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OPINION

No son todos los hombres, pero son demasiados

Un auto de la Policía francesa, en una imagen de archivo.

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En la superficie, la conversación virtual sobre el juicio por la violación masiva y sistemática a Gisèle Pélicot en Francia se polarizó como suele suceder en esta época vocerías y emociones intensas. Pareciera que aún ante la noticia de una mujer violada durante 10 años por su marido, Dominique Pélicot, que la drogaba y la entregaba a otros varones sedada no podemos ponernos de acuerdo. 

Por un lado, estuvieron quienes tuvieron el reflejo humano universal ante el horror: la conmoción y el shock. Por otro lado, se hizo viral en X el hashtag #NOTALLMEN (“No todos los hombres”) como una especie de reacción, de escudo, de reflejo de aquellos varones que ven a la masculinidad como una institución bajo ataque, un bastión para defender. Quienes dicen “No todos los hombres” se indignaron por la generalización y algunos justificaron que era un grupo específico, que en Francia las prácticas sexuales son más liberales. ¿Qué se estará diciendo en lo profundo del territorio digital, ahí en las catacumbas donde navegan abusadores, pedófilos y violadores?

Por supuesto que esta historia de un horror excepcional no es para generalizar. Claro que “No todos los hombres”, pero 51 violadores en un mismo juicio son demasiados hombres acá y en cualquier otra parte del mundo. Y ese es el número de los que pudieron ser identificados por la investigación judicial, pero hay otros 32 más. 

Demasiados violadores en un pueblo. Por este juicio se supo que casi un centenar de violadores habitan Mazan y sus alrededores, al sur de Francia. Son hombres solteros, casados y divorciados de las más variadas profesiones y actividades: bombero, artesano, enfermero, guardiacárcel, periodista, electricista. La mayoría fue solo una vez a la casa de la pareja. Diez de ellos la violaron en varias ocasiones, hasta seis noches en algunos casos. 

Algunos de ellos dicen que creían participar en las fantasías de una pareja abierta a la experimentación sexual pero las reglas eran llamativas aún para quienes podía tratarse de un “juego”: no podían oler a perfume ni a tabaco, tenían que calentarse las manos con agua caliente y desvestirse en la cocina, para evitar olvidar pertenencias en la habitación. No podían dejar rastros de lo que había pasado. ¿No les llamaba la atención esas pautas? Tampoco les parecía extraño que la mujer inconsciente estuviera en un estado parecido al coma. 

Durante una década una mujer fue sistemáticamente violada y nadie la ayudó. No hubo ni una hendija para romper esa estafa matrimonial en la que estaba inmersa. Gisèle Pélicot no sabía lo que estaba pasando pero sentía que algo no estaba bien: tenía pérdida de la memoria y una fatiga extrema. Había perdido pelo y peso. Pidió ayuda médica pero no detectaron ninguna enfermedad. Su marido, un jubilado de 73 años padre de sus dos hijos y su hija, la drogaba por las noches. Le daba pastillas para dormir y tranquilizantes molidos. Contactaba a otros varones en un foro de una aplicación para citas en donde los invitaba a su casa a violarla. La evidencia es inapelable porque el hombre registraba todo: hay vídeos de 92 abusos en donde aparecen 83 violadores, todos ellos entre 26 y 74 años de las más variadas profesiones y oficios. Según contó el principal acusado, de cada 10 hombres que contactaba, sólo tres se negaron a ir a su casa. Ninguno de los que se negó tampoco intervino para ayudar a que ella tomara conciencia del abuso. 

Recién en 2020 por un camino inesperado y casi fortuito Gisèle supo que la pérdida de memoria y el cansancio tenían una explicación. Un guardia de seguridad de un supermercado lo descubrió grabando bajo las faldas de tres clientas. Ellas lo denunciaron y allí una investigación policial dio con su computadora donde estaba el registro de las violaciones, entre otros abusos. Tras su detención, al acusado se le sumaron otros dos crímenes en su contra: una violación seguida de asesinato en París en 1991, que él niega, y un intento de violación en 1999, que tuvo que admitir después de identificarse su ADN.

El feminismo como forma de pararse frente mundo no promueve la denuncia policial y judicial aunque en los últimos tiempos ha quedado atrapado en esa única gestualidad. Sin embargo hay que resaltar que en este caso la denuncia ante la justicia fue lo único que permitió romper la impunidad con la que se manejaba el jubilado. Denunciar todavía puede ser útil. 

El juicio iba a ser a puertas cerradas pero Gisèle y su querella pidieron que sea público. La cobertura mediática la muestra a ella en la primera audiencia del debate oral, que comenzó el 2 de septiembre pero se extenderá hasta diciembre, con un vestido verde y anteojos negros de sol. En la misma sala judicial están Dominique y los 51 varones identificados que se los ve intentando taparse las caras frente a las cámaras. 

“La vergüenza debe cambiar de bando” es una frase que mencionó el abogado de la mujer y que se multiplicó en redes preguntando por las caras de los acusados. No creo que sea cuestiones de “bandos” que nos empujen a un segregacionismo aún mayor pero hay quienes evidentemente tienen más poder y posibilidades para cometer estos crímenes atroces que dejan con la hoja en blanco a cualquier guionista de terror. Una vida libre de violencias machistas y agresiones sexuales suena a utopía en el mundo que habitamos. Pero, por lo menos, deberíamos estar de acuerdo en algunas cuestiones básicas, hacerlas de sentido común: no son todos los hombres pero son demasiados. 

MFA/DTC

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