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Coronavirus
La pandemia y la urgencia de priorizar lo que de verdad importa

Vacunación, esencial para poder frenar la pandemia
10 de junio de 2021 07:30 h

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Estamos atravesando el peor momento de la pandemia de coronavirus desde sus inicios a comienzos del año pasado. Abrir los diarios o la televisión cada noche solo alimenta la desolación al encontrarse con números espeluznantes de contagios y muertes. Las cifras diarias se destacan entre las peores del planeta, mientras que las acumuladas parecen encaminadas a similar destino. El abanico de medidas soportables social y económicamente se torna cada vez más estrecho, al tiempo que el desgaste de los líderes alcanza nuevos máximos cada día.

En concreto, Argentina se encuentra hoy dentro de los 10 países con mayor cantidad de casos y muertes diarias (por millón de habitantes) del mundo, superando nuestro propio pico del año pasado. La ocupación de camas de UTI muestra el mismo panorama, batiendo records diarios muy por encima del máximo del 2020. Encima de esto, hay que considerar que los números probablemente serían aun peores de no ser por la campaña de vacunación que ya cubre a un porcentaje no menor de la población y continúa acelerándose (a pesar de que a todos nos gustaría siempre que vaya más rápido lógicamente). 

No es mi intención en lo más mínimo transformar este escrito en un compendio de críticas, así como tampoco lo es polemizar. La pandemia ha de ser uno de los desafíos más grandes con el que se han tenido que enfrentar los distintos gobiernos y oposiciones de cada país en los últimos 100 años. Resultaría injusto, y probablemente equivocado, establecer definiciones demasiado taxativas respecto de qué decisión es “correcta” o “apropiada”, y cuales no lo son. Sin embargo, sí considero imperativo hacer un pedido: ante la creciente angustia provocada por la pandemia y la situación socio-económica apremiante, resulta urgente que el arco político vuelva a priorizar el enfrentamiento con el virus por encima de sus diferencias internas. 

La imagen que emergía a principios del año 2020 de consenso y “paz” política era, para muchos, un tranquilizante frente al inconmensurable desafío con el que lamentablemente nos toca lidiar. Lejos se encuentra esto de significar que, de la noche a la mañana, la política entera se ponga de acuerdo para cada medida y resuelva todas sus diferencias, pero el tono de la discusión tiene mucho espacio para mejorar. El enemigo hoy no puede ser nunca kirchnerista, macrista, conservador o progresista. El enemigo mide aproximadamente 200 nanómetros, está compuesto por una molécula de ARN y su envoltorio, y lleva asesinadas millones de personas en el mundo (y decenas de miles en Argentina). No hay espacio para otro enemigo que no se llame SARS-CoV-2. 

Sí me atrevo a aventurar que sea cual sea la estrategia elegida, su éxito se encontrará necesariamente supeditado a la generación de un amplio respaldo a lo largo y a lo ancho de la sociedad.

Desconozco cuál sería la mejor estrategia sanitaria para disminuir los daños provocados por el virus, de la misma forma que desconozco aquella apropiada para paliar los de la crisis económica. Trabajando y opinando al respecto se encuentra gente infinitamente más capacitada que yo. Sí me atrevo a aventurar que sea cual sea la estrategia elegida, su éxito se encontrará necesariamente supeditado a la generación de un amplio respaldo a lo largo y a lo ancho de la sociedad. No hay grupo minoritario que pueda resolver individualmente esos desafíos, necesitamos del conjunto de cada uno de esos grupos; algo que parece muy difícil de alcanzar si se prioriza poner palos en la rueda de un rival político (con el foco puesto en las próximas elecciones) por encima de la salud y la vida de los argentinos. 

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