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Medio ambiente

Argentina en llamas: de norte a sur, casi 150 000 hectáreas perdidas por los incendios en 2025

Los incendios forestales en Neuquén, Río Negro y Chubut afectan seriamente a dos Parques Nacionales y ya arrasaron más de 37.000 hectáreas de bosques y viviendas, una superficie equivalente a dos veces el tamaño la ciudad de Buenos Aires.

Rodolfo Chisleanschi /Mongabay

20 de febrero de 2025 06:40 h

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Al menos 48 688 hectáreas quemadas en ocho puntos diferentes de la cordillera andina de la Patagonia, incluyendo dos parques nacionales y un área natural protegida; entre 94 000 y 100 000 hectáreas arrasadas por el fuego en Corrientes, distrito del noreste limítrofe con Brasil y Paraguay; e innumerables focos más pequeños en Buenos Aires, La Pampa, San Luis y Mendoza, provincias del centro del país. Dos personas fallecidas y pérdidas por el momento incalculable en ecosistemas muy diversos. Argentina vive un verano austral ardiente desde todo punto de vista.

Por un lado, las temperaturas superaron durante varios días los 40º C. Por el otro, la cantidad, magnitud e intensidad de los incendios ha generado polémicas, sospechas, crisis políticas y disturbios. Pero sobre todo, han puesto en evidencia la escasa preparación y eficacia de los sistemas de prevención y de combate contra el fuego, cuya desatención ha crecido de manera notable durante el último año.

“A principios de 2024, el Servicio Nacional de Manejo del Fuego (SNMF) contaba con un presupuesto de 12 100 millones de pesos [aproximadamente 11.2 millones de dólares]. En septiembre, cuando se produjeron grandes incendios en Córdoba, el Gobierno decidió ampliarlo en 21 000 millones de pesos. Sin embargo, las cuentas finales del año muestran que de esa cifra solo se gastaron 7 700 millones de pesos, cantidad incluso menor al presupuesto original”, explica Matías Cera Trebucq, uno de los autores de un informe publicado por la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN).

Los recortes de gastos decididos por el presidente Javier Milei, un negacionista de la responsabilidad de la actividad humana en el cambio climático, han repercutido también en el dinero destinado por las provincias para esos fines. Las condiciones extremas del actual período estival dejaron al descubierto los riesgos de esas políticas.

“El fuego se rige por oportunidades climáticas”, señala Thomas Kitzberger, licenciado en Biología, doctor en Geografía e investigador superior en el Instituto de Investigaciones en Biodiversidad y Medio Ambiente, y agrega: “Las condiciones de sequedad, alta temperatura, vientos de más de 30 kilómetros por hora y la abundancia de bosques de pinos exóticos son una combinación fatal”. “La cordillera patagónica está llena de combustibles. Igniciones hay todos los años, el tema es la magnitud y severidad. Los años normales o lluviosos no hay propagación. En cambio, cuando la oportunidad está dada, la misma ignición se transforma en algo monstruoso”, explica.

Tormentas eléctricas, novedad en la Patagonia

El 25 de diciembre, un rayo encendió dos focos de incendio en el lago Los Manzanos, una zona de reserva estricta -es decir, cerrada al ingreso del público- en el Parque Nacional Nahuel Huapi. La topografía del terreno, de muy difícil accesibilidad, los vientos cambiantes, la sequedad y el calor favorecieron la expansión y casi dos meses más tarde se han quemado 11 600 hectáreas y las llamas aún se mantienen activas. “Lo que se perdió es un bosque prístino, milenario, que va a tardar 200 años en recuperarse”, se lamenta Hernán Giardini, coordinador de la campaña de bosques de la organización Greenpeace.

Las tormentas eléctricas son un elemento novedoso en la región que se suma a los factores capaces de desatar el fuego. “La atmósfera de la Patagonia se está tornando más inestable debido a un cambio en su circulación. Hay más vientos del norte, que vienen desde el océano Atlántico cargados con humedad”, acota Kitzberger, quien junto a su equipo del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) han elaborado un modelo de lo que puede suceder con los incendios en los bosques andino-patagónicos. “Nos basamos en lo ocurrido en los últimos 20 años y le agregamos las condiciones meteorológicas que predicen los climatólogos”, explica el científico.

Los resultados indican que la frecuencia de grandes incendios aumentaría en dos o tres veces desde ahora hasta 2050, y entre seis y ocho veces hacia finales del siglo XXI. “Esto no implica que vayamos a quedarnos sin bosques, los porcentajes consumidos siguen siendo bajos con relación a la cantidad existente, pero sí que habrá un número mayor y serán más severos. De hecho, las 46 000 hectáreas de este año es la cifra más alta de los últimos 60 años”, aclara Kitzberger.

