Suavemente... ¡Be-sa-mé!
En el Hall de la Fama de los Besos, no pueden faltar los de Ingrid Bergman y Humphrey Bogart en Casablanca. Son varios, como recordarán los arqueólogos del arte antiguo llamado cine, y se encuadran en un tipo de actividad híbrida al incorporar inmediatamente antes o después del beso, incluso durante, elementos “naturales” como la conversación y el llanto.
De allí que se recuerden tanto o más que los besos las lágrimas de Bergman rodando como piedras de luz por su piel estremecida de amor; y la frase “siempre tendremos París”, la más completa en su género, que es el de la hipérbole amorosa en estado de verdad plena. ¿Qué no tiene esa frase? Tiene ese “siempre” por el que el tiempo del amor se abre en todas las direcciones, y tiene a París como punto del universo en el cual perderse, y tiene la engañosa primera persona del plural, máscara de la primera persona del singular (el “nosotros” convertido en un “yo” de dos cabezas).
Y, también, a no olvidarlo, tiene una contribución del cuerpo para refrendar el contacto de las bocas. Véase la naturalidad con que se abrazan Bogart y Bergman (la velocidad justa, la suavidad, la voluntad mutua de impregnación), y cómo la mano de Bogart se encuentra con la mejilla de Bergman, y la mano de Bergman con la mano de Bogart, para entender que el beso en estado de arrobo es una cosa de cuerpos enteros.
También hay besos de piedra como El beso, de Auguste Rodin, esa esquirla de adulterio entre cuñados desprendida del Infierno de Dante Alighieri, cuyo original número cuatro (o cuarta copia, lo mismo da) es la presencia que marca de hecho la entrada al Museo Nacional de Bellas Artes. Allí estaremos mientras esté El beso de Rodin, caso contrario estaremos en otro lado.
Como en Casablanca, estos cuñados de la Divina comedia, amén del desastre con sangre que se descargó sobre ellos, siempre tendrán las esculturas de Rodin en el sentido en que alguien puede tener un palenque de amor eterno donde rascarse.
De El beso de Gustav Klimt se entiende que si entre otros materiales está hecho con oro, es porque el acto de besarse no es considerado un acontecimiento ordinario. Tiene un valor agregado (del valor de un metal precioso), lo que sitúa a los protagonistas en una experiencia de atesoramiento. Se besan de la manera en que podrían estar fabricando una alhaja a cuatro manos, con una salvedad: no se besan. Es él varón el que besa a la mujer que se deja besar, si no es que está dormida, y no lo hace en la boca.
Ante esa lasitud carnal es preferible Los amantes, de René Magritte, en el que los besadores tienen las cabezas envueltas en telas pero saben perfectamente qué tienen que hacer, digamos a dónde hay que enchufar el beso; y sobre todo, saben que al hacerlo no hay identidades ni nombres, ni siquiera cuerpos que se besan sino un momento de disolución donde lo único que está presente es el placer de la especie y no Fulanito chapando con Menganita.
Y también hay besos inolvidables que se acomodan en el arte o en la enfermedad, cuando no son directamente enfermedad y arte. De esos, el registrado en la performance Breathing in / breathing out, de Marina Abramovic, es pionero y a la vez canto de cisne. Allí se documenta su beso con Ulay, su ex pareja, paje y partenaire de su obra filmada. Minutos y minutos besándose de un modo cerrado, echándose aire mutuamente para quedar boludos de dióxido de carbono o, peor todavía, como quedó J.D. Salinger después de aspirar el caño de escape de un Unimog en marcha durante un descanso de la Segunda Guerra.
La lista de canciones con besos es más larga que DNU de autócrata. Armando Manzanero, Prince, Alejandro Sanz, Tini Stoessel, Elvis Crespo, Rosalía, Mon Laferte, Andrés Calamaro, Marc Anthony, Luis Miguel, Iván Noble, Nino Bravo, La Mona Giménez, Roberto Carlos, uno de rulos que se llama Bisbal, Los Beatles, Fito Paéz, una banda sueca compuesta por dos parejas swingers, Cristian Castro, Juan Gabriel, Michelle, mi tía, mi hermana, mi primo y yo mismo (para no cortar por lo sano y nombrar la banda Kiss) cantamos al menos una canción sobre el beso y glorificamos a Gardel, que cantó cuatro. Pero de ellos no habrá comentarios porque en esta columna es tabú juzgar colegas.
Y ahora sí, llegamos agotados a descansar en el último beso público de 2023 entre el Presidente Javier Milei y Fátima Flórez, que si se designa con la preposición “entre” es porque se trató de una tercera cosa entre dos. Primero, recordemos la operatoria de ingreso y egreso del Presidente a la Capital Nacional de los Hoteles Sindicales, lo que no será fácil hacerlo sin evocar la figura de Ricardo Fort. Caravana de autos cursando la costanera con balizas encendidas, rodeados de dos o tres círculos de motos que van hacia un teatro o salen de un teatro de Mar del Plata, ¿qué significa? Significa: Ricardo Fort. O es Ricardo Fort, o es alguien que encarna el espíritu de Ricardo Fort.
El Presidente llegó al Teatro Roxy para “sorprender” a Flórez, como ha dicho la prestigiosa prensa argentina. No fue de espectador sino de coprotagonista, por lo que no ocupó la localidad de preferencia que le habría tocado por investidura sino el escenario, donde se manotearon como en una aproximación de personas que se ven por primera vez en la niebla y luego se besaron a la manera en que Ricardo Fort se besaba con Virginia Gallardo y Claudia Ciardone, vale decir con un grado alto de dificultad.
Dónde apretar, dónde aflojar, y por cuánto tiempo efectuar cada cosa; cuándo dar y cuándo recibir con cuidado para evitar romperse los dientes justo ahora que está todo tan caro; hasta dónde meter la lengua o hasta qué punto retirarla, y con qué “estilo”. ¿Cerrar los ojos sí o no? Atravesando esta selva de pormenores, el Presidente y Florez se besaron como quien baila rock mientras escucha jazz, ante la mirada de Marcelo Polino, el edecán de circunstancia que puede dar fe de la verdad del acto.
Recorrer cientos de kilómetros por aire y por tierra para dar un beso implica mover las fuerzas de la épica en la dirección correcta. Pero, en términos de mercado ¿fue una oferta o una demanda? ¿El Presidente fue a dar o a recibir? ¿O fue derecho al trueque? En términos de suceso poético podría caberle la lírica de caballería que emplea Joan Sebastian en “Eso y más”: “Cruzaré los montes, los ríos, los valles, por irte a encontrar”. ¿El Presidente cumplió su misión? Sí: fue, vio y besó. ¿Se puede mejorar ese beso? Claro. ¿Se puede “ajustar”? Por supuesto que se puede ajustar. Siempre se puede ajustar un poco más.
JJB
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