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Eventos climáticos extremos dejan a América Latina a oscuras

Una vela ilumina una comercio en el centro de São Paulo, Brasil, durante los apagones de diciembre de 2024. Cada año, ciudades latinoamericanas se enfrentan a cortes de electricidad provocados o intensificados por factores climáticos.

Jorge C. Carrasco | Dialogue Earth

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Cuando empezaron los apagones, Diego Torres anticipó el desastre: “nos cayó encima una crisis tremenda”. Ecuador, su país natal, había sido severamente afectado por una sequía inusual que redujo los niveles de los ríos y cuencas hidrográficas de los que dependía la red eléctrica nacional de un país que depende en gran parte de fuentes hidroeléctricas. Lo que le siguió fue un período turbulento de desabastecimiento energético que trastocó la vida de millones de personas.

Ecuador empezó a racionar la electricidad en septiembre de 2024. Una serie de apagones en los meses posteriores ha dejado a oscuras repetidamente a barrios de todo el país. También ha desestabilizado el suministro de agua potable e Internet, y ha causado importantes pérdidas económicas a cientos de empresas.

“Los apagones duraban entre 8 y 14 horas diarias. Nos cortaban la luz a las 8:00 pm y nos regresaba al otro día por la mañana. Tuvimos que parar de trabajar, todo paró”, lamenta Torres, de 63 años, que se desempeña como ingeniero en Cuenca, una ciudad de la sierra ecuatoriana.

En diciembre, el entonces ministro de Finanzas de Ecuador, Juan Carlos Vega, dijo que el impacto económico de la crisis energética se estimaba en aproximadamente entre el 1% y el 1,5% del PIB nacional.

Aunque la energía hidroeléctrica ha representado durante mucho tiempo la mayor parte de la generación eléctrica de Ecuador, su cuota ha aumentado en la última década, hasta superar el 75% en 2023, según datos del centro de estudios sobre energía Ember. En épocas de lluvias intensas, las centrales hidroeléctricas podrían suplir hasta el 90% de la demanda interna total. Pero con el estiaje, pasó a sufrir un déficit de capacidad energética de 1.080 megavatios, que corresponde a cerca del 20% de su capacidad de generación.

“Ecuador estuvo preparado en su momento para fenómenos climáticos que generaban periodos de sequías. En la última década se habían instalado en el país fuentes alternativas de energía renovable, como la térmica y la fotovoltaica”, dice René Ortiz, ex ministro de Energía y Recursos Renovables de Ecuador. “Pero muchos de los equipamientos estaban sin mantenimiento porque, durante la pandemia que inició en 2020, el presupuesto previamente destinado a ello se tuvo que orientar a la demanda social y de salud”.

“Se creía que esta maquinaria que estaba instalada podía entrar instantáneamente para suplir la escasez [de energía], pero no estaba lista. El tiempo y la escasez se nos vinieron encima. Los apagones se nos vinieron encima”, completa el exfuncionario.

Un problema regional

Las interrupciones severas de los sistemas eléctricos se están volviendo cada vez más comunes en América Latina. Vinculados a eventos extremos que han sido exacerbados por el cambio climático, como sequías, incendios o inundaciones, estos problemas reducen la eficiencia de los sistemas eléctricos y amenazan la seguridad energética regional, según un estudio reciente de la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE). Y en el contexto de una mayor presión sobre la generación y distribución de energía en la región, se ha disparado la búsqueda por soluciones flexibles y sostenibles a largo plazo.

En mayo de 2024, el sur de Brasil vivió la una de las mayores inundaciones de la historia del país, que desplazó a más de 600 mil personas y dejó a centenas de heridos. En ciudades como Porto Alegre, la capital del estado, el sistema eléctrico colapsó, y 138.000 se quedaron sin electricidad. Además, las bombas de drenaje de agua, apagadas, no pudieron evitar que las calles se convirtieran en ríos, inundadas por las lluvias intensas y una laguna adyacente.

También en mayo del año pasado, una ola de calor generó un caos energético en México, debido a un incremento insostenible de la demanda energética que dejó a 18 de los 32 estados del país sin luz.

A su vez, la llegada del verano en Argentina provocó la desestabilización energética en este país, con diversos cortes de luz en varias provincias que llevaron al gobierno de Javier Milei a anunciar el “Plan Verano 2024-2025”, que contempla la importación de energía brasileña y el aumento del suministro hidroeléctrico desde la represa de Yacyretá, en la frontera con Paraguay.

Mientras tanto, una secuencia de huracanes desestabilizó Puerto Rico durante 2024. Entre ellos, el huracán Ernesto, que afectó a la isla en agosto, derribó redes y dejó sin electricidad a unos 700.000 hogares. En 2017, el huracán María destruyó gran parte de la red eléctrica y la isla sigue luchando por salir de esa situación. A finales del año pasado, casi el 90% de Puerto Rico se quedó sin electricidad, después de que un cable subterráneo fallara y provocara un apagón general del sistema.

“Los eventos climáticos extremos han sido una realidad muy presente en los últimos años y cada vez rompen más récords en el mundo”, dice el reconocido climatólogo brasileño Carlos Nobre, que atribuye estos eventos al aumento de la temperatura global que generan el cambio climático. “Notamos que nuestras ciudades viven una integración sinergética entre el calentamiento global y el cambio de la tierra”, afirma.

