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OÍD EL RUIDO

Milei, like un Rolling Stone

Javier Milei, Mick Jagger

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“No sé quién es Lali Espósito, yo escucho a los Rolling Stones”, dijo Javier Milei cuando le mentaron que una cantante teen sentía pavor frente a su ascenso político. La denigra en un acto de afirmación: la superioridad de sus afinidades musicales. No cualquieras. Las de su iniciación. “Es el arranque de 1983 en Argentina, al gobierno de la dictadura militar le quedan tan solo unos meses, y, mientras que los Rolling Stones triunfan con su rock demoníaco por el mundo, Milei sueña con ser Mick Jagger en el patio del colegio Cardenal Copello”, relata en El Loco, Juan Luis González. Tal era la fascinación que, en los recreos de esa escuela de curas, bailaba como el cantante. A veces arrancaba aplausos. Más tarde puso su voz al servicio de una banda tributo, Everest. “Entonces empezás a comprender de qué va la forma en la cual me lookeo, por decirlo de alguna manera”, dijo sobre su raro peinado viejo. Everest no solo realizaba covers. Las canciones, “tenían connotaciones sexuales”. Eran “una suerte de porno rock”.

Me despierta cierta curiosidad saber en qué radica la temprana fascinación de Milei por Jagger. ¿Su voluptuosidad?

Somos lo que escuchamos, quiere decirle el ultraderechista a Espósito. En plena veda electoral, decidió llamarse a silencio y ser solo imagen. Fue a escuchar en el Luna Park un A Beat Symphony, un homenaje “sinfónico” a los Beatles a cargo de Ángel Malher. Un clip de TikTok lo muestra en primera fila moviendo los labios y la cabeza al compás de “Let it be”. Nadie puede controlar los recorridos ni las pertenencias simbólicas de las canciones. Asunto saldado, ese. Pero verlo cantar “and in my hour of darkness” cuando se nos viene la noche es más que perturbador. Su velada cultural coincidió con la puesta en circulación en todo el mundo de Hackney Diamonds, el último disco de la banda de Mick Jagger y Keith Richards.  Malher agradeció la presencia del libertario en la platea. Luego se tomaron una foto juntos. Malher con su batuta. Milei, a le espera de un bastón de mando para zurrar comunistas fantasmales.

Surgió de inmediato la especulación de un nuevo salto a la política del músico, director y empresario, en caso de un triunfo en las urnas del ex-imitador de los Stones. Malher ya había sido secretario de Cultura de Horacio Rodríguez Larreta. Parece que Leo Cifelli, el productor de los espectáculos de Ángel Jorge Pititto, el nombre que figura en los documentos del hombre que eligió llamarse como el autor de Das Lied von der Erde, habría sido tentado para ocuparse de los asuntos culturales de un eventual gobierno de La Libertad Avanza (LLA). Lo cierto es que la foto que los juntó nos podría ayudar a pensar otras relaciones entre lo musical de la política y lo político de la música, hasta desembocar en Hackney Diamonds.

Primero, lo de Gustav Malher. Llamarse así. ¿Por qué no Debussy o Haendel? ¿Ángel Bach? Quizá habría sido excesivo. ¿Sibelius? No, el apellido de un compositor judío, víctima del antisemitismo vienés de comienzos de siglo XX, y a la vez, una figura mayúscula del sinfonismo. ¿Qué se pone en juego en esa apropiación? Quizá nada, apenas un préstamo ingrávido y sin reclamos de devolución (como llamar Dadá a un vino o Picasso a un auto). Pero es Malher. Theodor W. Adorno llegó a comparar su obra orquestal con “la prosa épico-objetiva” de Franz Kafka. Su lenguaje revelaba, a pesar de sus arcaísmos, un antagonismo de la sociedad. Malher, el austríaco, había forjado una “provocativa alianza con la vulgaridad” pero para señalarla de manera acusatoria. “Las sinfonías de éste hacen sin pudor alarde de lo que todos tienen en el oído, restos melódicos de la gran música, insulsos cantos populares, coplas de ciego y canciones de moda”. El compositor “no quería encontrar en aquel lenguaje la paz que el curso del mundo perturba, sino que se apoderó de él con violencia para con él resistirse a la violencia”.