Además de lo ocurrido en Nahuel Huapi, en la Patagonia hubo otros cuatro incendios de enormes proporciones desde el comienzo de 2025. Dos de ellos en la provincia de Chubut, uno en el lago y pueblo de Epuyén, que abarcó 3530 hectáreas afectando a un centenar de viviendas; y otro en la comuna rural Atilio Viglione, que arrasó 4917 hectáreas de pastizales y bosque nativo. Un tercero, el que atrajo la mayor atención mediática, ocurrió en la provincia de Río Negro, en El Bolsón y Mallín Ahogado, una zona de interfase -es decir, donde los asentamientos humanos están integrados en el bosque-, junto al Área Natural Protegida Río Azul Lago Escondido. Allí se quemaron 3825 hectáreas y 144 casas quedaron destruidas.

Por último, el más dañino, todavía activo, afecta el valle Magdalena, dentro del Parque Nacional Lanín, en la provincia de Neuquén. Las cifras actuales hablan de 22 131 hectáreas incineradas que, como en Nahuel Huapi, ocupan un amplio sector de reserva natural estricta donde crecen araucarias milenarias, lengas, ñires y cañas colihues esenciales para el equilibrio del ecosistema.

Pastos secos y humedad escasa en Corrientes

En una geografía muy diferente como es la de Corrientes, un relieve llano que no sobrepasa los 220 metros sobre el nivel del mar, también las altas temperaturas, la falta de lluvias y los vientos propiciaron la “oportunidad climática” para que la provincia reviviera la pesadilla de 2022, cuando se quemó casi un millón de hectáreas. “En épocas normales, el agua superficial cubre el 38 % de las tierras; en 2022 había bajado al 5 %; en este enero era del 13 %”, informa Luis María Mestres, ingeniero forestal y secretario provincial de Desarrollo Foresto Industrial.

Altamente productiva en ganado, arroz, cítricos y té, y cubierta por cerca de 500 000 hectáreas de plantaciones forestales, Corrientes tiene una relación ancestral con el fuego, utilizado para quemar los excedentes de cosechas y podas, o para renovar los pastos para las vacas. Este año, una primavera muy lluviosa estimuló el crecimiento de esos pastos, ya que el calor, el viento y la baja humedad relativa del aire secaron a partir de diciembre.

“Cuando vimos las condiciones del clima y de los suelos, el 7 de enero suspendimos todos los permisos de quema”, subraya Mestres, y añade: “Después hay gente que cumple y gente que no. Pero desde 2022 aprendimos la lección. Trabajamos mucho, tomamos conciencia, invertimos dinero en herramientas para combatir el fuego y nos preparamos mejor. Si no hubiese sido así, este año podría haber sido peor que aquel”.

Un informe de la agencia local del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) precisó el 8 de febrero que el 49 % de las áreas quemadas en 2025 fueron pastizales; el 17 %, malezales; y el 11 %, bosques nativos (espinillares de monte bajo). Las lluvias entre el 13 y el 15 de febrero ayudaron a extinguir la mayor parte de los focos.

La existencia de frondosas áreas de especies exóticas son otro punto en común entre regiones tan distantes y disímiles. “Los pinares tuvieron mucho que ver con el recorrido del fuego el primer día en Mallín”, dice Eugenia Del Puerto, habitante de Las Golondrinas, en la Patagonia, quien sufrió la destrucción de su casa en el incendio de 2021 y en esta ocasión debió socorrer a su hermano, que vive en Mallín: “Fuimos con mis padres y otros amigos en camionetas a buscar y sacar lo que se pudiera y a empapar la casa, las paredes, el techo, todo, para que le hiciera un poquito de repelente al fuego. Por suerte se salvó”.

Mirta Ñancunao es la actual werken (autoridad y vocera) del Parlamento mapuche tehuelche de Río Negro y recuerda que la plantación de pinos “fue un negocio muy importante en los años 70 y 80, porque al que plantaba le daban la propiedad de la tierra. Así hubo gente que se fue quedando con tierras de las comunidades indígenas y de los antiguos pobladores. Ahora, esas plantaciones están abandonadas porque la madera de pino dejó de ser rentable. Nadie las cuida ni las limpia y los pinos invadieron todo”.

En la misma línea, Hernán Giardini cree que “los municipios deberían abordar el tema y recuperar bosque nativo. El pino se quema a una velocidad distinta que los árboles patagónicos, tiene otra humedad y expande muy rápido el fuego”.

Las plantaciones forestales en Corrientes podrían producir el mismo efecto, pero allí, las industrias se ocupan de resguardar su capital. “Tienen mucha inversión puesta en sus campos, fenomenales sistemas de alerta de cuidado y prevención de incendios, con torres de vigilancia y cuadrillas de guardia”, señala Ditmar Kurtz, ingeniero agrónomo y jefe de grupo de desarrollo e investigación en el INTA correntino.

¿Quiénes encendieron las llamas?

Las causas concretas que provocan los grandes incendios son un motivo de discordia permanente. Los estudios afirman que en el 95 % de los casos el origen continúa siendo directa o indirectamente atribuible al ser humano. La mayoría, por accidente o negligencia: “Se tocan dos cables de luz porque están flojos o por falta de mantenimiento, generan una chispa y con este viento o con calor y sequía se prende fuego”, ejemplifica Kurtz. Otros muchos son de manera intencionada. Sentenciar con certeza lo ocurrido en cada evento es una tarea compleja.

