Vilma Ibarra, de crítica de Cristina a guardiana de las espaldas de Alberto
Las manos funcionan casi como subtítulos. Vilma Ibarra las usa para sostenerse la cabeza mientras busca la palabra indicada. Las frota sobre los apoyabrazos del sillón cuando habla con alegría de su mamá o de alguno de los libros que le recomendó su hijo mayor. Las alborota cerca de sus sienes al contar que a veces se despierta inquieta porque su sueño le hizo dudar si una norma salió o no en el Boletín Oficial.
Mueve las manos en su despacho, el de la Secretaría Legal y Técnica de la Presidencia, que está en la planta baja de la Casa Rosada, a un piso por escaleras del despacho presidencial. Los ventanales son enormes y están abiertos: 2020 es el año de la ventilación. Se ven árboles, algunas torres de Puerto Madero y, en algún rincón, un pedacito del Río de la Plata. Hay tres computadoras, una impresora, una maceta con suculentas que le regalaron, una trituradora de papel y ninguna foto de su vida personal.
Es la primera vez que una mujer ocupa la Secretaría Legal y Técnica, que equivale a preparar los decretos, reglamentaciones, vetos y proyectos de ley que firma el Presidente. Ibarra es también la única mujer de la mesa más chica de Alberto Fernández, junto al Jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, el secretario general de la Presidencia, Julio Vitobello, y Juan Pablo Biondi, a cargo de la Secretaría de Comunicación y Prensa.
Llegó a este despacho después de que el propio Fernández la llamara. Ibarra llevaba siete años como abogada en Corporación América, parte del grupo empresarial de la familia Eurnekian. Había crecido en el ámbito privado y llevaba ocho años sin ningún cargo público.
“Estaba renuente a volver a la vida pública y al Estado”, dicen en su entorno laboral más cercano. Pero tres palabras la convencieron: “Legal y Técnica”. “Cuando tuve que pensar en quién cuidaba mis espaldas, cuidando lo que firmo, no tuve ninguna duda en convocarla”, dijo el Presidente electo el día que presentó a su Gabinete.
“Yo soy muy amante de las leyes. Entonces preparar los actos administrativos y la normativa de todo un Estado, junto a cuidar la firma del Presidente, es el lugar soñado”, le dice Ibarra a elDiarioAR, cerca de su mate siempre amargo, hecho con yerba agroecológica y sin gluten.
Una vez al día o, como máximo, día por medio, sube al despacho del Presidente con todo lo que él debe firmar y con varias respuestas pensadas ante las preguntas que pueda recibir.
Ibarra y Fernández fueron pareja por alrededor de una década: ese vínculo del pasado, describe ella, los acerca. “Hablamos con la confianza que da conocerse mucho. Sabemos que contamos con un respeto y una confianza muy grandes”, define.
En el último mes, además de los sueños sobre decretos o leyes, el tratamiento parlamentario del proyecto de legalización de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) también se cuela entre sus motivos para estar entre atenta y nerviosa. Ella coordinó la redacción del texto y durante meses fue su custodia absoluta. Había sido, en 2006, la primera senadora en presentar un proyecto para legalizar la IVE.
A mediados de los 2000, la escritora Claudia Piñeiro pasó dos meses turnándose con otras dos mujeres para cuidar a una amiga que estaba inconsciente en terapia intensiva: una de esas dos mujeres era Vilma Ibarra. “Todos los días íbamos a hablarle, a cantarle, a hacerle masajes. Esos dos meses de cuidados fueron una de las situaciones más íntimas de mi vida”, recuerda.
“Hace un año el hijo de aquella amiga, que finalmente murió, nos reunió para que lucháramos juntas. Vilma arma equipo, cede protagonismo y sabe a quiénes convocar para que un proyecto salga”, describe la autora de Las viudas de los jueves. “Yo soy razonablemente optimista. Creo que vamos a ganar, que va a salir. Pero hasta no tener los votos contados no voy a estar tranquila”, asegura Ibarra.
“Esta ley implicaría una sociedad menos desigual en términos de género. Es un trabajo de muchísimas mujeres que vienen hace años empujando. Sería un gran legado que las jóvenes tengan una vida menos difícil que las mujeres de mi generación en cuanto a decidir sobre sus vidas, y mucho menos difícil que las de la generación de mi mamá o de mi abuela”, reflexiona.
