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RUIDO AMBIENTE

¿Cuánto nos importa el ambiente?

Existen innumerables experiencias que contribuyen con innovación y compromiso a la transición hacia un desarrollo sostenible.

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La transformación de nuestras economías y formas de vida para proteger el ambiente no es opcional: es transformar o perecer. Sin embargo, las acciones ambientales a mediano y largo plazo colisionan con los tiempos de la política y, aún más, con los ciclos electorales. Por eso es fundamental que lo ambiental se convierta en una demanda ciudadana que penetre las agendas políticas. Pero, ¿sabemos qué piensan las y los argentinos sobre el ambiente? ¿Sabemos cuánto les importa?

La verdad es que sabemos relativamente poco. 

Si nos guiamos por lo que vemos y escuchamos en los medios, parece ser un tema de importancia oscilante. Llega a la agenda cuando escalan conflictos vinculados a la explotación de un recurso natural, cuando hay algún desastre natural tipo sequía, inundación o incendio, o aparece ligado a eventos internacionales de categoría como las conferencias de cambio climático.

La discusión ambiental argentina vio momentos intensos a partir de la irrupción de la figura de Greta Thunberg en 2019; entre 2020 y 2022 debatimos fuertemente sobre la instalación de granjas porcinas, la cría de salmones en Tierra del Fuego, la minería en Mendoza y la explotación de hidrocarburos en el Mar Argentino. Sin embargo, desde 2023 para acá el interés ha disminuido considerablemente. Incluso, frente a las expresiones de relativización y degradación de la agenda por parte del actual gobierno nacional, hay escasa reacción por parte de la ciudadanía.

Pero eso es lo que se ve en la superficie, ¿qué pasa cuando le preguntamos directamente al ciudadano qué piensa sobre estos temas? Si nos guiamos por las —pocas— encuestas argentinas que buscan comprender la importancia que le dan los ciudadanos a lo ambiental, encontramos que tienden a expresar un alto interés y preocupación cuando se les pregunta directamente por temas ambientales. 

Por ejemplo, en mayo de este año se presentó el trabajo del PNUD “Acción ambiental: Creencias, expectativas y participación ciudadana”. Allí encontramos que el 90% de las personas encuestadas se dicen interesadas en temas ambientales. Asimismo, el 80% entiende que el cambio climático se genera por la actividad humana, mientras que solo el 15% piensa que se produce por ciclos naturales. Esto marca una diferencia con Estados Unidos, donde en un estudio del Pew Research Center de 2023 sólo el 46% respondió que el cambio climático tiene origen antrópico.

Datos similares provee una encuesta de la consultora Sentimientos Públicos: al 82% de los encuestados le preocupa mucho el ambiente al pensar en las futuras generaciones y el 84% considera que es muy o algo urgente tomar medidas para detener el daño ambiental.

Frente a esta preocupación, la ciudadanía argentina incluso se manifiesta dispuesta a hacer sacrificios: el 58% estaría de acuerdo con pagar un 20% más por un producto menos contaminante, como muestra la encuesta de 2023 de Latinobarómetro.

Ahora bien, ¿qué pasa cuando buscamos entender su importancia relativa? Siguiendo con los datos de Latinobarómetro, vemos que cuando se le pregunta a argentinos y argentinas por el problema más importante del país, mencionan principalmente temas vinculados a la economía y la seguridad. Lo ambiental no aparece, cuando en otros países de la región sí llega a asomarse, aún si con muy baja frecuencia, entre las principales preocupaciones. Es decir, encontramos una ciudadanía a la que le importan los temas ambientales, entiende de dónde provienen y que piensa que se debe actuar con urgencia frente a ellos. 

Pero, ¿avizoran un camino? ¿Encuentran discursos que los inviten a creer en que un desarrollo sostenible es efectivamente posible? Decíamos al principio que para proteger el ambiente debemos transformar nuestras economías y formas de vida, ¿las personas ven alguna forma de avanzar en esta transformación y conectar las preocupaciones ambientales con otras de orden socioeconómico?

Cuando el PNUD les preguntó a los encuestados por su grado de acuerdo con la frase “ya es demasiado tarde para frenar el cambio climático”, el 45% respondió que estaba de acuerdo con lo que expresaba la sentencia. En la misma sintonía, ante la pregunta de Sentimientos Públicos “¿crees que nos acercamos a un colapso ambiental?”, el 65% respondió que sí y que ese colapso sucedería en menos de 20 años. 