Memoriales sonoros

En julio de 2019, el empresario musical estrenó en el Teatro Colón un Réquiem/Kadish en homenaje a las ochenta y cinco víctimas del atentado terrorista que se perpetró contra la mutual de la comunidad judía de Buenos Aires (AMIA) el 18 de julio de 1994. Se titula El amor es más fuerte que la muerte. Suena en esa inscripción Tango feroz, la película de Marcelo Piñeyro. El Réquiem/Kadish de Mahler debía ser observado como un instrumento de disputa. Además de los aplausos de las autoridades de la AMIA, la obra del ex secretario de Cultura reunió a toda la plana mayor del Gobierno de Mauricio Macri. Embelesados ellos, claro.

Un país que ha sufrido el peor bombardeo contra una población civil desde la posguerra, el terrorismo de Estado, un conflicto bélico en el Atlántico sur y la violencia de carácter antisemita no tiene un solo memorial sonoro que recuerde explícitamente a sus víctimas siguiendo una tradición amplia que incluye: Réquiem de guerra, de Benjamin BrittenBabi Yar, de Dmitri Shostakovich; El sobreviviente de Varsovia, de Arnold Schönberg; Ricorda cosa ti hanno fatto ad Auschwitz, de Luigi Nono; Dies iræ, el oratorio de Krzysztof Penderecki dedicado a las víctimas del mismo campo de concentración y, llegando al siglo XXI, On the Transmigration of Souls, de John Adams, dedicada a los que perdieron la vida tras el ataque contra las Torres Gemelas, en 2001. Fue Mahler, el nacido en Villa Devoto, el que ha tratado de llenar ese vacío. “‘Réquiem’ quiere decir descanso. ‘Requiem eternum’, así empieza el texto de la plegaria cristiana y además adquiere contenido judaico… ”Un grito que busca la verdad“, explicó su autor. Claro que el ”grito“ queda ahogado desde el momento en que Mahler apenas reitera gestualidades de musical de la calle Corrientes. Esa escritura tópica que también se mira en las bandas sonoras de cierto cine norteamericano se encuentra en El jorobado de París, Excalibur o su Drácula. Y, la semana pasada, Los Beatles.

“Que buena empresa la de ustedes y qué intuitivos han de ser al comprar para un cliente en Transilvania tres propiedades y por poder”, dice el conde en el musical. El lenguaje del libre mercado se cuela en el escenario, tan lejos de la novela. El 5 de mayo de 1897 había sido publicado en Londres aquel libro amorosamente terrorífico: Drácula, de Bram Stoker. Debe ser la primera novela en la que se describe una de las grandes invenciones del siglo XIX: el grabador. La naturaleza técnica se manifestaba en forma de cilindros metálicos cubiertos de cera negra. “El fonógrafo es un aparato maravilloso, pero cruelmente sincero”, dice Mina Harker. “Esos cilindros contienen mucho más que lo que usted imagina”, le contesta el profesor Van Helsing.

Setenta años después, en la misma ciudad, los Beatles graban en cuatro pistas Sgt. Pepper Lonely Heart's Club Band y Magical Mistery Tour, discos que contenían, también, más que lo imaginable. Los hijos de la clase obrera de Liverpool clavaban los colmillos en la yugular de la exhausta modernidad: iban de La Marsellesa, su himno, a la “Invención a dos voces” en Fa mayor de Bach, del iluminismo y el citar a los clusters orquestales de la vanguardia académica. Un asombroso acto de vampirismo musical.

Desde ya que el exsecretario de Cultura Malher no transita esa senda imaginativa. Su vampirismo extrae de los objetos musicales sangre de utilería. No nos remite a los Beatles ni Stocker. Se parece a las recreaciones hollywoodenses del conde como la de Leslie Nielsen. La “alianza con la vulgaridad” a la que se refiere Adorno para exaltar a Gustav no reviste en su caso ninguna intencionalidad secreta. ¿Le llegará el turno del homenaje a Jagger y Richard, otros vampiros que se muerden a sí mismos?

Hay palabras o nombres que nos llegan del pasado reciente, digamos medio siglo, y que se revisten de nuevas capas de significados. Nadie polemizaría sin embargo sobre el sentido de la palabra stone. Se trata apenas de una piedra. Ahora bien, de qué hablamos cuando hablamos de los Rolling Stones. El desacuerdo sería inmediato. Me despierta cierta curiosidad saber en qué radica la temprana fascinación de Milei por Jagger. ¿Su voluptuosidad? ¿El modo de silabear? ¿La simpatía por Margaret Thatcher? ¿Su título nobiliario de caballero imperial? Tal vez esa admiración se solapa en el presente con su amor canino/filial y le fascina Dogs into Camera, la fotografía de Michael Josep que iba a ilustrar Beggars Banquet. La imagen, considerada una de las más logradas en la larga historia de la banda y la propia iconografía del rock, fue tomada en junio de 1968. Los Stones llegaron puntuales a la sesión de fotos. Josep había diseñado un espacio onírico. Había en la sala cabras y muchos perros.

