Estos no son alimentos
La atribución de sentido, actividad muy popular conocida bajo el nombre de “interpretación”, de la que Sigmund Freud hizo escuela a tal extremo que decir que alguien es freudiano equivale a embutirlo en el sayo de interpretador, alcanzó en la última semana una de sus cumbres argentinas.
Resulta que se encontraron casi seis mil toneladas de alimentos e infusiones destinadas a alivianar la vida cotidiana de quienes no alcanzan a proveérselos por sí mismos. El hambre corría por sus acequias cuesta abajo, mientras las toneladas seguían enajenadas en el silencio de los galpones. No volaba una mosca sobre el azúcar, no se retorcía un gorgojo sobre los fideos, etc. Así casi seis meses, los del avance de la libertad.
Dejando de lado el refinamiento de los inventarios, las miles de toneladas eran cosas ya recibidas y listas para ser dadas. Pero, aun así, eran retenidas. Ese era el único hecho: tener para retener. La acumulación llevada al rango de Mal. Entonces, la atribución de sentido empezó a enloquecer. ¿Quién lo batió hasta el delirio una vez más? ¿Quién dejó caer los Mentos en la Coca-Cola de la interpretación para cambiar reposo por efervescencia volcánica? Manuel Adorni, la mustia Voz del Estadio gubernamental.
Al hecho único le atribuyó tres sentidos diferentes en una línea de tiempo de unos pocos días. Cada sentido fue expresado en momentos diferentes. Llamaremos a esos sentidos, por separado: 1) Pim; 2) Pum; 3) Pam (juntos: Pim-Pum-Pam).
El momento Pim (1): el periodista Ari Lijalad hizo un pedido de acceso a la información para saber qué onda con esos alimentos e infusiones momificadas en depósitos de Estado. El Ministerio de Capital Humano reconoció la momificación, además de asumir que en casi seis meses no había comprado para los comedores populares ni un paquete de Criollitas. ¿Por qué? Para terminar con “los intermediarios”, y porque, según Adorni, “había muchos beneficiarios” a los que “se les terminó el usufructo personal”.
Nótese que, en sus retruécanos, pierde de vista que es para usufructo personal que se le conceden los alimentos a un beneficiario (y que usufructuario y beneficiario son términos intercambiables). Y agregó, con sus característicos hiatos de silencios entre palabras, incluso entre sílabas, que de los miles de toneladas el 60% “corresponden a paquetes de yerba mate”, pronunciando “yerba mate” como quien dice “Fentanilo”.
Pasó el momento Pim (1), acompañado de un sistema de sembradío y cosecha fulminante de agenda boluda que llevó a América 24, TN, Canal 13 y LN+, entre otras señales hermanas, a “cubrir” en simultáneo un día de semana a las cuatro de la tarde un despliegue infernal de movileros para dar con los comedores fantasmas.
Y llegó el momento Pum (2): el juez Sebastián Casanello le dio tres días al Ministerio de Capital Humano para que definiera un plan de distribución de esos alimentos e infusiones. Adorni abrió las compuertas de su mente para dejar pasar su lenguaje de doxa con chips de imaginación fantástica, y dijo que el gobierno iba a apelar la decisión del juez porque esos alimentos “tienen como fin asistir en emergencias y catástrofes”, de las que dijo esperar que no vuelvan a ocurrir. Un deseo que merece nuestro apoyo: digamos no a los tsunamis, no a los tornados, no a las plagas de langosta, no a Yanina Latorre, etcétera. Ahora, ¿por qué el gobierno no ayudó a Bahía Blanca con esos alimentos durante el temporal de diciembre de 2023? Contestó: porque no los pidieron.
En el momento Pam (3), lo vemos a Adorni recular, en Adilettes con monograma de Tesla y tacos agujas (para aduladores premium), para decir al mismo tiempo sí y no. Sí los comedores son fantasmas y los usufructuarios se benefician inyectándose mate cocido con agujas comunitarias. Y no porque no es que no van a repartir los alimentos. Lo van a hacer, algún día, y con la contribución del Ejército Argentino, al que van a utilizar en una remake del Operativo Dorrego auspiciado por Rappi.
Así termina la secuencia del Pim-Pum-Pam en la que se desplegaron tres sentidos sobre un mismo fenómeno que nunca se movió de los hangares en donde estaba. Fue un proceso de acomodamiento en tiempo real acerca de lo que se le quiere hacer decir a los hechos para que lo sean de quienes los describen. El hecho como propiedad de uno, aquello a lo que el lenguaje siempre le exigió algún límite, ahora no tiene ninguno.
El Caso Adorni es una experiencia que vale la pena observar. Los hechos se ven sucediendo en un sentido retórico del que podrían decirse que “son lo que son”, con los más o los menos de nuestras interpretaciones. Pero Adorni es la vuelta de tuerca hacia la locura interpretativa, el poder loco de la interpretación haciendo una realidad sostenida por la fe. Después de todo ¿qué otra realidad hay que aquella en la que se cree?
Lo adorniano es, de golpe, una astilla de lo magritteano. Allí donde René Magritte instaló su bomba contra la atribución automática de sentido racionalista con su Ceci n’est pas une pipe (1929), Adorni desplegó esta semana su obra (de la que es divulgador más que autor): “Estas no son miles de toneladas de alimentos sin entregar”. Con el agravante de que estas toneladas de alimento, a diferencia de la pipa de Magritte, no estaban pintadas.
En el ensayo sobre Magritte Esto no es una pipa (1973), Michel Foucault siente el asunto del cuadro como un problema que le produce “un indefinido malestar”, y dice: “¿Quién me puede decir seriamente que ese conjunto de trazos entrecruzados, encima del texto, es una pipa? ¿O acaso hay que decir: Dios mío, qué estúpido y simple es todo esto, ese enunciado es perfectamente verdadero, puesto que es evidente que el dibujo que representa una pipa no es una pipa?”.
Es obvio que una pipa dibujada no es una pipa sino su representación vulgar, más vulgar que, por ejemplo, una maqueta (en todo caso menos material que una maqueta). Pero miles de toneladas de alimentos e infusiones no son un dibujo, a menos que se juzgue su existencia en los depósitos en los que se arrumban como una mera representación sin materialidad. Si es así, si no son reales ¿por qué se vencen?
El hambre, como la saciedad, ocurre en el tiempo. Formularlo como una idea (digamos una pipa pintada), es una maniobra suspensiva que le sustrae a la experiencia de tener lo que tiene de dramática. Adorni es el vendedor de esa fantasía, y de otras. Todas orientadas a hacer de los sufrimientos de la vida material un texto libre. Como todo work in progress, conoceremos la “obra” por sus resultados.
JJB/MF
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