Probablemente sea la gente a la que más le importe, la más dispuesta a movilizarse, a accionar. Esa gente piensa que ya es tarde. Y además, no encuentra forma de vincular las soluciones a la situación económica y social con la salida a la crisis ambiental.

¿De dónde surge esta sensación de fatalidad en torno al colapso ambiental? En parte, de cuatro hechos objetivos: i) la temperatura global sigue en aumento, batiendo récords de días y años más cálidos desde la Revolución Industrial, ii) la mayor incidencia climática la tienen China y Estados Unidos, iii) la transición no está sucediendo a la velocidad necesaria y iv) hay muchos actores poderosos que se resisten al cambio. A estos cuatro hechos objetivos debemos sumarle un error no forzado: una comunicación ambiental centrada mayoritariamente en la alerta y la denuncia. Esto es comprensible y necesario, ya que hay un problema urgente que requiere atención, y a menudo hay alguien—generalmente con poder y/o dinero—que no está tomando las medidas necesarias.

Sin embargo, la reducción de la comunicación ambiental a esto trae consecuencias negativas. En primer lugar, refuerza la sensación de fatalidad, creando la impresión de que nada positivo está ocurriendo en el ámbito ambiental. En segundo lugar, nos aleja de la acción directa y del protagonismo en la transformación: si nuestra participación se limita a denunciar y exigir a otros, nuestras acciones se reducen a protestas, firmas de peticiones, etc., siempre en un lugar defensivo. En tercer lugar, nadie vive pensando que mañana va a morir; por eso, la vida continúa más allá de la amenaza del colapso inminente, relegando lo ambiental a una preocupación secundaria mientras la vida cotidiana, el trabajo y la economía ocupan un lugar prioritario.

Por eso, es importante saber y contar que la transición está sucediendo, en el mundo y también en Argentina. En nuestro país desde 2017 hasta 2023 la participación de las energías renovables no convencionales (solar y eólica principalmente) pasaron de aportar menos del 1%  al 11,5% de la matriz eléctrica. Estas energías se suman así  a la capacidad que ya teníamos en nuclear e hidroelectricidad para avanzar hacia una generación de energía con cada vez menos emisiones asociadas. En el mismo sentido, según el Índice de Reciclado de Plásticos de Ecoplas, gracias al avance de la conciencia y las técnicas y hábitos de separación y gestión de residuos, hoy se reciclan 6 veces más plásticos que en 2003. También, con la ley de bosques se redujo la deforestación y con el 9% del área terrestre y el 12% del territorio marino  protegido, avanzamos en la conservación de la biodiversidad. 

Y además de esos números, existen innumerables experiencias e iniciativas impulsadas por personas, instituciones públicas y privadas, organizaciones y empresas que, desde sus respectivos ámbitos, contribuyen con innovación y compromiso a la transición hacia un desarrollo sostenible. Desde empresas que fabrican productos a partir de plásticos reciclados, hasta consultoras especializadas en la remediación de la contaminación; personas que investigan cómo generar energía a partir del oleaje del mar, y científicos que desarrollan métodos agrícolas más eficientes en el uso de agroquímicos. También están las organizaciones que promueven el vínculo con la naturaleza a través de la observación y el turismo sostenible, y comunidades que protegen sus espacios de vida mediante prácticas responsables. Y los docentes que educan a sus alumnos en prácticas sostenibles, estudiantes universitarios que eligen carreras como ciencias ambientales o gestión de energías renovables, funcionarios que trabajan para conseguir mayores fondos destinados a la adaptación climática y la limpieza de basurales, arquitectos que diseñan edificios energéticamente eficientes, y activistas que promueven el uso de bicicletas y la mejora del transporte público. Cada uno de esos esfuerzos contribuye a que la transición suceda.

No se trata de contraponer la denuncia y los cambios estructurales con una visión ingenua del aporte individual, sino de reconocer que las transformaciones profundas, en última instancia, también dependen de cada uno de nosotros. Todas estas iniciativas —y tantas más— están estrechamente ligadas a los desafíos socioeconómicos que enfrenta nuestra sociedad y, al mismo tiempo, contribuyen a impulsar la transición hacia un futuro sostenible.

¿Quién dijo que estamos hablando de una causa perdida? La transición está sucediendo, hay esfuerzos individuales y colectivos, privados y públicos, para que no solo aporte a la reducción de nuestros impactos ambientales, sino también al desarrollo de nuestro país. Esto no significa que haya que hacer plancha porque las cosas ya están sucediendo, pero sí que hay que hablar de estos esfuerzos porque reconocer su impacto es una invitación a multiplicarlos. Hace falta esa invitación.

EM/DTC

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