Ibarra es la tercera de los cuatro hijos que tuvieron Aníbal Ibarra y Lidia Lozano. Los otros tres, Rubén, Rolando y Aníbal -el destituido Jefe de Gobierno de la Ciudad- son varones. Cuando cuenta que su segundo nombre es el de su madre sonríe y frota las manos contra las piernas.
“Mi mamá era ama de casa, muy tradicional pero también muy luchadora. Mi papá -abogado, como tres de sus hijos- era el proveedor económico. Aprendí mucho de la fortaleza de mi mamá, que era muy conciente de que por cómo estaba organizada la sociedad no podía hacer lo que quería: le habría gustado ser médica pero tuvo que cuidar a sus hermanitas”. Lidia apenas terminó la primaria.
“Mi hermana desde joven rompió con el estereotipo de la sociedad del cual mi familia era un reflejo. No aceptó ese mandato social: luchó, se rebeló, y ganó”, dice a elDiarioAR Aníbal Ibarra, dos años mayor que Vilma y quien, en tiempos del Colegio Nacional de Buenos Aires, la acercó a la Federación Juvenil Comunista (La Fede). Eran años de militancia y de jugar al voley en un club de Paternal. Tal vez una de las primeras señales de ruptura con esas tradiciones haya sido que Vilma fuera la primera de los cuatro hermanos en conocer Europa.
“Vilma es el producto de una familia de varones. Tuvo que inventarse determinadas reglas para pararse frente a lo que se esperaba de ella. Correrse de ese lugar te da una fortaleza que dura para siempre”, apunta Piñeiro sobre la autora de tuits que denuncian la ausencia de mujeres en reuniones entre el Presidente, empresarios y gremialistas.
Cecilia Todesca es vicejefa de Gabinete. Algunas veces, ella e Ibarra van en tándem al despacho presidencial: “Nos hace más poderosas: ella explica el encuadramiento legal de alguna medida y yo hablo del impacto económico y presupuestario”, describe ante la consulta de este diario.
“Alcanza con un mensaje que dice ‘¿estás?’ para reunirse con Vilma en algún momento de nuestras agendas. Para los días muy buenos y los muy malos cuento con ella. Es una persona muy disponible y también muy enfática. Todo lo dice de buena manera, pero cuando está contenta, está contenta, y cuando está enojada, está enojada”, define Todesca.
El mismo entorno laboral que sabe que tiene que mantener las oficinas ventiladas repite un mismo adjetivo para describir a Ibarra: rigurosa. “Y para defender sus ideas no es confrontativa pero sí frontal: te va a dejar claro lo que piensa, se hace escuchar”, cuentan cerca suyo.
A lo largo de los años, los motes que más la hicieron enojar siempre tuvieron que ver con rebajarla por ser mujer: ser una “mina”, ser “la pareja de” o ser “la hermana de”.
Así le habló Cristina Fernández la primera vez que la vio: “¿Así que vos sos la hermana de Aníbal?”. Sobre la vicepresidenta, Ibarra tiene un libro publicado en 2015: Cristina vs. Cristina: el ocaso del relato. Allí, a través del análisis de discursos, notas periodísticas y versiones taquigráficas de las intervenciones legislativas de Fernández, Ibarra criticó las contradicciones de la ex Presidenta en relación, por ejemplo, a la transparencia que le exigía al Estado mientras no gobernaba y el posterior desmantelamiento del INDEC, o a sus dichos sobre la corrupción y su silencio respecto de la situación judicial de Amado Boudou. Lo publicó cuatro años después de que el entonces Frente para la Victoria, al que se había acercado, no le ofreciera ningún lugar en sus listas legislativas.
“Lo obsceno no es el pasado sino la manipulación de ese pasado y la actitud épica y beligerante del presente como si lo sucedido años antes no hubiera existido”, escribió Ibarra en su libro. Ahora, victoria del Frente de Todos mediante, matiza: “No tengo mucha relación cotidiana (con Cristina), no la veo. Pero trabajo muy bien con su gente. Somos una coalición de gobierno, es mi gobierno y yo cuido y respeto por igual a todos sus integrantes”. Junta las manos justo cuando dice “coalición”, como si le pasara negrita.
Prefiere no recordar los malos momentos que la política le hizo pasar. Cierra apenas los puños y decide no mencionar ninguno de los que se le cruzan por la cabeza. “Esos momentos ya pasaron. Como los errores, sólo hay que aprender de ellos. La política puede ser un lugar maravilloso para hacer cosas para los ciudadanos y las ciudadanas, y puede ser también un lugar despiadado”.