La dependencia a la energía hidroeléctrica, ¿un riesgo?

Décadas de búsqueda por la diversificación de fuentes de energía para una menor dependencia del petróleo y el gas natural llevaron a muchos países de América Central y América del Sur a explotar ampliamente su mayor recurso: el agua. Decenas de hidroeléctricas fueron construidas en reservas hidrográficas clave de la región, como es el caso de la central de Itaipú en Brasil o Guri en Venezuela.

Y aunque esto solucionó en su tiempo un problema, el aumento de la demanda energética y el cambio climático han puesto en jaque a este tipo de sistemas. De acuerdo con Nicolas Fulghum, analista senior de Ember especializado en datos sobre la energía global, siempre ha habido una conexión crucial entre la crisis climática y la generación de energía, fundamentalmente en naciones altamente dependientes de la energía hidroeléctrica. “La energía hidroeléctrica ha estado históricamente relacionada con las condiciones climáticas, pero también con la saturación. El problema que estamos viendo ahora es que las plantas construidas en el pasado están ubicadas en regiones donde las condiciones han cambiado. Una región que hace 40 años recibía lluvias intensas, ahora puede estar pasando lo contrario. Y las plantas de energía están volviéndose menos eficientes”, afirma el investigador.

“Es difícil saber si este patrón se mantendrá en los próximos años, pero estamos viendo más eventos de sequía, por ejemplo, en Brasil, Ecuador y China, lo que ha afectado la generación de energía en esos países. Este no es un fenómeno nuevo, pero su gravedad es mucho mayor en esas regiones”, dice Fulghum.

Seguridad energética y resiliencia

Según pronostica la Agencia Internacional de Energía (AIE), para 2030 el mundo puede ver un crecimiento de 25% a 30% de la demanda de electricidad. Y en una coyuntura económica y ambiental orientada al desarrollo sostenible, el desafío global se ha dirigido a satisfacer esta demanda con la oferta de fuentes renovables. Cuando ocurren interrupciones a los sistemas eléctricos en medio a eventos climáticos extremos, las naciones afectadas tienden a aumentar sus importaciones de petróleo y generadores eléctricos de diésel para normalizar la oferta de energía, como sucedió en Brasil o en Ecuador, por ejemplo.

Este es un objetivo agridulce al que se enfrentan los países del Sur Global, cuya transición hacia una economía “verde” se complica por la falta de recursos y por desacuerdos sobre subvenciones en negociaciones con países desarrollados.

Para los especialistas entrevistados por Dialogue Earth, la única forma de garantizar la seguridad energética en América Latina y el mundo es crear redes energéticas más integradas, balanceadas y capaces de enfrentar el clima extremo. Daniela Cardeal, presidenta del Sindicato de la Industria Renovable en el sur de Brasil, afirma que no ha habido momento más crucial en las últimas décadas para poner en marcha la transición de nuestras fuentes de energía, “que a su vez mejoren nuestra relación con la tierra y proporcionen seguridad energética a las comunidades”.

Es posible utilizar reservas solares y eólicas en tiempos de sequía, lo que reduce la dependencia de combustibles fósiles

Nicolas Fulghum analista senior de Ember, un centro de estudios sobre energía

“Tenemos dos problemas distintos: un mayor uso de combustibles fósiles durante las sequías y una mayor necesidad de capacidad energética”, afirma Fulghum. “Cuando existe un balance entre las ofertas energéticas, con una gran cantidad de energía eólica y solar, es posible utilizar estas reservas en tiempos de sequía, lo que reduce la dependencia de combustibles fósiles y del mercado internacional. Un país más aislado de estos problemas es más resiliente ante la escasez de energía”.

Fitzgerald Cantero, director de estudios, proyectos e información de la OLADE, afirma que la generación distribuida y los sistemas de almacenamiento son una posible solución a estos problemas, aunque la dificultad de financiamiento y el alto costo de los insumos continúan siendo una barrera. “Las plantas de almacenamiento juegan un rol fundamental para la acumulación de fuentes que son intermitentes [como la eólica y la solar]. La posibilidad de almacenar esa energía permite incrementar la regulación de los sistemas ante estas fuentes que son intermitentes y reducir los vertimientos de energía en los periodos de baja demanda”.

Para Cantero, desde un punto de vista local, la generación descentralizada y distribuida es una muy buena opción para reducir pérdidas y dar cobertura a zonas aisladas, donde es muy difícil llegar con red tanto por su alto costo o por los desafíos geográficos del terreno.

“Se trata de una cuestión de seguridad y flexibilidad energética. Aumentar la capacidad de generación realmente puede ayudar a mitigar estos desafíos impuestos por el clima, principalmente en países que dependen altamente de pocas fuentes de energía”, dice Fulghum, que cree que, con la caída significativa de los precios de insumos para la energía eólica y solar, estas soluciones alternativas podrán expandirse aún más en América Latina.

“La transición energética tiene que ser urgente. Si no logramos estabilizar el nivel de temperatura global con la eliminación de nuestras emisiones de CO2 hasta 2050, los desafíos de reducir las emisiones se convertirán en los mayores retos enfrentados en este planeta. Estaremos cometiendo un ecocidio”, agrega.

Este artículo fue publicado originalmente por Dialogue Earth.

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