“No hay manera de salvaguardar la escena para poder confirmar cómo se originó determinado incendio. El perito que envía el juez a investigar llega una semana después, cuando el lugar ya está muy manipulado, le tiraron miles de litros de agua, cortaron árboles. Es muy difícil”, sostiene Natalia Dobranski, técnica universitaria en gestión integral de incendios forestales y brigadista en la zona de El Bolsón, otro de los puntos donde las llamas hicieron estragos este verano.

“Don Ángel Reyes, el hombre que falleció en Mallín Ahogado, era nuestro vecino. Vivía en el callejón donde nuestra brigada tenía la base de operaciones. En tres minutos exactos -lo tengo filmado-, el fuego destruyó su casa y el sitio donde nosotros guardábamos los equipos”, relata Dobranski.

En la región andina, la discusión se entrelaza con el viejo conflicto que enfrenta a la comunidad mapuche-tehuelche con las autoridades provinciales y nacionales. Unas 72 horas después de iniciado el fuego en Epuyén, el gobernador chubutense, Ignacio Torres, lo relacionó directamente con el desalojo de familias mapuches que ocupaban tierras del Parque Nacional Los Alerces unos días antes. En Neuquén, Luciana Ortiz Luna, la secretaria de Emergencias y Gestión de Riesgos, se refirió a amenazas de grupos violentos ligados a la comunidad mapuche Linares contra los brigadistas que trabajan en la extinción del incendio en el Parque Nacional Lanín. A su vez, Cristian Larsen, presidente de la Administración de Parques Nacionales, calificó a los mapuches como “golpistas del fuego”, acusándolos de lo sucedido.

“Casi seguro que los incendios fueron intencionales, pero las comunidades mapuches, los antiguos pobladores y los brigadistas somos chivos expiatorios. Nosotros, que somos los perjudicados y los que defendemos nuestros bosques, ¿somos a la vez culpables de todo lo que nos pasó?”, se pregunta Ñancunao, quien apunta en otra dirección: “Detrás de esto viene el avance inmobiliario”. Natalia Dobranski agrega sus propios interrogantes: “¿A qué interés económico le conviene el incendio? Al cambio de uso de suelo, supongo. ¿A quién no le gustaría tener un hotel cinco estrellas arriba de una cuenca de un glaciar?”.

Las próximas elecciones para renovar autoridades provinciales podrían a su vez ocultarse detrás del comienzo de algunos focos en Corrientes. “Está comprobado que hubo gente con intencionalidad de quemar, pero no puedo afirmar si el objetivo era golpear al actual gobernador”, sostiene Luis María Mestres. “Siempre eran a la hora de la siesta y comenzaban en lugares donde hay caminos o rutas vecinales”, agrega Martín Rapetti, productor de Curuzú Cuatiá.

Críticas, detenciones y renuncias

En Patagonia, la actuación del Gobierno Nacional durante las últimas semanas ha merecido enormes críticas. “Hubo muchos más esfuerzos en buscar culpables que en hacerse cargo de la parte que les toca”, resume Giardini. La demora en la llegada de ayuda para combatir las llamas y el enojo por la detención de personas como supuestos responsables fueron creando un clima adverso que concluyó con manifestaciones en varias ciudades el 13 de febrero.

Mucho antes y todavía con los incendios activos, las detenciones en El Bolsón -diez en total- motivaron un momento de tensión frente a la comisaría local. Hombres a caballo surgieron de improviso y agredieron a los que pedían la liberación de los detenidos ante la inacción de los policías. Los vecinos los vincularon al poder económico local.

Los fuegos, además de los perjuicios en ecosistemas y pobladores también aceleraron una crisis en las instituciones relacionadas con el control de incendios. El 27 de diciembre, apenas encendidas las llamas en Nahuel Huapi, el Gobierno Nacional decidió traspasar el Servicio Nacional del Manejo del Fuego desde la subsecretaría de Ambiente al Ministerio de Seguridad, cuya titular, Patricia Bullrich, repite de manera permanente consignas guerreras para justificar o explicar sus acciones, ya ha anunciado un proyecto de ley para endurecer las penas por provocar incendios y hacerlas no excarcelables.

Más tarde, el 12 de febrero fue creada la Agencia Federal de Emergencias “para dar una respuesta centralizada y más eficiente ante catástrofes naturales en todo el país”, también bajo el mando de Bullrich.

Al día siguiente se produjo la renuncia de Ana Lamas como subsecretaria de Ambiente, alegando “agotamiento”. Fue durante la gestión de Lamas que se produjo el recorte de gastos en el Servicio Nacional de Manejo del Fuego que denunció FARN. En sus primeras declaraciones, Fernando Brom, su sucesor, aceptó que “el tema de los bosques y los fuegos tiene prioridad cero. Hay que reparar, mitigar y sobre todo prevenir. Y evidentemente no lo hemos hecho bien”. La declaración estuvo a punto de costarle el puesto incluso antes de asumir. Lejos de apagarse, los incendios en Argentina seguirán dando mucho, pero mucho que hablar.

Artículo publicado en mongabay.com

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