En su entorno más íntimo reconocen una kryptonita: la mañana del año 2000 que Buenos Aires amaneció empapelada con la tapa de la revista La primera de la semana. “Chacho Bond” decía el título: era un montaje del entonces vicepresidente rodeado de su esposa Liliana Chiernajowsky, también funcionaria, y de Vilma Ibarra, con un vestido rojo, en tiempos en los que se rumoreaba un romance entre ellos. Álvarez filtró a la prensa que era una operación de ex miembros de la entonces SIDE. Para Ibarra fue un golpe durísimo.
También lo fue la defensa mediática que hizo de su hermano Aníbal luego de la tragedia de Cromañón, en la que murieron 195 personas. El proceso terminó con la destitución de Ibarra, entonces Jefe de Gobierno porteño, y la condena a cuatro años de prisión de Fabiana Fiszbin, subsecretaria de Control Comunal y amiga de la actual secretaria Legal y Técnica. En ese momento, se señaló a Vilma Ibarra como jefa política de los inspectores de la Ciudad.
Pero de nada de eso se habla ahora, en este despacho ventilado que quedó en silencio por un instante. Tampoco se habla demasiado de otros legados posibles que Ibarra cosechó durante su vida política.
Es que ella fue, junto a la diputada socialista Augsburger, autora del proyecto que legalizó el matrimonio igualitario en 2010. Ibarra presidía la comisión de Legislación General de la Cámara Baja y desde allí impulsó la iniciativa.
En 2010 el activista por los derechos humanos de la comunidad LGBTI+ Martín Canevaro presidía la organización 100% Diversidad y Derechos. “Vilma generó todo el tiempo consensos transversales, en Diputados y Senadores. No usa las causas sino que sirve a las causas. Lo que más recuerdo es cómo hablaba de que todos los planes de vida tenían derecho a la misma valoración”, cuenta.
Diez días antes de dejar de ser diputada -y ocho años antes de empezar a ser secretaria Legal y Técnica- Ibarra votó la ley de Identidad de Género, que terminó de sancionarse al año siguiente, en 2012. Cuando la aprobó el Senado, Ibarra ya se había quedado sin banca. Ella había redactado ese proyecto, que permitió que se reconociera la identidad de género con la que cada persona se autopercibe.
Ahora, en su vuelta como funcionaria, Ibarra lee menos, anda menos en bicicleta, hace menos yoga, va menos a nadar y hace menos asados que en los últimos años, que tienen cada vez más vegetales y menos carne. “Igual cuando puedo agarro la bici y me voy hasta Vicente López -vive en Agronomía con dos de sus tres hijos, todos varones- y siempre encuentro un momento para la lectura”. Algunas amigas, algunos foros virtuales y su hijo más grande, abogado y licenciado en Letras, son sus fuentes principales para decidir qué leer. Marguerite Yourcenar y Svetlana Alexievich, dos de las autoras que primero se le vienen a la cabeza.
No escucha radio en el auto ni mira televisión abierta: prefiere el jazz, el blues, el fado, el flamenco, y, cada tanto, recordar lo feliz que fue escuchando a Virus en los 80. Por encima de todo eso, Los Beatles. “Imagine”, esa apología de la utopía, es para Ibarra la canción perfecta. Mira más películas que series: cuando puede, los viernes a la noche, con sus hijos. Dicen que es buena jugando al truco -y que miente- y al ping pong, pero que ni dibujar ni cantar están entre sus mayores aptitudes.
Tiene menos tiempo para todo eso porque es habitual que llegue a Casa Rosada entre las 8 y las 9 y que se vaya entre las 22 y las 23. “A la demanda que ya iba a tener esta tarea se le sumó la pandemia. Pero de nada me quejo, es el momento en el que nos tocó gobernar. Al costo de la menor disponibilidad de tiempo se le suma el de volver a perder el anonimato, que no me resulta grato. Pero he ganado otras cosas, como la posibilidad de impulsar una ley muy importante para las mujeres y para una sociedad menos desigual en cuanto a género”, describe Ibarra sobre su trabajo soñado.
Usa las manos una última vez, mientras se despide: un brazo en alto, el puño cerrado, y “que sea ley”.
JR
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