauma no se constituyó, sino que se disolvió y pluralizó.
A falta de trauma en sentido estricto, prolifera lo traumático –como delirio– por todos lados.
LL
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