Las canciones llegan justo a tiempo para las dos bonanzas americanas a las que parece algorítmicamente destinado: el gasto navideño y la publicidad de la Super Bowl

El diario El País acaba de preguntarle al cantante qué piensa sobre las consecuencias del Brexit, el posible regreso de Donald Trump, la llegada a los parlamentos de los partidos de extrema derecha. “Es una pregunta muy complicada para esta entrevista”, dijo el autor de “Street Fighting Man” -la canción que, como pocas, representó el espíritu de 1968- convertido al conservadurismo. Nada más. En rigor, la respuesta de Jagger y los Stones está en Hackney Diamonds. Es objeto de época. El disco, señaló la revista Pitchfork, “refuerza la peor parte de la otrora agresiva imagen de forajidos de los Stones: la eterna avaricia”. Las canciones llegan justo a tiempo “para las dos bonanzas americanas a las que parece algorítmicamente destinado: el gasto navideño y la publicidad de la Super Bowl”. Es “el tipo de álbum que le regalas a un padre de mediana edad, a mitad de divorcio, que se desvive por encontrar una dirección mientras recorre la ciudad a toda velocidad en su coche deportivo después de la separación, poniendo a todo volumen los desplantes anti-románticos de los Stones”.

Gestos sobre el escenario

Canta Jagger en “Depending on you” como si tuviera 60 años menos: “Ahora ella está dando mi amor a alguien nuevo/ Yo inventé el juego, pero perdí como un tonto/ Ahora soy demasiado joven para morir y demasiado viejo para perder”. La letra te la debo.  Añade Pitchfork: los Stones son, a estas alturas, “tan insípidos como los polvos de talco” aunque sean retocados por técnicos y media docena de ingenieros. Si lo leemos en clave argentina podría decirse: alla Malher. “Jagger se pasa los primeros 30 minutos de Hackney Diamonds representando una versión más joven de sí mismo, todo gallito, pavoneándose y fingiendo. Sólo resulta convincente cuando canta sobre lo que es real y está cada día más cerca”.

“Bite My Head Off”, con la colaboración de Paul McCartney, es, según Les Inrockuptibles, una salida punk “bastante cómica” que remeda a The Clash, aunque sin el perfume agresivo de su tiempo (más cerca de El profesor punk, la película que protagonizó Jorge Porcel en 1988). “En 1977 espero ir al cielo/ Porque llevo demasiado tiempo desocupado/ Y no puedo trabajar/ Extranjero peligroso/ Será mejor que te pintes la cara/ Ni Elvis, ni Beatles, ni The Rolling Stones”, cantaba el grupo de Joe Strummer en “1977”. Jagger debería seguido su ejemplo e invertir el sentido: “ni Clash, ni Pistols”, pero habría sido tautológico.

La revista francesa les perdona al final la vida y dice que no es el “peor” de los discos de la banda. Recuerda una anécdota de Life, la autobiografía de Richards y su jactancia de haber esnifado cocaína mezclada con las cenizas de su padre. ¿No inhala Hackney Diamonds los despojos de un estilo otrora poderoso y hoy disimulado a través de los beneficios de la inteligencia artificial? Frente a discos crepusculares y estremecedores como Blackstar y You Want It Darker, los últimos álbumes de David Bowie y Leonard Cohen, los Stones quieren seguir la fiesta en una limusina, siempre jóvenes. La melena de Milei nos comunica lo mismo en clave anarco capitalista, ese afán doriangreiano de permanecer impasible al paso de los años y ser, a la vez, más indulgente y despiadado frente a los asuntos del mundo (otro pacto con la vulgaridad). El libertario preserva ciertos gestos de Sir Mick que trae del colegio. Fueron evidentes cuando irrumpió en los escenarios de sus actos de campaña. “Espero que adivines mi nombre, oh sí/ Ah, ¿qué te desconcierta? / Es la naturaleza de mi juego”, podría cantar si se cumplen los peores presagios.

AG

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